México D.F. Viernes 16 de abril de 2004
Gabriela Rodríguez
Fundamentalismo americano
Entre los innumerables movimientos religiosos que buscan actuar en el terreno político y social habría que distinguir al fundamentalismo estadunidense, sobre todo por su actual embestida hacia México y América Latina, y también por su estratégica visión al recurrir al uso de los medios masivos de comunicación. Se trata de un movimiento que comenzó en el siglo XIX con grupos provenientes del protestantismo y de la Iglesia anglicana, los cuales interpretan el Nuevo Testamento de forma literal, es decir, fundamentalista, con la idea de ir más allá del ámbito evangélico y crear movimientos que influyan en instancias políticas e institucionales.
Los fundamentalistas de Estados Unidos se distancian de la teología modernista, crítica y liberal y se declaran en contra de la relativización de la autoridad de la Biblia por parte de la investigación histórico-crítica, contra la reducción de la figura de Cristo a la dimensión puramente humana y contra la duda darwinista de la creación del hombre como si no fuera obra de la gracia divina. Esencialmente se dedican a promover la infalibilidad de las Sagradas Escrituras, el sacrificio redentor de Jesucristo en nombre de la humanidad y la salvación de las almas.
Desde 1910 recurrían a los medios impresos para llamar la atención. Se dieron a conocer entre pastores y profesores con la distribución gratuita de la revista The Fundamentals: A Testimony to the Truth. En la Primera Guerra Mundial el movimiento se caracterizó por una exaltación del nacionalismo y cuajó un conjunto de convicciones morales, políticas y religiosas que se promueven hasta nuestros días. Las bondades de la tecnología electrónica con fines de proselitismo religioso fueron aprovechadas desde los años sesenta en que Billy Graham llegó a millones de fieles y conversos que siguieron al predicador a través de pantallas gigantescas en las que se les invitaba a abrirse a la palabra de Cristo.
Después de un relativo declive, el fundamentalismo estadunidense acusa un gran repunte en los ochenta al recurrir a la televisión y a la radio para anunciar el retorno apocalíptico de Cristo. Analistas electorales atribuyen la victoria de Ronald Reagan en las elecciones presidenciales de 1980 a que pastores y predicadores televisivos movilizaron al sector más conservador, lanzando el fundamentalismo a un primer plano del escenario político mundial.
Desde 1984 hacen alianza abierta con los neoconservadores republicanos y con el Vaticano para acabar con el comunismo. Entonces asumen a Estados Unidos como el país elegido por Dios para cumplir una misión salvadora sobre la Tierra.
La agenda actual se centra en la afirmación del sistema económico capitalista y la privatización de los servicios educativos y de salud, la defensa de la familia y de la pena de muerte, la persecución de la homosexualidad y la censura de la sexualidad en los medios, así como la lucha contra el feminismo, la salud reproductiva, el aborto y la igualdad de derechos de la mujer. Con la dinastía Bush el fundamentalismo ha cobrado mayor rigorismo moral y una diferencia nítida entre lo bueno y lo malo. Los enemigos son el modernismo, el humanismo secular, el evolucionismo, el islamismo, la crítica bíblica, la izquierda cristiana y el socialismo.
El más reciente éxito del fundamentalismo americano es sin duda La Pasión de Cristo; más que una película, es una oración de penitencia que recuerda a la humanidad la deuda del sacrificio redentor. Producida con apoyo del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo, esas elites católicas comandadas por curas franquistas, racistas y pederastas, el filme muestra con lujo de violencia los dolores de la pasión, que son equiparables al horror del pecado. Tal como afirma Mel Gibson, su productor, ante las numerosas críticas por su contenido antisemita: "fui yo mismo quien mató a Cristo: todos los pecadores lo mataron".
Total contraste frente a la versión de Martin Scorsese: La última tentación de Cristo, joya del etnocine que hoy se exhibe en México después de 15 años de censura, y que ofrece una interpretación bíblica en la cual Cristo no quiere ser redentor, sino "hombre", pero la humanidad no se lo permite.
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