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México D.F. Sábado 17 de abril de 2004
OBSERVATORI0 CIUDADANO DE LA EDUCACION
Comunicado No. 121
Los límites de la escolaridad
Aunque se incremente, persiste la desigualdad
Necesario, atender sus "efectos externos"
LAS INQUIETUDES SOBRE los principales problemas
que dificultan lograr una educación para todos los mexicanos -que
de algún modo han inspirado las políticas públicas
en la materia- fueron variando a lo largo del siglo XX y en los primeros
años del XXI. El principio constitucional de lograr una "educación
para todos" ha propiciado sucesivamente políticas dirigidas a lograr
la generalización de las oportunidades de acceso a la escuela, de
permanencia en ella y de calidad, y la evaluación de los aprendizajes
alcanzados. El principio fundamental que sostiene esas políticas
parece ser el de que la escolaridad será factor clave del desarrollo
general del país. En esta ocasión, Observatorio se ocupa
de los resultados que esa creciente escolaridad ha tenido sobre la mejoría
generalizada de las condiciones de vida de la población mexicana,
que no parecen estar acordes con los esfuerzos realizados por incrementarla.
EDUCACION BASICA PARA TODOS los mexicanos. El movimiento
revolucionario y la Constitución de 1917 definieron claramente una
escolaridad básica obligatoria para todos los mexicanos, que a su
vez fue cambiando de duración y, por supuesto, de contenidos: en
las primeras décadas del siglo XX pasamos de una primaria de cuatro
años a una de seis. No fue sino a finales del siglo XX, en 1993,
cuando se decretó una escolaridad obligatoria de nueve años,
incluyendo secundaria, y una década después se decretó
el prescolar obligatorio de tres años, que deberá concretarse
en los siguientes años.
A LA FECHA, EL PROMEDIO DE escolaridad logrado
por los mexicanos mayores de 15 años es de 7.9 años con diferencias
importantes entre la población urbana, cuyo promedio alcanza 8.6,
y las zonas rurales, cuyo promedio disminuye a 5.7. En el caso de la población
entre 25 y 44 años de edad los promedios son significativamente
más elevados que entre la población mayor de 45, aunque con
variaciones importantes entre entidades de la República. La población
del país efectivamente está cada vez más "educada".
Un dato significativo es que actualmente la tasa de crecimiento de la escolaridad
es muy superior, en cerca del triple, a la tasa de crecimiento demográfico
y que la cobertura en educación primaria logró generalizarse
a más de 90 por ciento, a pesar del acelerado crecimiento demográfico
presente hasta la década de los 80. Alcanzar ese promedio, fue producto
de las políticas públicas impulsadas y puestas en marcha.
LAS PRIORIDADES HAN CAMBIADO. Inicialmente los
esfuerzos se resumieron en un concepto: la preocupación por lograr
el acceso de todos los mexicanos a la escolaridad básica; no obstante,
el crecimiento continuo de la matrícula no siempre estuvo acompañado
del correspondiente crecimiento de los recursos necesarios para atenderla.
Mientras que la preocupación por la permanencia de los niños
el tiempo necesario para cubrir los años obligatorios del ciclo
fue posterior, y más reciente ha sido la preocupación por
los logros alcanzados: la calidad de la educación impartida, el
aprendizaje efectivo de la lectoescritura, las matemáticas, y los
diferentes contenidos ligados a las ciencias naturales y a la formación
ciudadana. El tema de la evaluación del desempeño domina
la política pública en años recientes. En particular,
desde hace dos años hemos sido testigos de las diferentes exigencias
de información sobre los resultados alcanzados por alumnos y maestros
ya no en cuanto a años cursados, tasas de reprobación o de
retención, sino en cuanto a aprendizajes efectivos, tal como los
miden instrumentos comparables a escala nacional e internacional.
