México D.F. Lunes 26 de abril de 2004
Peter Rosset
Soberanía alimentaria: el reclamo mundial
A medida que la globalización económica guiada por las grandes trasnacionales y las desmedidas políticas de libre comercio devastan las comunidades rurales en todo el mundo, las organizaciones campesinas se están uniendo en un clamor conjunto por la soberanía alimentaria. Esta sostiene que la alimentación de un pueblo es un tema de seguridad y soberanía nacionales. Si para alimentar a su población una nación debe depender de los caprichos del mercado mundial o de la voluntad de una superpotencia al utilizar los alimentos como instrumentos de presión internacional, ese país no está seguro.
Seguridad alimentaria significa que cada persona debe tener la certeza de contar con el alimento suficiente para cada día. Pero el concepto no dice nada con respecto a la procedencia del alimento o la forma en que se produce, y así Washington puede argumentar que la importación de alimentos baratos desde EU es una excelente manera que tienen los países pobres de lograr su seguridad alimentaria. Sin embargo, la importación masiva de alimentos subsidiados baratos socava a los agricultores locales, obligándolos a abandonar sus tierras y engrosando las cifras de los hambrientos. Para lograr una seguridad alimentaria genuina, los pueblos de las áreas rurales deben tener acceso a tierra productiva y a recibir precios justos por sus cosechas, que les permita una vida digna.
La única solución duradera es el desarrollo económico local. Una forma de lograrlo es crear circuitos locales de producción y consumo, donde las familias de agricultores vendan sus productos y compren lo indispensable en poblaciones locales. El dinero circula dentro de la economía local, generando empleo en los pueblos y permitiendo a los agricultores ganarse la vida, pero si lo que producen es exportado con precios del mercado internacional (precios bajos), y si la mayor parte de lo que compran es importado (a precios altos), todas las ganancias son extraídas de la economía local y sólo contribuyen al desarrollo de economías lejanas (Wall Street).
De acuerdo con Vía Campesina, el movimiento internacional de agricultores familiares y campesinos enfrenta una confrontación entre modelos económicos en el mundo rural. El contraste entre el modelo dominante -basado en agroexportación, políticas neoliberales y libre comercio- no podría ser más descarnado: un modelo ve a los agricultores familiares como un anacronismo ineficiente que debe desaparecer; el otro los ve como base de la economía local y del desarrollo económico nacional, tal como fue en el mercado interno que originalmente permitió desarrollarse a las actuales potencias económicas de EU, Japón, China y Corea del Sur. Con respecto al hambre, un modelo ve el estímulo a las exportaciones como la forma de generar las divisas necesarias para importar alimentos baratos, evitando mayor número de niños muertos por hambre, al tiempo que los cultivos de exportación generan empleos. El otro modelo ve que convertir las tierras en grandes monocultivos para la exportación genera muchos menos empleos que la agricultura familiar y los que crea son mal pagados y precarios: es la fuerza impulsora del hambre y la miseria en áreas rurales,
Mientras el modelo dominante se basa en monocultivos en gran escala, que requieren gran cantidad de insumos químicos, utilizando semillas genéticamente modificadas, el modelo de soberanía alimentaria atribuye a esas prácticas agrícolas industriales la destrucción de la tierra para las generaciones futuras, por lo que propone una reforma agraria genuina mediante una tecnología de producción que combine el conocimiento tradicional con nuevas prácticas basadas en la agroecología.
Vía Campesina y otros adherentes a los principios de la soberanía alimentaria exigen la exclusión de los alimentos y la agricultura de todos los acuerdos comerciales (OMC, el TLCAN, el ALCA, entre otros) regionales y bilaterales, ya que la liberalización descontrolada del comercio conduce a los agricultores a abandonar su tierra y es el principal obstáculo al desarrollo económico local y a la soberanía alimentaria. Sin embargo, los grandes países agroexportadores continúan su puja por concretar tales acuerdos, determinando la distribución de beneficios.
A menudo los gobiernos son rehenes de los grandes exportadores y de las trasnacionales, que ven a los alimentos como meras mercancías, sin ver que son cultura, agricultura y salud: la vida misma. Las grandes naciones agroexportadoras del tercer mundo han señalado que los subsidios y protección de EU y la Unión Europea dificultan que las elites del tercer mundo compitan con las del primero en la extracción de riquezas. Esta posición, sin embargo, no desafía al modelo, ya que sólo busca aumentar ligeramente el número de aquellos que se benefician.
El enemigo real de los agricultores son los precios bajos. Y los precios de las cosechas siguen cayendo aun cuando los precios al consumidor suben y suben porque las fuerzas que dictan los bajos precios para agricultores son las mismas que dictan los precios altos para los consumidores: Cargill, Archer Daniels Midland, Dreyfuss, Bunge o Nestlé. Prohibir estos monopolios, decretando y aplicando leyes antimonopolio a escala nacional e internacional, es un paso clave hacia la seguridad de que todos los agricultores a lo ancho del mundo puedan ganarse la vida trabajando en su tierra y que los consumidores tengan acceso a alimentos nutritivos a precios asequibles.
La soberanía alimentaria es un concepto que debería tener sentido para agricultores y consumidores de todo el mundo, ya que todos enfrentamos crisis rurales y falta de alimentos asequibles, nutritivos y producidos localmente. Debemos luchar contra las políticas actuales del comercio internacional y en favor de la reforma agraria verdadera y por sistemas alimentarios más participativos, sustentables y controlados de manera local. Debemos recuperar nuestros alimentos y nuestras tierras. Resumen de la traducción de Adriana Latrónico y María Elena Martínez
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