.. |
México D.F. Viernes 26 de marzo de 2004
Immanuel Wallerstein
Haití: golpe de Estado bicentenario
En un mundo donde muchos países tienen historias tristes en su haber, tal vez Haití encabece la lista. En el siglo XVIII, Haití (conocido entonces como Saint Domingue, o Santo Domingo) fue la joya de la corona del imperio francés. Era el principal exportador de azúcar en el mundo de entonces y arrojaba inmensas ganancias a la minúscula elite de finqueros franceses. Los esclavos negros conformaban la inmensa mayoría de la población. Existía un pequeño grupo intermedio constituido en gran parte por mulatos, blancos pobres y algunos negros libres.
Luego vino la revolución francesa y todos en la isla buscaron hacer ganancias con el revuelo. Los colonos blancos eligieron representantes a la junta de Estates General, que se convirtió entonces en Assemblée Nationale, y buscaron autoridad autónoma en la isla. A su vez, la "gente libre de color" exigió derechos y encontró apoyo entre algunos miembros de la Asamblea Nacional, los Amis des Noirs. Lograron hacer que le concedieran el voto a los "mulatos adinerados" cuyo líder fue capturado rápidamente por los colonos blancos para después torturarlo y ejecutarlo.
En este punto, comenzó una revuelta de esclavos, y Haití se sumió en una guerra civil de tres vías. La revuelta de los esclavos no sólo asustó a los colonos blancos y a los mulatos acomodados. También a Francia, Gran Bretaña, España y no menos al recién constituido Estados Unidos. Bajo el mando de Toussaint L'Ouverture, los revolucionarios negros crearon un ejército disciplinado y tomaron el control, formando un Estado independiente que fue condenado al ostracismo por todo mundo. Para 1802, Napoleón reinvadió la isla y, combinando fuerza y engaños, capturó a Toussaint L'Ouverture y lo llevó de regreso a Francia, prisionero.
Desde entonces, la saga se complica. Básicamente la república -fundada oficialmente en 1804, de ahí que en 2004 se cumpla su bicentenario-, estuvo bajo el control de los mulatos. Los finqueros blancos abandonaron la isla. La economía se vino abajo. Sin embargo, el ejemplo de la revuelta de los esclavos negros atemorizó tanto, que los líderes de varios movimientos de independencia en América Latina, entre ellos Simón Bolívar, no reconocieron a Haití por muchos años. El último país en reconocer a Haití fue Estados Unidos, y esto en 1854. El ejemplo de Haití condujo a que los revolucionarios latinoamericanos y Estados Unidos desalentaran el movimiento de independencia en Cuba, por temor a producir otro Haití. En la primera mitad del siglo XX, y después de múltiples golpes de Estado, los marines estadunidenses invadieron Haití y lo ocuparon mucho tiempo, administrando el negocio y cobrando deudas.
Si brincamos rápidamente al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, hallamos enquistado en el poder a uno de los peores gobernantes del hemisferio occidental: François Duvalier. Doctor, negro, utilizó la demagogia de la negritud y estableció un régimen dictatorial que impuso el orden mediante un grupo de asesinos conocido como tonton macoutes. Duvalier gobernó de 1957 a 1971 y a su muerte le sucedió en el poder su hijo, Jean Claude, conocido como Baby Doc. El régimen continuó siendo el mismo pero Baby Doc fue menos eficaz como dictador. Finalmente perdió el respaldo de Estados Unidos y fue derrocado en 1986, permitiéndosele exiliarse a su finca en Francia.
El poder recayó de nuevo en manos del grupo de elite mulato, pero éste fue desafiado por un sacerdote populista, Jean-Bertrand Aristide, paladín de los descastados negros, quien ganó las elecciones presidenciales en 1990 y fue derrocado por un golpe de Estado en 1991, dirigido por un grupo de derecha que procedió a liquidar y reprimir a los aristidistas. Ya para entonces la opinión pública mundial ponía algo de atención sobre Haití y crecía la sensación de que una situación así era intolerable. En 1994, Bill Clinton envió tropas para reinstalar a Aristide en el poder, con la condición de que "terminara" su periodo en el cargo, no fuera candidato en 1996 y cumpliera con las políticas económicas neoliberales.
