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México D.F. Martes 4 de mayo de 2004
Miguel Marín Bosch*
Rudeza inncesaria
La celeridad con que el gobierno cubano deportó
a Carlos Ahumada sorprendió a muchos funcionarios del gobierno
mexicano. Pensaron que el proceso de extradición iniciado por
nuestro país llevaría meses o años. Nadie pensó
que terminaría tan rápido. El regreso de Ahumada llega en un
momento delicado en el ya prolongado pleito entre el PAN y el PRD y el
Presidente de la República con el jefe de Gobierno capitalino. Pero
su regreso a México se inserta también en otro pleito, el de
las relaciones políticas entre México y Cuba, que se
agravó, pero no se inició con la llegada de la
administración de Vicente Fox. Los dos pleitos parecían
independientes el uno del otro, pero Ahumada se ha encargado de
entrelazarlos.
Cuba 舑sus habitantes, su historia, su
revolución y sus indiscutibles logros sociales舑 ocupa un lugar
muy especial en el ser colectivo de los mexicanos. Sólo Estados
Unidos (y, en épocas pasadas, España) despierta una
reacción parecida (más no idéntica) entre nosotros. A
veces vemos en Cuba lo que pudo haber sido la Revolución Mexicana, a
veces nos identificamos con esa nación, cuando vemos los repetidos
actos de agresión en su contra por las mismas fuerzas que nos
agredieron en el pasado. Querámoslo o no, lo que ocurre en la isla y
entre nuestros dirigentes políticos nos afecta, a veces de manera
muy directa.
En años recientes hemos sido testigos de
repetidas muestras de falta de oficio de los encargados de conducir
nuestras relaciones con los cubanos. La lista es larga. Con el presidente
Zedillo hubo un distanciamiento, pero le correspondió al primer
canciller de Fox conducir la política hacia Cuba que, partiendo de
una vigorosa acción en materia de derechos humanos, se
mezcló. Desafortunadamente, con un resentimiento personal hacia los
dirigentes cubanos, dejando así en la cuneta cuatro décadas
de cuidadosa práctica diplomática. Como en toda
relación de amistad y respeto, hubo altibajos en esos 40
años, pero la cancillería actuó de manera que se
preservara lo fundamental. El gobierno cubano hizo lo propio. Hubo casos de
espionaje de México en Cuba, diferencias en no pocos temas de
derechos humanos y acusaciones de injerencia de isleños en
turbulencias sociales en México. Sobre México y los derechos
humanos en Cuba hablaremos en el siguiente artículo quincenal. Ahora
abordaremos algunos aspectos de la relación entre los dos
países.
El meollo del asunto parecería ser que nuestros
gobernantes recientes no han sabido reconciliar el supuesto 舠paso a
la modernidad舡 de México con nuestros lazos tradicionales de
amistad con Cuba. Los dirigentes de la isla siempre han tenido muy presente
nuestra difícil interacción con Estados Unidos. Nosotros
también supimos encontrar la manera de asegurar una buena
relación con Cuba y Estados Unidos. Pero desde antes de 2000
empezamos a confundir la gimnasia con la magnesia y pensamos que un
apretón de manos con Fidel Castro disminuiría la
inversión extranjera en México. Peor aún, la consigna
parece ser que no se vaya a enojar Washington.
Independientemente de las consecuencias que pueda
tener para el gobierno mexicano la deportación de Ahumada, no cabe
duda que las autoridades han actuado con poco tino en el manejo de la
relación con Cuba.
Hace un cuarto de siglo, en vísperas de la
cumbre norte/sur que México, junto con Austria, organizó en
Cancún, fue menester informar a Castro de que no sería
invitado a la misma, pese a su condición de presidente del
movimiento de países no alineados. Se sabía que el presidente
Reagan no asistiría en octubre de 1981 si Castro participaba.
¿Qué hizo el presidente López Portillo? Ciertamente no
le habló por teléfono. Le escribió una carta y le
pidió a su secretario de Relaciones Exteriores que se la entregara
personalmente. En el curso de una entrevista maratónica que
duró buena parte de una noche, Jorge Castañeda (padre) pudo
dialogar con Castro y se retiró tan amigo del comandante como antes
de su llegada a La Habana. Dos décadas después tuvimos el
desaguisado de la Cumbre Monterrey. La diferencia fue que la primera la
organizó México y, como anfitrión, seleccionó a
los invitados, mientras que la segunda fue una cumbre de Naciones Unidas
celebrada en México. Por tanto, cualquier miembro de la ONU pudo
asistir sin necesidad de ser invitado. Pero hubiera sido preferible que se
entablara un diálogo con Castro antes de la reunión.
En el momento actual, hubiera sido aconsejable que,
tras la deportación de Ahumada, Fox hubiera despachado a alguien de
su confianza para platicar con las autoridades cubanas sobre el caso. No
hay que olvidar que Fox es el Presidente de los mexicanos y somos muchos
los que pensamos que las relaciones con Cuba no deben convertirse en una
víctima de los pleitos entre los partidos políticos.
*Ex subsecretario de
Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana
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