México D.F. Viernes 7 de mayo de 2004
Carlos Montemayor/ I
Acercamiento a Tsin Pau
Comencé a trabajar en los poemas de Tsin Pau 17 años después de haber conocido a los poetas chinos de la Dinastía Tang. El nombre de Tsin Pau lo había empleado en uno de los relatos de mi primer libro, Las llaves de Urgell. En esa ocasión no lo consideré como poeta, sino como estudiante en la capital del imperio para aspirar a la gubernatura de una provincia. Referí su retorno a la aldea natal y a la casa paterna; sufrió en la Calzada de los Templos un castigo ritual y escuchó alucinado una voz que relataba su propia muerte, de ahí que el cuento se titulara ''La muerte de Tsin Pau".
Esa primera vez, en mi libro de 1972, su nombre me atrajo por la sonoridad; me pareció que convenía a la atmósfera que yo quería sugerir en la Calzada de los Templos y particularmente en las habitaciones de la casa paterna, propia de una familia de letrados y de funcionarios del imperio.
Mi rencuentro con Tsin Pau, 30 años más tarde, esta vez como un poeta de la Dinastía Tang, fue más complejo. Yo había visitado Italia en abril de 2002 para presentar la edición italiana de Los informes secretos, que apareció como La danza del serpente (La danza de la serpiente), título que yo había propuesto originalmente a mis editores en México.
Durante ese viaje me llevé el manuscrito ya varias veces revisado de Las armas del alba, que en ese momento se titulaba tentativamente Madera y en ocasiones también Esperando el amanecer.
Después de haber presentado La danza del serpente en varias ciudades del norte y del sur de Italia, Susana y yo pasamos unos días en la casa de campo de la esposa y la cuñada de mi traductor Roberto Bugliani, las hermanas Mirella y Franca Ghirlanda.
A lo largo de una semana me dediqué a la revisión definitiva de la novela.Una de esas frías noches, en medio del bosque, en las montañas de Liguria, contemplando la neblina desde la terraza, hablamos largamente de China y de los poemas que yo había conocido y trabajado en 1986. Recordar a China en esa noche brumosa, me sorprendió; más que un recuerdo, lo sentí como un presentimiento, algo laborioso que se aproximaba.
Cuando retorné a México me reuní con mis editores para acordar varios detalles de la novela. En una sesión de junio, donde participaron Roberto Banchik, Jesús Anaya, Andrés Ramírez y René Solís, discutimos, entre otras cosas, el título mismo. Cuando nos inclinamos por Las armas del alba, René Solís propuso, risueño e irónico: ''ƑPor qué no buscas un insólito epígrafe en alguno de esos poetas chinos que nos has mencionado otras veces, un poeta ajeno a nosotros, a esta cultura, para aclarar el título de la novela?" La propuesta me pareció formidable.
''De acuerdo", contesté.
''Pero si no logro encontrarlo a nuestra entera satisfacción, me comprometo a invocar a algún poeta de la Dinastía Tang y a pedirle que nos escriba especialmente un poema''.
Todos se rieron. Brindamos. Para su sorpresa, y también para la mía, recité algunos versos centrales de lo que más tarde fue el epígrafe de Tsin Pau en Las armas del alba.
Me atrajo la idea de que el realismo de los viejos poetas chinos pudiera coincidir con la naturaleza de esta novela. En la ciudad de México trabajé varios días el primer poema de Tsin Pau. Revisé las notas y versiones que yo había preparado en 1986 con Chen Guang Fu y recordé mis largas caminatas y conversaciones con él. Por esos días, y a fin de poner orden en mis papeles, escribí dos artículos sobre la poesía de Du Fu y otros poetas clásicos de la Dinastía Tang que publiqué en estas páginas de La Jornada.
Me había rencontrado, pues, con mi antiguo personaje, con Tsin Pau , ahora en algo más complejo y laborioso que su viejo recorrido por la Calzada de los Templos en la provincia de Hunán. En aquel antiguo texto Tsin Pau había participado en los ritos de los Templos y había probablemente incurrido en una violación de secretos religiosos o de secretos mágicos. Se le impuso por ello un castigo también mágico o ritual, vinculado con la memoria y con cierta conciencia de la vida y la muerte. No me propuse que esos rasgos surgieran en sus poemas. Por el contrario, pienso que predomina en ellos el realismo sensorial de Du Fu y algo del lirismo de Wan Wei. Es decir, supuse que me encontraría con un personaje diferente, sin recuerdos del episodio de los Templos.
