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México D.F. Miércoles 21 de abril de 2004
Carlos Fazio
El procónsul John Negroponte
Veterano plomero de la comunidad de inteligencia, experto en trucos sucios y operaciones en-cubiertas, John Dimitri Negroponte (Londres, 1931) ha sido designado por George W. Bush embajador de Estados Unidos ante Irak. De ser ratificado por el Senado, el ex embajador en México y actual representante estadunidense ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) asumirá su nueva función en Bagdad el 30 de junio, fecha prevista para que la potencia de ocupación, Estados Unidos, entregue algunas tareas administrativas a un nuevo gobierno "títere" local.
Negroponte es lo que los estadunidenses llaman un troubleshooter, alguien para mi-siones difíciles en adscripciones donde hay tensiones serias. Desde que se incorporó al servicio exterior de Estados Unidos, en 1960, su hoja de servicios presenta algunos puntos clave que definen su quehacer: labores de inteligencia, planificación de acciones militares encubiertas, guerras secretas desestabilizadoras.
El 7 de febrero de 1989, al día siguiente de que la cancillería de Tlatelolco trasmitiera a la Casa Blanca el beneplácito para que Negroponte se desempeñara como titular de la misión diplomática de Paseo de la Reforma, el editorial de La Jornada ("Agravio incalculable") lo definió como "procónsul de carrera". Sus antecedentes en el sudeste asiático y América Latina acreditan esa de-finición: hombre de talante conservador, ultrahalcón pragmático e intervencionista, Negroponte fue "oficial de combate" en Vietnam, fundador de los contras nicaragüenses y, como embajador de Ronald Reagan, convirtió a Honduras en un portaviones de Estados Unidos en Centroamérica.
En enero de 1983, mediante la NSDD77 (National Security Decision Directive No. 77), el presidente Reagan había autorizado una ampliación de las actividades operativas del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por sus siglas en inglés). A partir de esa fecha, el NSC coordinaría el programa interagencias conocido como Project De-mocracy (Proyecto Democracia). Según Holly Sklar, el Proyecto Democracia "combinaba la 'diplomacia pública' con el em-pleo de las operaciones encubiertas ultrasecretas" (H. Sklar, Washington's War on Ni-caragua, South End Press, Boston, 1988).
Eran los días de la guerra sucia de la ad-ministración Reagan contra la Nicaragua sandinista. Un par de años antes, en agosto de 1981, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Casey, había restructurado la División América Latina de la agencia. Casey puso al frente de la división a Duane Clarridge. Pero según Sklar, "el hombre elegido para conducir la guerra en el terreno mismo, desde Honduras, el frente norte, era John Negroponte". Este es-tuvo al frente de la misión estadunidense en Tegucigalpa entre 1981 y 1985. Según The New York Times, el diplomático estuvo "profundamente involucrado en la organización de los contras, en tanto que The Miami Herald consignó que durante su gestión en Tegucigalpa, en los días que el general Gustavo Alvarez se desempeñaba como presidente de una república bananera, Ne-groponte convirtió al país en "nuestro portaviones terrestre USS Honduras" (USS Honduras, our terrestrial aircraft carrier).
En su libro Guerreros secretos. Las operaciones clandestinas de la era Reagan por dentro (G.P. Putnam's Sons, New York, 1988), Steven Emerson destacó el papel de Negroponte en apoyo a las acciones encubiertas conducidas por el teniente coronel James Longhofer en la guerra civil en El Salvador y contra Nicaragua, incluyendo las misiones del minado de puertos, la recolección de información aérea electrónica (Sigint), actos de sabotaje contra instalaciones y establecimientos civiles y apoyo militar general a los contras.
En una dramática crónica titulada La guerra secreta de Estados Unidos. Objetivo: Nicaragua, la revista Newsweek señaló que "el director de la CIA, Casey, supervisaba personalmente la operación. El embajador Negroponte la conducía. Los contras lo llamaban 'el jefe' (The Boss)." De acuerdo con la versión, "el sistema de apoyo a los contras dependía de la complicidad del NSC, integrado por el presidente Reagan, el vicepresidente Bush, el secretario de Estado Shultz, el de Defensa Weinberger, Casey (miembro de facto), los jefes de la estación de la CIA, Joe Fernández (alias Tomás Castillo) en Costa Rica y John Mallett (alias George) en Honduras, y los embajadores Lewis Tambs en Costa Rica (principal re-dactor del Documento de Santa Fe I) y John Negroponte y John Ferch en Honduras".
Ya entonces, Negroponte, educado en Exeter, Yale y Stanford, no era un diplomático del montón. Según adelantó en 1989 Gregorio Selser, el ex asesor de Henry Kissinger en Saigón ("mi especialista en Vietnam", escribió Kissinger en sus memorias) pertenecía "al sensitivo riñón del INR o Bureau of Intelligence and Research, organismo de inteligencia e investigación del Departamento de Estado, una especie de CIA en pequeña, con una cuota propia de poder interno y que mantiene obvias vinculaciones con sus hermanos y primos de la comunidad de contraespionaje" (G. Selser, "Negroponte, el procónsul". La Jornada, enero de 1989).
Hombre de poder, con importantes vínculos en Washington, consolidados durante las pasadas administraciones de Reagan y Bush padre, cuando fue rehabilitada la "pandilla de pistoleros fracasados" del sudeste asiático (Alexander Haig, Thomas Enders y Craig Johnstone, entre otros), un dato poco conocido es que Negroponte fue el representante personal del general Colin Powell a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari, cuando el actual secretario de Estado se desempeñaba como consejero de Se-guridad Nacional de Reagan. Ocho meses después, en julio de 1989, Negroponte relevó a Charles J. Pilliod en la misión de Estados Unidos en México. A él le tocó palomear las contrarreformas económicas del salinismo, la apertura comercial y, más tar-de, la decisión del gobierno mexicano de adherir al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
En un memorando confidencial girado al Departamento de Estado, hecho público en mayo de 1991, Negroponte aseguró que "la diplomacia exterior mexicana ha cambiado dramáticamente, de una nacionalista y tercermundista por otra más pragmática y muy acorde con los intereses de Washington". Sin duda, algo tuvo que ver con eso la "diplomacia discreta" de Negroponte, hasta que dejó el país en 1993.
Casi de la mano con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el Congreso de Estados Unidos lo designó representante ante la ONU, lugar desde el cual cumplió un importante papel al servicio de la diplomacia de fuerza de la Casa Blanca, en los intentos por alcanzar una legitimación para las invasiones neocoloniales en Afganistán e Irak y en el reciente golpe de Estado encubierto en Haití. De ratificarse su nombramiento como representante de Washington en Irak, John Dimitri Negroponte se convertirá en el embajador más poderoso de Estados Unidos en el mundo, pues tendrá a su cargo una misión con más de 3 mil funcionarios adscritos. Ratificará, pues, su vo-cación y destino de procónsul.
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