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México D.F. Lunes 26 de abril de 2004
BM Y FMI: MAS DE LO MISMO
Tras
el término de la reunión conjunta del Banco Mundial (BM)
y del Fondo Monetario Internacional (FMI), realizada el pasado fin de semana
en Washington, se podría concluir que aunque los grandes organismos
financieros del orbe -aquellos que han dictado la política económica
de México, prácticamente toda América Latina y gran
parte del resto del mundo durante, al menos, los recientes 20 años-
han realizado reconocimientos sobre la necesidad de ajustar las políticas
públicas de las naciones para hacer énfasis en el gasto social,
en el combate a la pobreza y a la enfermedad y en el desarrollo de las
infraestructuras, en la práctica tales organismos sólo ofrecen
a la humanidad más de lo mismo.
Así, su actual preocupación por paliar algunos
de los efectos negativos del neoliberalismo parece, más que un verdadero
compromiso de cambio, una suerte de maquillaje retórico orientado
a preservar su preminencia, a desactivar eventuales estallidos de malestar
ciudadano en naciones sujetas a sus recetas y a arrogarse un perfil
social que revierta en lo posible la desconfianza que suscitan entre las
sociedades tales instituciones y los gobiernos que siguen sus designios.
Tal circunstancia puede constatarse, por ejemplo, en lo
relativo a la efectiva democratización de la gestión del
BM y del FMI y en la reducción sustancial de la deuda que agobia
a los países en vías de desarrollo. En el primero de los
casos no se obtuvieron en la reunión finalizada ayer pasos decisivos
para permitir que las naciones del tercer mundo tengan participación
realmente relevante en las determinaciones de esos organismos financieros
multilaterales.
Por el contrario, el BM y el FMI siguen bajo el control
de las grandes potencias económicas, sobre todo Estados Unidos,
y de un puñado de funcionarios de elite fieles al dogmatismo neoliberal.
Por otra parte, si bien en el citado encuentro se hizo reiterada mención
de la conveniencia de aumentar el gasto social, no se tomaron medidas para
reducir el monto y el costo del endeudamiento externo de naciones pobres,
factores que frenan cualquier esfuerzo de desarrollo integral. Mientras
los recursos de los pueblos sean devorados por el pago de sus deudas foráneas,
muy poco será lo que se canalice a la atención de sus acuciantes
necesidades sociales.
Inclusive, una recomendación en principio promisoria,
como la vinculada a la reducción de los costos por el envío
de remesas desde las naciones ricas a los países en desarrollo,
parece mucho más una suerte de paliativo que una medida comprometida
con el bienestar de los pobres de la tierra: puesto que sus países
se encuentran sumidos en la crisis y sus economías se encuentran
severamente restringidas en materia de gasto social, incrementar los montos
netos de las remesas mediante una baja en las comisiones que se pagan por
sus envíos podría prevenir, desde la óptica del gran
capital y al menos temporalmente, que el creciente malestar ciudadano se
convierta en estallidos sociales, como ya sucedió en Argentina,
o que la conciencia democrática de los pueblos lleve al gobierno
de sus naciones a fuerzas políticas contrarias al neoliberalismo
depredador.
Por último, las previsiones auspiciosas formuladas
por el BM y el FMI -como las que anuncian un crecimiento importante del
PIB mundial y la posible recuperación del dinamismo de la economía
estadunidense- se contradicen con la realidad que sus eventuales efectos
benéficos se limitarán a las grandes corporaciones trasnacionales
y a las capas más favorecidas de la población mundial. Para
millones de seres humanos que sufren pobreza y desesperanza, la vida diaria
sigue igual: falta de empleo y de vivienda digna, padecimientos por enfermedades
prevenibles, insuficiencia de los servicios públicos más
elementales, educación limitada en cobertura y deficiente en calidad,
así como carencia de oportunidades de mejoría y desarrollo.
En este contexto, se requiere mucho más que los
buenos deseos y los golpes de pecho del BM y el FMI para remediar la crisis
que lacera, desde hace décadas, a gran parte del orbe. Hoy es claro
que sólo con una modificación sustancial del modelo económico
neoliberal para sustituirlo por otro que privilegie a las mayorías,
no únicamente a los grandes capitales depredadores, será
posible ofrecer a la humanidad un mundo más justo y un desarrollo
verdaderamente incluyente.
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