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Crónica
Sero
Joaquín Hurtado
Tarde de calor bochornoso en un Monterrey que aún
no desembarca del todo en su playa canicular. Con sueño y hambre
guardo celosamente mi sitio en esta fila. Llevo una hora para tramitar
la receta de los medicamentos antivirales. Luego haré otra para
los de hipertensión, hiperlipidemia, alergias varias y hongos en
la piel. Concluido el fatigante y fastidioso periplo, comenzaré
de nuevo: ahora venga y fórmese para su cita del mes que entra.
Eso si no te tocan exámenes de sangre, que en ese caso tendrás
que venir en riguroso ayuno de 12 horas. ¡Dios mío, si en
el último mes he bajado tres kilos! Entretanto escucha los lamentos
de ancianos y bebés: los aullidos de la miseria.
Dos horas en farmacia para que me digan que regrese mañana.
Ni hablar: hay que regresar diez mil veces y gastarte tardes completas
por un frasco de Stocrin. Temo quedar desmayado en una de estas bíblicas
filas, víctima de inanición y cansancio extremo.
Ay, estos mis días de infierno burocrático.
Pero al menos en la clínica de los maestros hay medicinas. Me las
surten de vez en cuando pero no me faltan. Un poco más allá
y uno sufre vértigo al enterarse de cómo son tratados los
pacientes en el IMSS e ISSSTE. En Censida dicen que hay que escribirles
un reporte, que hay que enterar al Sr. Secretario de todos estos pantanos
en el abasto de los tratamientos. ¿Funcionará?
Me temo que no. Es que será tan sencillo para el
jefe de farmacia decirle al C. Secretario de Salud, con cinismo o compasión:
véngase mañana, ya me notificaron que sus medicinas vienen
en camino. Y vaya usted mañana, tómele la palabra al farmacéutico,
Sr. Srio. No le deseo mal a usted, ni es por hacer mofa de su investidura,
pero apuesto mi conteo viral indetectable a que seguro le van a recetar
más promesas. Y de promesa en promesa uno se acostumbra a vivir
en la desesperanza.
Por eso no me haga caso. Estoy cansado. Ya traigo los
huesos muy lastimados porque no tengo carne que me los cubra. No me quiero
ver al espejo con esta cara de alien, por la maldita lipodistrofia
que me acumula grasa corporal donde menos la necesito. Mi tanque de combustible
con la alegría de vivir se ha ido vaciando.
No es por justificarme pero este gesto huraño,
este hartazgo en el rictus, este pleito con mi alma, esta rabia a flor
de pellejo, se debe a tanta patraña. Tantas redes de activistas
luchando por el acceso y el abasto a medicamentos, tanta saliva y oficios
y presupuestos comprometidos en los programas de atención a enfermos
y murientes, tanta historia, tantos muertos, tantos años en la primera
línea de fuego; y todo el sudor y toda la sangre y todos los mocos
para que el pobrediablo de la farmacia me, nos, te digan: hoy no hay, mañana
quién sabe. Y se dé la media vuelta al tiempo que grita desde
la otra ventanilla: ¡el que sigue!
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