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México D.F. Viernes 21 de mayo de 2004
Leonardo García Tsao
Recta final de un festival desangelado
Cannes.
La impresión tenida ayer después de la función
de prensa en cuanto a las posibilidades ganadoras de Diarios de motocicleta,
de Walter Salles, fue confirmada por la recepción del público
al final de su función de gala. El tupido aplauso duró más
de 15 minutos, mientras el equipo de la película agradecía
emocionado. Inclusive las lágrimas salían de los ojos del
actor Gael García Bernal. Para reforzar el lado sentimental, también
estuvo presente el verdadero Alberto Granado, de 81 años.
Sin duda, el actor mexicano ha sido una de las estrellas
más retratadas del festival. El hecho de protagonizar la película
inaugural, La mala educación, y ahora la mejor recibida del
concurso, lo ha colocado en un indiscutible primer plano. Curiosamente,
son dos actrices chinas y dos argentinas quienes también participan
en sendas películas de la sección oficial. La pequeña
Zhang Ziyi es la heroína de La casa de las dagas voladoras
y protagoniza 2046, la tan esperada realización de Wong Kar-Wai.
Mientras que Maggie Cheung es la actriz del día. En la función
matinal, protagonizó Clean (Limpia), del francés
Olivier Assayas. Y más tarde tendrá una aparición
especial en 2046, si la película llega a tiempo a su retrasado
estreno. Por su parte, Mercedes Morán hace de madre tanto en La
niña santa como en Diarios de motocicleta; y su paisana
Mía Maestro desempeña papeles secundarios en ambas.
Por cierto, Clean marca el regreso del realizador
Assayas a una narrativa convencional, después del fallido experimento
de Demonlover, que también concursó en Cannes hace
dos años y fue masacrado por la crítica. Cheung interpreta
en este caso a una especie de versión fracasada de Courtney Love,
una drogadicta considerada mala influencia para su esposo roquero, que
muere en Vancouver de una sobredosis. Tras una breve condena en prisión,
la mujer decide dejar la droga y empezar de nuevo en París. Entre
sus planes también está el recuperar a su hijo, que ha quedado
al cuidado de sus abuelos paternos. El tratamiento formal es tan plano
como la historia. Assayas no consigue interesarnos en su personaje, encarnado
con extrema rigidez por Cheung, y sólo las apariciones de Nick Nolte,
como el abuelo, ofrecen algo de peso dramático.
Uno pinta su raya frente a la otra competidora del día,
Innocence (Ghost in the Shell 2), del japonés Mamoru
Oshii, que se inscribe en esa forma o tipo de animación japonesa
llamada ánime. Será por culpa del abismo generacional pero
nunca he podido apreciar la estética del género, ni entender
sus embrolladas aunque pueriles historias. De entrada rechazo esa convención
por la cual los personajes japoneses ostentan ojos grandes y narices respingadas,
así como esa animación tiesa que se ve a ratos como cartones
en movimiento. Obviamente no fue una elección acertada para un grupo
que, en promedio, rebasa el cuarentón. Menos de la mitad de la sala
permaneció hasta el final de la proyección de prensa.
Faltando un día de la competencia está claro
que, salvo lo que pueda pasar con 2046, Diarios de motocicleta
encontrará el camino despejado para figurar en el Palmarés.
La encuesta de los críticos de la revista Screen le ha dado
el promedio de calificación más alta: 2.9 sobre 4. En cambio,
las peor calificadas han sido la coreana La mujer es el futuro del hombre,
de Hong Sang-soo y la tailandesa Malestar tropical, de Apichatpong
Weerasethakul.
Mucho se dijo que la edición del año pasado
fue la peor en la historia de Cannes. Ahora no estoy tan seguro. Es cierto
que hubo títulos abismales como The brown bunny pero también
se estrenaron películas muy satisfactorias como Distante, Dogville
y Río Místico, por mencionar mis favoritas personales.
Ninguna de las concursantes más rescatables de este año alcanza,
a mí parecer, esos niveles de calidad.
Tanto en la prensa como en el mercado, el sentimiento
dominante es de desánimo. Lo que la gente quiere es irse de Cannes
cuanto antes. No se sabe por qué pero hay pesadumbre en el ambiente.
Ha habido conatos de violencia dentro y fuera del festival; y la revisión
diaria con detectores de metal a la entrada del Palais, como si uno fuera
a abordar un vuelo internacional, se ha vuelto una lata. Por decirlo en
términos setenteros, lo que ha cundido este año ha sido la
mala vibra.
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