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México D.F. Miércoles 12 de mayo de 2004

Arnoldo Kraus

Medicina: escasez de recursos

En este siglo muchas muertes se confeccionan de acuerdo con la vida o a lo que semeja ser vida. En Estados Unidos, por ejemplo, los gordos compulsivos mueren por problemas derivados del comer: los acaban los filetes de carne, los huevos y los quesos grasosos. En la mayoría de los países del llamado primer mundo muchos fenecen por otro tipo de "excesos". Unos por accidentes automovilísticos, otros porque gracias a la bonanza económica viven más y fenecen por circunstancias relacionadas con la edad -cáncer, enfermedad de Alzheimer o abandono- y no pocos jóvenes por consumir drogas. Otros, sobre todo en Estados Unidos, por ese ríspido término, homeless, que refleja no sólo la carencia de casa, sino de sociedad. Salvo por el síndrome del abandono -me refiero a los viejos y a los sin casa-, en el resto de los casos el Estado poco tiene que ver con los decesos.

En las naciones pobres el problema es distinto. Muchas muertes se deben a la pobreza, es decir, no pocas podrían haberse evitado o al menos postergado. El sida, la tuberculosis o la malaria son epidemias, sobre todo las dos últimas, propias de la miseria y reflejo de la ineficacia de los sistemas de salud. Ejemplos similares serían la desnutrición, algunas enfermedades relacionadas con el trabajo y algunas epidemias nosocomiales, como la que causó la muerte de 35 recién nacidos entre diciembre de 2002 y enero de 2003 en Comitán de Domínguez, Chiapas. En esos casos se podría considerar al Estado corresponsable o, incluso, culpable de esos decesos.

Aunque en los países ricos también hay problemas para asignar recursos, en el segundo ejemplo el brete es mucho más complejo. La malaria y la tuberculosis en la mayoría de los países pobres son buen ejemplo del fracaso de la medicina mundial y de los tropiezos de ese magnífico sueño que es la justicia distributiva, cuya ausencia, en medicina, es mucho más dolorosa que en otros rubros. En medicina, la falta de justicia es sinónimo de enfermedad o muerte por razones "predecibles". Implica, asimismo, desventajas físicas y mentales en los individuos perjudicados para poder competir en la vida ya que la mayoría están "marcados" desde el útero.

La malaria, por ejemplo, afecta cada año entre 300 y 500 millones de personas; en Africa mata anualmente a más de 2 millones y se calcula que el producto interno en ese continente disminuirá 32 por ciento. Si a las mermas económicas relacionadas con la malaria se agregan las de la tuberculosis o las del sida -en algunas poblaciones la tercera parte de los habitantes se encuentra infectada- es muy probable que las calculadoras se atasquen si intentan delimitar las dimensiones de la catástrofe africana. Hay incluso quienes piensan que en las próximas décadas algunos pueblos desaparecerán.

Con la malaria sucede lo mismo que con otras enfermedades infecciosas. Las medicinas "viejas" ya no sirven y las nuevas son impagables: los nuevos fármacos cuestan entre 10 y 20 veces más. Mientras que la terapia tradicional para tratar la malaria cuesta entre 0.2 y 0.5 dólares por tratamiento, los esquemas actuales oscilan entre 1.2 y 2.4 dólares: eso es lo que vale la vida de un africano.

Además de ser ineficaces, los viejos tratamientos causan otros problemas, pues generan resistencia en los parásitos, por lo que en el futuro los nuevos medicamentos también podrían dejar de ser curativos. Es evidente que las contradicciones son inmensas. En medicina nunca ha habido tanto progreso como ahora, y aunque en muchos rubros la salud de la sociedad ha mejorado, en otros no ha sido así. Los 2 millones de africanos que mueren cada año podrían salvarse invirtiendo, aproximadamente, 4 millones de dólares anuales. Sin duda un día de guerra en Irak cuesta mucho más.

La asignación adecuada de recursos en medicina es un problema muy grave, sobre todo cuando se habla de sociedades y no de individuos. Conjunta aspectos éticos, políticos, económicos, de planeación y de educación. Cuando la falta de justicia distributiva se combina con la presencia de enfermedades potencialmente graves como las enunciadas el corolario es funesto: unos mueren, otros sufren enfermedades devastadoras por lo que trabajar les resulta imposible y algunas familias quedan endeudadas para siempre al intentar salvar a alguno de sus miembros.

Muchas de esas muertes son ensayos in vivo del peor de los darwinismos sociales y muestra de esa enfermedad incurable, nauseabunda, abominable y nefasta plaga llamada política -dejo al lector espacio para otros calificativos. Baste recordar que la vida de un africano que padece malaria cuesta menos de 3 dólares y que los recién nacidos que murieron en Chiapas hace un año fallecieron, según autoridades de salud, por "exceso de nacimientos". La conclusión es gratuita: en muchos países algunas enfermedades y no pocas muertes están determinadas desde antes de la concepción y a partir de la ineptitud de los políticos.

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