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México D.F. Jueves 13 de mayo de 2004
Olga Harmony
Nuestra señora de las nubes
Es bueno que se recoja un texto que toca lo político en estos tiempos en que peligra todo lo que somos y en que la hermana tierra que combina el sóngoro cosongo con el zoon politikón podría sufrir nuevos atentados del brutal imperio. En realidad se trata de una versión libre de Nuestra señora de las nubes, del argentino exiliado en Ecuador, Arístides Vargas, que con el sobretítulo de ...Del exilio intenta revivir al Taller del Sótano, grupo desaparecido hace varios años. El Sótano fue creado por José Acosta y Tere Rábago (quien se ha alejado de la actuación y en esta escenificación aparece como asesora escénica, sea eso lo que sea) en 1990 con un collage de tres monólogos de Darío Fo y Franca Rame que, a pesar de la desafortunada dramaturgia, logró que todos reparáramos en la actriz y el director. Tras varias obras de gran éxito escénico y con el mismo problema dramatúrgico, el encuentro con Jardín de pulpos, de Arístides Vargas -del cual escenificarían posteriormente La edad de la ciruela, con las excelentes actuaciones de Teresa Rábago y Olga González y la equivocada dirección de la coreógrafa Maricela Aguilar -nos hizo ver la potencialidad de esta compañía al apoyarse en un buen texto. Por desgracia, al poco tiempo el grupo se disolvió.
Ahora, tres de los miembros del antiguo grupo, Rodolfo Arias, Néstor Galván y Tere Rábago recogen el nombre del Taller del Sótano en esta adaptación colectiva -como parece ser colectiva también la dirección, puesto que Néstor Galván aparece como coordinador- de una obra que no conozco, a pesar de que se ha representado en varias partes, por lo que solamente me puedo referir a lo visto en el escenario de La Gruta.
En un espacio que parece ser un bar de algún país del que no se nos ofrece el nombre, Rodolfo y Bruna, que no se conocen, descubren que ambos son exiliados de la dictadura implantada en una nación inventada, pero que puede ser cualquier sitio de Latinoamérica, que se llama Nuestra señora de las nubes. La nostalgia y los recuerdos se escenifican en varias viñetas que mucho le deben al realismo mágico sobre todo la primera en que la abuela Josefa narra a Meme, el nieto con retraso mental, la creación de ese país. Somos testigos del clasismo de los dirigentes encarnados en una pareja que baila mientras conversa. Nos asomamos a la barriada y a las graciosas formas de cortejo de los hombres ante las muchachas, casi contraste de la escena anterior. Asistimos a la represión y al grito de la abuela de que "los culpables son los vecinos con su silencio", ese silencio que en muchas de nuestras naciones se guardaron o se guardan, por temor o indiferencia, ante la brutalidad dictatorial. La historia de Nuestra señora de las nubes es narrada en esos breves momentos de la versión que se nos ofrece y que resulta bien armada a partir de los diálogos en el bar.
La producción es muy austera, con sólo dos mesas con sus respectivas sillas y una barra del bar, aunadas al telón de fondo realizado por Felipe Lara y Cenobia Fernández. En las mesas muy separadas, dialogan los excelentes Emma Dib y Rodolfo Arias, como los exiliados Oscar y Bruna, en un momento actoral muy difícil. Dos hombres en la barra parecen escuchar su diálogo y ellos no dejan de echar miradas suspicaces en esta dirección: el clima del temor que no abandona a ambos personajes queda muy bien establecido con esas miradas a los hombres que deben en silencio y con la nota que Bruna entrega sigilosamente a Oscar. Esta primera escena, se quiera o no, nos retrotrae a los odiosos tiempos de la Operación Cóndor. Marcela Romero y Brisa Rosell encarnan varios personajes, la primera como la abuela Josefa, la señora elegante, la damisela de barrio y uno de los bebedores. La segunda, como Meme, una damisela, la mujer del bar y otro de los bebedores. También interprta Emma Dib a uno de los chulos de barrio y Rodolfo Arias al otro y al gobernante. Con unos cuantos elementos y sólo cuatro actores, apoyados por la musicalicación de Ari Breckman, el Taller del Sótano revive de muy buena manera y ojalá el colectivo continúe con renovados bríos.
Nota: Mis disculpas al escenógrafo Arturo Nava a quien rebauticé como Alejandro en mi artículo pasado.
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