Sin embargo, en algunos poemas logró retornar el mismo Tsin Pau. Según apunté en ese viejo relato: ''Antes de salir, miró fijamente en un altar el ángulo del primer sol: la piedra oscurecía y las sombras palpitaban en sus ojos hasta despertarle recuerdos de los más velados, de los más perdidos".
Algunos de esos recuerdos tal vez persistieron en poemas como ''La ventana", ''La espera" y las dos versiones de ''La noche"; igualmente en ''Las montañas de los guardianes", que no deriva acaso de las voces fundamentales de Du Fu y de Wan Wei, sino de cierto ciclo de Li Bai.
Más tarde viajé a la ciudad de Monterrey para dar una conferencia sobre el helenismo en la obra de Alfonso Reyes. Después de visitar esa venerable biblioteca llamada la ''Capilla Alfonsina", en la Universidad Autónoma de Nuevo León, tuve oportunidad de encontrarme con los poemas que aquí aparecen como La ventana, Lin Tao, La espera y Hung Huan, el Victorioso.
Los primeros días de julio de ese año regresé a Italia, a participar en los festivales Liberazione que organizó el Partido de la Refundación Comunista sobre América Latina. Del 2 al 17 de julio dispuse de tiempo suficiente en Milán, Florencia y Pisa para encontrarme con otros poemas de Tsin Pau.
En Milán trabajé en los poemas Un amigo y Caligrafía. En Pisa, en tardes particularmente calurosas, El atardecer y El Letrado, este último en un ambiente muy cercano al que describe el poema. En Florencia preparé Viajeros y la primera versión de La noche. Pocos días después, en Cecina Mare, en Livorno, elaboré la segunda versión de La noche.
En octubre de ese mismo año, de nuevo visité Bologna y efectué con Danilo de Marco y un compositor del Friuli un peculiar viaje a las montañas, en los límites con Toscana, hasta una aldea medieval llamada Qualto. El viaje fue deslumbrante por el paisaje, la neblina, el frío; en esa ocasión intuí otro poema de Tsin Pau: La montaña.
A principios del siguiente año, invitado por la Universidad de Pittsburgh, volví a contemplar la belleza de las nevadas y de la tierra emblanquecida; ahí comencé a escribir La tormenta; días después, al pernoctar de regreso en la ciudad de Houston, escribí el primer apunte de La danza y el río.
En los primeros meses de este 2004, en la ciudad de México, volví a revisar los poemas y agregué varios más, como Despedida en el río, el ya mencionado Las montañas de los guardianes y El remanso. Entre otros libros, consulté el altivo Cathay de Ezra Pound, los minuciosos volúmenes de Herbert A. Giles, Gems of Chinese Literature; Vida y poesía de Li Po, de Arthur Waley, a quien Virginia Woolf, en el prólogo de su novela Orlando, le agradece el erudito apoyo; el breve manual de La Literatura Clásica China de Feng Yuan-Chün, y La historia del pueblo chino, que L. Carrington Goodrich publicó en 1943 y que Vicente Gaos tradujo al español en 1950.
Estas relecturas, más que orientarme en la versión final de los poemas de Tsin Pau, me ayudaron a confirmar la inmensidad y grandeza de la cultura china y a recordar las semanas de septiembre y octubre de 1989, cuando visité, deslumbrado, las ciudades de Xian, la antigua Chan An de la Dinastía Tang, y Beijing.
Mis poemas de Tsin Pau son apenas un breve reconocimiento a esa tradición de milenios. Las armas del alba me llevó al rencuentro con mi propio personaje chino de Las llaves de Urgell, ahora más parecido a mí que a su familia imperial.
Impredecibles suelen ser las páginas que una vez recorridas se revelan como inevitables, e incluso, Ƒpor qué no decirlo?, como esperadas.
|