José Cueli

Retrato de familia

Víctor Flores Olea se transforma día con día con la libre espontaneidad de su fantasía en juego de espejos: fotográficos, video-pictóricos, políticos, narrativos. Descubre las posibilidades de la computación para la expresión del arte en sus videopinturas. Víctor vive en permanente necesidad creadora desplegada no sólo en el arte y la literatura, sino también en la política y en el ámbito universitario.

Hay en sus producciones la incesante búsqueda de nuevas formas expresivas, de nuevos lenguajes en los que se encarnan sus deseos e inquietudes. Todas llevan el sello de la pulcritud artística, dentro del género al que pertenecen: novela, ensayo, fotografía, videopintura.

Flores Olea, dotado de una inquietud creativa, juega con la imaginación a todas horas. Su pasión por la política, la literatura, la fotografía y hoy los videos hablan de una necesidad de encontrar un lenguaje mediante el cual mostrar su enseñar doloroso.

Este vivo sentimiento de dolor impregna toda su obra de una íntima y lejana melancolía, apenas perceptible, de la que desconoce el origen, pero que llena su obra de escondido placer.

La confusión entre lo que es real y lo onírico en el amor, el sexo y el poder que se diluyen en el lenguaje, en el otro, en el misterio, pincela su obra con un mundo caleidoscópico de colores, en el que se devela la fuerza incontrovertible del instinto, dando cuenta del destino inexorable del que no se puede escapar sin saber si sólo es un delirio. Es delirio crepuscular de las grandes locuras en que los humanos nos expresamos.

El don más difícil de todo artista, presente en Flores Olea, es el de tener personalidad y estilo propios. En realidad, todo artista nos ofrece dos personajes simultáneos. El primero, siempre interesante es el representado por el dominio de la técnica, el oficio; el segundo, es el representado por la originalidad.

En el primer plano lo que representa, en otro, lo que sugiere. Emanación directa de su propia personalidad capaz de evocar e invocar en el observador otras imágenes, otros caracteres de su temperamento e historia. La vida interior, el dramatismo y el misterio.

Sus fotos danzan en la sombra de las imágenes virtuales. La emoción que provoca y los múltiples significados que se suceden, son movidos en el juego virtual y frenético del movimiento que consigue Víctor Flores Olea.

Rojos, azules y amarillos, obsesión del espíritu, piezas instintivas de la lente interior del fotógrafo en una nueva modalidad que le imprime movimiento; situación que ya había anticipado Velázquez en su célebre cuadro Las meninas. Espacios en retroceso, donde las formas reconocibles se escalonan dentro de una claridad que sólo a ellas pertenece.

Cuadros que son espejos que nadie ve. Representación de representaciones y definición de espacios que las representaciones abren, al romper cadenas, como señalaba Michel Foucault. Diferencias de luces que abren al aparecer y desaparecer y se orientan hacia la magia de nuestras adivinaciones.

La maravilla de este arte novedoso de mezclar intelectuales latinoamericanos y españoles en la danza instintiva de colores y formas, que, en mayores dimensiones y moderna plasticidad, quedan insufladas de la danza interior según el sentir del fotógrafo virtual.

Las fotografías están llenas de ese elemento multicoloreado por el creador, en el que dan vueltas, vertiginosas, las ruletas de la vida moderna. Juego virtual de imágenes en las que se difuminan, en creación y recreación tiempo y espacio, interior y exterior, el aquí y el ahora con el allá y entonces, en desdoblado despliegue multicolor. Es así como Flores Olea termina por novelar, en original creación, la vida de los creadores que retrata conjugando arte, creatividad, vida y optimismo.