ESCOLARIDAD Y MOVILIDAD SOCIAL. A mediados del
siglo XX los estudios sobre la movilidad social propiciada por la creciente
escolaridad de la población demostraban, realmente, la existencia
de ese efecto: a mayor escolaridad mejores eran los ingresos y las posiciones
laborales, aunque desde las primeras investigaciones se observaban las
restricciones al respecto. En la década de los 70 y en las subsecuentes
fases de recesión macroeconómica esas restricciones se hicieron
cada vez más claras y frecuentes: la inflación educativa,
la devaluación de los certificados escolares, el desempleo ilustrado,
la disminución de los salarios de los más educados, entre
otras (véase Comunicado 55, 25/5/01). Diferentes estudios
realizados en los años 70 y 80 empezaron a demostrar que los rendimientos
económicos de la educación estaban disminuyendo, especialmente
para ciertos grupos, en ciertos momentos y en determinados contextos. Ello
se debe al desequilibrio generado entre la velocidad con que ha crecido
la escolaridad y el ritmo al que se han expandido las oportunidades existentes
en el sistema productivo para ocupaciones que requieren determinadas dosis
de educación formal. Se aprecia también mayor concentración
del desempleo abierto y del subempleo entre quienes logran escolaridad
de nivel superior, que sin duda pueden retardar su ingreso al mercado laboral
por no tener apremios económicos. No obstante, tal estado de desempleo
también representa frustración personal y puede generar una
visión limitada sobre la utilidad de haber estudiado.
EN UN ESTUDIO DIAGNOSTICO de la Asociación
Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior
(ANUIES) sobre el mercado laboral de profesionistas en México en
la década de los 90 se registran conclusiones interesantes: a)
pese al modesto crecimiento de la economía del país, el aumento
del empleo de profesionistas fue notablemente dinámico, y b)
casi la totalidad de la oferta neta de profesionistas encontró una
demanda para sus servicios dentro del sector productivo mexicano, aunque
no todos en ocupaciones que reclaman de los conocimientos y capacidades
profesionales adquiridas en las aulas universitarias ("saldo relevante"
lo denominan los autores y lo calculan en 45.6 por ciento del total de
egresados); es decir, dado el desempeño de la economía, el
número de egresados necesarios para laborar en ocupaciones de carácter
profesional fue mucho menor que el número total de egresados del
sistema de educación superior del país y el excedente de
la oferta de profesionistas que encuentra empleo en ocupaciones de carácter
residual desplaza de esas labores productivas a personas con menores niveles
de escolaridad. Algunos estudios puntuales sobre quienes no alcanzan niveles
tan elevados de escolaridad formal, pero cumplieron ya con la escolaridad
básica obligatoria, señalan que están siendo desplazados
por los egresados de educación superior y son los que alimentan
el creciente sector informal de la economía. O bien que la diferencia
entre no tener escolaridad, tener escolaridad básica incompleta
o haberla completado no implica resultados significativos en las ocupaciones
desempeñadas e ingresos percibidos. El nivel de escolaridad más
castigado en ese sentido es la secundaria.
LA CRECIENTE ESCOLARIDAD, ¿mejora las condiciones
de vida? No sólo interesa el comportamiento ocupacional o los ingresos
de la población. El incremento y la generalización de la
formación escolar entre la población se supone trae aparejadas
una serie de ventajas a nivel personal y social en lo demográfico
(la esperanza de vida y el acceso a la salud), lo económico (los
ingresos y las condiciones de trabajo), la participación ciudadana,
la dimensión cultural o el bienestar familiar. Sin embargo, resulta
claro que debemos preocuparnos ante la incapacidad de la población
que logró completar su escolaridad básica obligatoria en
su momento (que era de seis años hasta 1993 y de nueve al hacerse
obligatoria la secundaria) por encontrar mayores beneficios y ventajas
en las diferentes dimensiones de la vida personal, familiar y social.
