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México D.F. Martes 4 de mayo de 2004

Angeles González gamio

Nuestra historia en un castillo

Pocas vistas tan bellas como la que se domina desde la cima del cerro de Chapultepec: al norte, la sierra de Guadalupe; al oriente la sierra nevada, que culmina con las albas cumbres de nuestro prodigiosos volcanes: el Iztaccihuatl y el Popocatépetl; al sur la sierra del Ajusco y al poniente la sierra de las Cruces. Al pie de la colina se extiende la majestuosa Ciudad de México, ocupando el espacio que ocupaban los cinco bellos lagos que rodeaban México-Tenochtitlan.

Por ello no es de extrañar que el rey-poeta-constructor texcocano Nezahualcoyotl, lo eligiera para edificarse una mansión de descanso. En 1784 el virrey Matías de Gálvez, copió al sabio monarca y se construyó un palacete que concluyó su hijo, también virrey, en 1786. Así nació el primer y único castillo capitalino, que ha padecido múltiples vicisitudes pero siempre sobreviviente, continúa alimentando la fantasía colectiva y ahora que ha tenido una profunda remodelación, brinda mucho más material para soñar con emperadores, princesas y niños héroes.

Entre los múltiples usos que ha tenido el Castillo de Chapultepec, ha sido el de Colegio Militar. Allí se escenificó durante la invasión norteamericana en ese año nefasto de 1847, el feroz ataque contra las magras fuerzas que defendían el bastión, entre otros, 200 jóvenes cadetes 舑casi niños舑 que perecieron valerosamente.

En 1864 Maximiliano suprimió el Colegio Militar y remodeló el Castillo para que fuera su residencia. En el Alcázar instaló las habitaciones, le construyó terrazas, calzadas en el bosque y ese paseo magnífico que ahora llamamos Paseo de la Reforma. Al triunfo de la República, lo ocupó el presidente Sebastián Lerdo de Tejada y después llegó Porfirio Díaz con su aristócrata esposa Carmelita Romero Rubio, a realizar innumerables modificaciones. Tras la familia Díaz, ocuparon el recinto por temporadas breves: Francisco I. Madero, Abelardo Rodríguez y Portes Gil; fue a partir de la presidencia del general Lázaro Cárdenas, que el Castillo pasó a ser Museo y los Pinos la residencia oficial.

A partir de entonces el célebre edificio ha tenido múltiples adaptaciones y en los últimos años había acumulado un sinfín de problemas de todo tipo, entre otros estructurales, que lo ponían en peligro, por lo que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), tomó la sabia decisión de remodelarlo a fondo, aprovechando los conocimientos de los especialistas en las diversas materias que trabajan en el propio instituto, lo que permitió que el costo fuera muy bajo proporcionalmente a la magnitud de la obra,

El Alcázar también fue maravillosamente restaurado, lo que nos permite entrar a la intimidad de Maximiliano y Carlota, de Porfirio Díaz y Carmelita y a la representación viva de una época de México, que se caracterizó por la pompa, el lujo y el refinamiento.

Hace unos meses se concluyó la segunda fase de la remodelación que vuelve a la vida el Museo Nacional de Historia, que no podía tener sede mejor. Con el apoyo del entusiasta y talentoso director del INAH Sergio Raúl Arroyo y el director del museo Luciano Cedillo, experto apasionado del tema, las nuevas salas ilustran nuestro pasado con murales, objetos y videos que brindan una experiencia interesante y amena, que gozan todas las generaciones.

Impactantes los murales de José Clemente Orozco que tratan la Reforma y la caída del Imperio, al igual que los de Siqueiros que van del porfiriato a la revolución. Muy apuesto aparece don Benito Juárez en las obras de Antonio González Orozco. También son de mención las pinturas de Jorge González Camarena.

En este museo hay algo especial para todos; ya mencionamos las joyas pictóricas, pero también las hay con piedras preciosas y formas exquisitas, como la corona que perteneció al Benemérito, que se muestra en la sala introductoria, formada por hojas de laurel laminadas en oro, con rubíes, brillantes y una roseta de esmeralda, regalo de la ciudad de México el día que Benito Juárez regresó  a la capital después de tres años de recorrer el país.

Llevaría muchas crónicas hablar del contenido de este museo extraordinario, que con su nueva museografia esta a la altura de los mejores del mundo, así es que lo mejor es visitarlo y después ir a comer a la cercana colonia Polanco, que entre sus múltiples opciones tiene un excelente restaurante de comida portuguesa, situado en el lindo Parque de los Espejos, en Emilio Castelar 121. Con la vista de frondosos fresnos, añejas palmeras y sedantes espejos de agua que bautizan el parque, se degusta bacalao en todas sus formas; mi favorito: a las brasas; acompañamiento indispensable, el afamado vino verde; algunas noches cantan fados; puede preguntar en el 52810075.

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