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México D.F. Domingo 9 de mayo de 2004

Marcos Roitman Rosenmann

Las meretrices de la política

Si miembros de la elite política, gobernante o en la oposición, son capaces de renunciar a su responsabilidad de servicio público y venderse a cambio de dinero, honor o reconocimiento social, su acción no difiere de quienes comercian con su cuerpo. La disimilitud entre prostituirse y corromperse reside en el fin de la acción. La corrupción política se construye extramuros y no conlleva, en la mayoría de los casos, un beneficio personal. Son los partidos, las empresas o los gobiernos quienes se benefician de ella.

Ejercer la prostitución política, en cambio, trae consigo convertirse en mercancía. Ofertarse y ser deseado, su práctica no ataca la credibilidad de instituciones y organismos donde se desarrolla. La voz del Diccionario de uso del español de María Moliner la concibe como "un empleo deshonroso de cargo o autoridad; por ejemplo, obteniendo provecho ilícito de ellos o sirviendo intereses mezquinos. Hacer alguien uso deshonroso de cualquier cosa que posee y que en sí es noble, vendiéndola o envileciéndola: prostituir su inteligencia".

La prostitución política no está exenta de las reglas que posee su par, la prostitución sexual. Es, ante todo, un acto de compra y venta sometido a la lógica del mercado. Su referente es la seducción y la libido. Sólo que en este caso, el deseo no se activa con el uso de ligueros, tacones, faldas cortas, musculatura exuberante o tamaño de los miembros. Para prostituirse políticamente hay que mostrarse cínico, nihilista, falto de ética, mentiroso, plutócrata y, desde luego, no tener escrúpulos. Los reconocemos por sus actos. Se prestan para cualquier servicio, día y noche. No descansan nunca. Declaran guerras, crisis diplomáticas, comercian con su voto y renuncian voluntariamente a su dignidad a cambio de efímeros momentos de gloria. Venden al mejor postor la soberanía nacional, la memoria histórica, cualquier cosa que se les solicite. Una vez prostituidos, gozan con ser requeridos continuamente. Se consideran el o la más deseada del burdel. Por ello se vanaglorian de dar clases en universidades extranjeras a las órdenes del cabrón. Y de vez en cuando de ser el o la favorita. Pero no dejan de ser meretrices de la política. Por su singularidad las encontramos en todo el espectro ideológico.

En esta sociedad donde prima la economía de mercado, el ejercicio libre profesional de prostitutas y prostitutos no puede considerarse un acto reprochable. La condena la guardamos para los casos y circunstancias donde existe violencia física y síquica. El juicio moral lo establecemos cuando se trata de trabajo esclavo y de proxenetas, donde asistimos a la degradación de hombres y mujeres, niños y niñas, destinados a satisfacer un turismo sexual para los beneficiados de un capitalismo sin fronteras.

Tampoco la visión religiosa de la prostitución del cuerpo, en tanto mala conciencia que expresa el fracaso moral, es nuestro referente. La Iglesia, dirá Gonzalo Puente Ojea, "con la vinculación de conocimiento, sexo, lujuria, culpa, caída (...) ha impedido secularmente que el individuo pudiera acceder al ejercicio de una libertad integral, que tiene que comenzar por la libre disposición sobre el propio cuerpo como sustrato unitario de todas sus potencias y continuar, en conexión indisoluble, con la libre disposición sobre la propia mente, instancia fundadora de su racionalidad".

La prostitución política la podemos identificar como una práctica hipócrita. Es una doble moral alejada de los principios éticos sobre los cuales se fundamenta el quehacer republicano. Prostituirse políticamente es ofertar un producto que no pertenece a la meretriz. Hablamos de bienes públicos, de riquezas naturales, de fuentes energéticas, de decisiones soberanas, de votos, de acervo cultural, de independencia. Sin embargo, para quienes deciden prostituirse en la política, nada escapa a la compra y venta. Mientras se sea ministro, diputado, senador, jefe de gobierno, puede uno jugar y dilapidar el patrimonio de un pueblo o una nación. Resulta curioso constatar que su práctica se extiende de manera generalizada, comprometiendo a una proporción no despreciable de las elites en el poder. Tampoco extraña que la prostitución política se asiente con mayor fuerza en países donde la derecha política encarna supuestas reformas y transiciones democráticas, o donde la izquierda se volatiliza perdiendo su identidad a cambio de una ayuda humanitaria o de luchar contra la corrupción.

Ahora, cuando el gobierno republicano de Estados Unidos decide profundizar su política de acoso y derribo del gobierno constitucional de la república de Cuba, se apuntan nuevas y viejas meretrices que se disputan el ser la más consentida y la mejor pagada. En este despropósito y sin ningún rubor han decidido despojarse de las reticencias morales que aún guardaban y muestran su desnudez sin ambages esperando que se les llame para cumplir su trabajo. No estamos en presencia de una violación, estamos asistiendo a un alumbramiento de un orden donde se pide con fuerza el papel de sumiso y obediente. Papel que acaba con cualquier vestigio de dignidad política. Nada puede haber más abyecto en política que desear prostituirse con la finalidad de destruir una revolución como la cubana, que mas allá de errores y aciertos, ha sido ejemplo para toda América Latina. Lo más lamentable es que sea desde el gobierno del PAN, en México, de donde se esté urdiendo la trama conspiradora para este fin. Cuál es el precio que se adeuda a estas meretrices de la política sólo lo saben sus amos. Pero no cabe duda de que no se trata de una acción aislada. Una vez aceptada la condición de prostituto político, no hay límite para el ejercicio de la profesión.

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