Aristide aceptó los términos del trato. Qué más podía hacer. Entre tanto, el senador Jesse Helms, entonces cabeza republicana en el Comité de Asuntos Exteriores del Senado, fustigó a Aristide y lo tildó de antiestadunidense izquierdista. En 2000, Aristide buscó la presidencia de nuevo y ganó por extensa mayoría. La oposición se rehusó a aceptar, alegando que las elecciones habían sido turbias. No hay duda de que no fueron prístinas (pero tampoco las de Estados Unidos, ese mismo año). Sin embargo, ningún observador externo ha-bría pensado que Aristide no contaba con la mayoría de la población.
Cuando Bush asumió la presidencia, el encargado de los asuntos haitianos en el Departamento de Estado era Roger Noriega, antiguo asistente de Jesse Helms y uno de los que manejaban su polémica contra Aristide. Estados Unidos cortó todos los fondos prometidos a Aristide, lo forzó a vaciar sus arcas para pagar préstamos del FMI y (vía el Partido Republicano) comenzó a derramar dinero hacia quienes Aristide había derrotado en 1990 y luego en 1994.
Esto nos trae a 2004. Un pequeño grupo de rebeldes de derecha, indirectamente armados por Estados Unidos, invadió Haití desde República Dominicana. Aristide se había debilitado por el apretón financiero, la corrupción del régimen y por el hecho de que sus simpatizantes recurrieron también a tácticas opresivas. Comenzó entonces la mascarada diplomática. Francia le pidió a Aristide que renunciara. Colin Powell declaró estar en favor de un compromiso: que Aristide se quedara pero nombrando a un nuevo primer ministro que fuera de más agrado para la oposición. Aristide aceptó, pero la oposición se negó. Entonces Estados Unidos dijo, bastante ilógicamente: "bueno, Aristide tiene que renunciar". Él se negó. Entonces Estados Unidos hizo arreglos para que se retiraran los guardias de seguridad alquilados (de una empresa estadunidense) que lo protegían.
En ese momento, el emisario estadunidense dijo a Aristide: podemos garantizar que escape de las tropas rebeldes sólo si renuncia. Aristide escribió una ambigua carta en creole, y lo escamotearon a un sitio estadunidense en la República Centroafricana (no hubo exilio dorado en Francia para él). De inmediato sacó todos los trapos al sol de cómo no había renunciado, de cómo fue secuestrado por Estados Unidos. Las autoridades de la República Centroafricana le recordaron el requisito de que se reservara sus comentarios y se callara.
La comunidad política negra en Estados Unidos demanda ahora que se permita el regreso de Aristide y que se investigue el supuesto secuestro. Esto lo respalda la asociación de Estados caribeños (Caricom), y la Unión Africana. Pero no contengan la respiración. El golpe de Estado (número 32 en la historia de Haití) está consumado.
Por qué ocurrió. La primera pregunta es por qué Francia jugó ese papel. Se dice en la prensa que fue un gesto de reconciliación después del alejamiento con Estados Unidos en torno a Irak. No lo pienso muy plausible. Francia no estaba en buenos términos con Aristide, quien le había exigido, recientemente, que pagara compensaciones por lo ocurrido hace 200 años. Sobre todo, Francia es la potencia, antes colonial, que fue sacada de cuadro en Haití por Estados Unidos. Al tomar la delantera, Francia metió el pie, de nuevo, en la escena haitiana, a expensas de Aristide a quien considera un instrumento estadunidense (ahora descartado).
Y en cuanto a Estados Unidos, objetivamente, Aristide no representaba un particular problema. A diferencia de Hugo Chávez, no estaba sentado en un pozo petrolero ni pasaba denunciando a Estados Unidos. Los neoconservadores lo veían como un producto de Clinton, de dudosa procedencia, alguien que debían derrocar para favorecer a la gente con la que mantienen relaciones cercanas, así que maniobraron el escenario para transferir el poder. Además, es una advertencia para todos los otros países del continente: Estados Unidos está preparado para recomenzar su "diplomacia de lancha artillada", en su traspatio. Y así se está leyendo. Traducción: Ramón Vera Herrera
|