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México D.F. Miércoles 21 de abril de 2004
Luis Linares Zapata
El temible (pero real) complot mongol
Pues sucede que sí hubo complot contra López Obrador. Y el gobierno federal no es ajeno a la trama, aunque lo niegue en forma reiterada. Tampoco esa coalición variopinta de la que tanto habla el jefe de Gobierno desde el inicio de sus tribulaciones era una fantasiosa manera de esquivar errores, sino una maloliente realidad que tiene consecuencias graves para la vida en común de los mexicanos. Los datos que la soportan han ido saliendo a la luz a cuentagotas, pero con regularidad notable. Las disparidades subsiguientes con la versión original son puramente accidentales. Si acaso se intercambia un Departamento del Tesoro por la DEA. Pero la consistencia de los demás detalles atropella el supuesto sigilo hasta hacerlo un morboso festín público. La habilidad para la tenebra en la que tradicionalmente se regocijan los complotistas se revela caprichosa, menor, y estalla con la primera luz que arrojan unos documentos recién exhibidos.
Malignos seres acostumbrados a la maniobra, la traición, las medias verdades, las amenazas desde el poder como el ex presidente Salinas, pierden su máscara y muestran el rostro ya deformado por la incredulidad, las transas y el desprestigio que los acompaña. Maleantes inveterados son descubiertos por sus guardaespaldas que señalan, sin duda, a sus cómplices en la trama para afectar al enemigo. Otros, como Fernández de Cevallos, miembros asiduos de la picaresca, reinciden en sus iracundas andanzas que mezclan lo público de su función con lo privado de su codicia sin pudor alguno.
En este sonoro caso de los videos rellenos con la corrupción de perredistas destacados y de un jugador compulsivo, clasemediero de poca alzada a quien las altas finanzas enloquecen, las cosas no son como se sospechaba que podrían ser, un dechado de precisión, de eficaces pruebas, de ocultos personajes que trasiegan seguros de su impunidad porque nadie podrá identificarlos con certeza. Por el contrario, las ineptitudes, los simplismos y descuidos son magistrales y pedestres. Un chofer que suelta la sopa sobre su jefe. Un policía que trasmina pormenores relevantes de una reunión en un hotel de lujo que luego trata de negar con exabruptos y bravuconadas. Un abogado panista que, desinteresadamente, defiende causas de malhechores y les consigue privilegios del Ministerio Público porque, a su decir, se opone al atropello de las mafias (autoridades) del Distrito Federal, integrantes de un gobierno al que él mismo pertenece a pesar de su intercambiable y, en efecto, doble personalidad. Mismo legislador que niega su asistencia a la reunión del escándalo, citando, en apoyo de su coartada, a otros comensales a un desayuno sólo para ser exhibido en prolongada ausencia, madre factible de cualquier otra batalla. La inigualable coincidencia de un agente de la "inteligencia nacional" que gustosa, solícitamente, paga los gastos que debían correr por cuenta de la defensa de un inculpado en varios delitos, pero que, en ese primigenio, autista entonces, se presentaba como víctima de la extorsión y en peligro mortal. La trasquilada explicación de un secretario de Goberna-ción que, semejante a un rosado muñeco de celuloide, gesticula explicaciones ininteligibles para justificar la participación de su subordinado. Un procurador general de la República que, con todo desparpajo, acepta que lo sucedido en ese hotel de marras está dentro de toda normalidad. La monocorde negativa del general abogado que alega no conocer o ser ajeno a los intríngulis de una previa (y en plena marcha) averiguación por lavado de dinero, llevada en paralelo, contra el empedernido apostador de Las Vegas, no hace sino empolvar más la escasa credibilidad que tiene su agencia. Así, el recuento de traspiés, mentiras flagrantes y actos fallidos puede continuar hasta el total descrédito de los involucrados. O puede hacerse una recapitulación para situar las cosas en perspectiva para, acto seguido, dar cabida a los olvidados problemas de la nación.
Mientras tanto, habrá que entender que hubo funcionarios tramposos o torpes como Bejarano o Ponce, que tienen que enfrentar la ley a secas después del violento juicio mediático por el que atraviesan. Otros que no quieren aceptar, con la crudeza requerida, sus errores de juicio y comportamiento por aliarse con grupos clientelares siniestros, deben pedir perdón y darse de lleno a trabajar por los habitantes del Distrito Federal. Mucho le queda por delante a López Obrador para llegar a formular, para siquiera insinuar una oferta que ponga cimientos sólidos a su pretendida candidatura a la Presiden-cia. Y otros muchos más, miembros del Poder Ejecutivo y caros acompañantes graciosos, que actuaron facciosamente, nunca para prevenir o castigar el delito, sino para mellar al adelantado en la competencia de 2006, tienen que desistir de intentar coaliciones contra aquellos que les toman delantera o les caen mal. La razón se trasluce: han demostrado cortedad de vista y métodos pedestres en sus afanes complotistas.
Ya basta de pretender iniciar averiguaciones previas para castigar la indiscreción del jefe de Gobierno capitalino. Esas acciones, de muy discutible legalidad, no harán sino tensar el ambiente. La procuraduría y su conductor, en el terreno estrictamente político, no tienen el peso, la credibilidad, los instrumentos y los apoyos populares para enfrentar al jefe de Gobierno del Distrito Federal. Una ruta de confrontación así dibujada no tiene sentido ni utilidad práctica. La entrada del PRD al pleito evidencia la cadena de torpezas del Ejecutivo federal y en particular de Gobernación. El desconocimiento de Creel como interlocutor debía sacarlo del juego sucesorio que tanto desea mantener. El aparato decisorio del país se puede tornar inmanejable. Por todo ello se impone la tarea de buscar el finiquito de este follón y volver la mirada sobre las angustias que aquejan a la mayoría.
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