México D.F. Sábado 17 de abril de 2004
Gala operística del tenor y la soprano
en Bellas Artes
Vargas y Arteta se acoplaron al formato ''dúo
de amor''
Espectadores emperifollados mostraron su impertinencia
ARTURO JIMENEZ
No fue una noche inolvidable, pero sí una buena
gala de ópera. Sin contratiempos mayores, el concierto fluyó
como parte de las celebraciones por los 70 años del Palacio de Bellas
Artes.
El jueves pasado Ramón Vargas y Ainhoa Arteta se
acoplaron al formato de ''dúo de amor" para regocijo de un público
abundante, cuyo ánimo ya iba predispuesto al festejo.
Había
razones, pues el tenor mexicano y la soprano de origen vasco interpretaron
varios de los fragmentos más ilustres de conocidas partituras de
Gounod, Bizet, Massenet, Puccini, Ciléa, Mascagni, Verdi y Donizetti.
Ello con el beneficio de oír en una noche los hits
operísticos, aunque sin el aliciente de la parte teatral: el vestuario,
la actuación, el seguimiento de una trama específica.
Fue una noche de éxitos operísticos para
unos espectadores que, en su gran mayoría, llegaron emperifollados,
flematicones, engolados, engomados, encopetados y, muchos, impuntuales
e impertinentes.
Un público que buscaba su butaca en plena interpretación,
que murmuraba y aplaudía impaciente antes de que terminaran los
últimos acordes.
O de plano, que festejaba a destiempo a media pieza, como
en un fragmento de La Bohemia, en el que Rodolfo y la infortunada
Mimí emiten sus cantos amorosos fuera de escena por lo que, desesperado,
un violinista llamó a guardar silencio.
Y es que la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, a cargo
del director huésped Ramón Shade, cumplía bien su
parte y refrendaba sus cualidades de ''orquesta de foso" que ha acompañado
a cantantes como Luciano Pavarotti y Plácido Domingo.
Pese al anuncio de que lidiaba con un resfriado, pero
con la fuerza y tesitura de su voz, Ramón Vargas demostró
su condición de star de la ópera mundial. Por ejemplo,
el tenor tiene contratos en escenarios como la Scala de Milán, las
óperas Estatal de Viena, la de París o el MET de Nueva York,
y ha grabado 28 discos.
Su repertorio abarca medio centenar de papeles estelares
en varios estilos, aparte de sus atributos para canciones italianas, alemanas,
francesas, españolas y mexicanas.
Con una carrera en ascenso que la ha llevado a cantar
junto a figuras como Plácido Domingo, la soprano Ainhoa Arteta sumó
sus cualidades histriónicas al dominio en las modulaciones de su
voz.
Sin problemas encarnaron a personajes de historias de
amor cursis, aciduladas o trágicas, de Romeo y Julieta, Manon,
La Bohemia, Carmen o Lucía de Lammermoor.
Y mientras ella, Ainhoa, soñaba cuando un bucle
acariciaba su mejilla, él, Ramón, era adivinado por el corazón
de su amada. Mientras uno podía llenar con su sangre un cáliz
amargo, otra, fatigada, cerraría los ojos para ya no verlo.
Uno de los momentos más festejados fue la recreación
de esa escena de la historia de amor perdonado, a fuerza de seducción,
que es Manon, de Massenet.
Y ambos clamaron al océano para que los separara
y así, quizá, poder acallar su pasión prohibida, como
en Un ballo in maschera, de Verdi. O superaron el orgullo en favor
del amor ante la inminencia de la muerte de ella, como acontece con Rodolfo
y Mimí en La Bohemia, de Puccini.
Al final, el público predominante se notaba satisfecho:
había escuchado una buena gala operística en dos voces privilegiadas
y había podido mostrar su distinción social. Se había
divertido.
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