UN ESTUDIO RECIENTE, realizado por investigadores
de la Universidad Iberoamericana (Uia) a petición de la UNESCO (Carlos
Muñoz Izquierdo. Educación y desarrollo socioeconómico
en América Latina y el Caribe. Uia, 2004), analiza si los beneficios
sociales y económicos que están recibiendo los egresados
del sistema educativo son proporcionales al esfuerzo que el país
ha realizado para ampliar la escolaridad de su población. El análisis
se basa en las relaciones observadas entre el crecimiento registrado en
la escolaridad de los adultos -clasificados en diferentes grupos de edad
y género- durante determinados periodos, y las variaciones detectadas
en los mismos periodos -respecto a los mismos grupos poblacionales- en
un conjunto de indicadores relacionados con: la dinámica demográfica,
la situación económica de la población y las condiciones
de vida de la misma.
DURANTE LAS ULTIMAS DECADAS del siglo pasado, concluye
el estudio, México realizó importantes esfuerzos encaminados
a incrementar la capacidad de su sistema escolar, lo que permitió
elevar la escolaridad promedio de la población adulta -en mayores
proporciones que las registradas en la mayoría de los países
latinoamericanos y del Caribe. Sin embargo, los efectos que esos esfuerzos
debieron generar en los niveles y la calidad de vida de la población
fueron de menor magnitud que los observados en la mayoría de los
países de la región.
LO ANTERIOR DEBERIA ATRIBUIRSE, seguramente, a
causas muy diversas. Es importante recordar, ante todo, que ninguno de
los impactos que pueden ser adjudicados a la educación en los niveles
y calidad de vida de quienes la reciben es generado en forma directa e
independiente, ya que existen innumerables mediaciones entre la propia
educación y sus efectos sociales, económicos, políticos
y culturales. La educación escolar no es sino uno entre otros procesos
educativos que viven las generaciones: la familiar, la que imparten los
medios masivos de comunicación o la que se deriva directamente de
las interacciones personales y sociales en las situaciones laborales, culturales,
políticas y económicas.
TAMBIEN HABRIA QUE CONSIDERAR, por un lado, el
impacto que la mala distribución de las oportunidades escolares
y la deficiente calidad de las mismas debieron haber generado en la desigual
distribución del ingreso y del bienestar social. Mientras que, por
otro lado, estos resultados también podrían ser atribuidos
a que -como han demostrado otros investigadores- el desarrollo económico
y social que experimentó el país durante las últimas
décadas del siglo pasado trajo consigo mayor concentración
del ingreso. En efecto, los resultados del análisis son consistentes
con el hecho de que, a pesar del crecimiento del sistema educativo nacional
y de la aplicación de otras políticas encaminadas a promover
el desarrollo económico y social durante las recientes décadas,
se acumularon importantes déficit en los niveles y la calidad de
vida de los sectores mayoritarios de nuestra población.
INTERROGANTES. La evidencia ya documentada de que
la escolaridad no logra contrarrestar los efectos de la creciente desigualdad
socioeconómica de las políticas de desarrollo adoptadas por
el país desde hace 20 años, ¿permitirá a los
congresistas y funcionarios superar el mito de que la solución de
los problemas del país radica exclusivamente en la educación
escolar? ¿No valdría la pena proponer que la SEP y los especialistas
realizaran estudios más profundos sobre la efectividad de la escolaridad
en cuanto a los muy diversos efectos sociales que se esperan de ella? En
un horizonte de largo plazo, ¿cómo deben ponderarse los efectos
de la creciente escolaridad sobre el desarrollo general del país,
y en qué forma deberán incidir sus resultados en la reformulación
de las políticas económicas y sociales? Ningún plan
de desarrollo educativo nacional estará completo sin respuesta a
estas preguntas
.
Todos los ciudadanos están
cordialmente invitados a sumarse a nuestra iniciativa.
Favor de enviar sus nombres con sus datos de localización e identificación
al correo electrónico:
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http://www.observatorio.org
Escúchenos por:
Radio UNAM (860 AM) en el programa Deslinde, el
primer lunes de cada mes a las 19 horas
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