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México D.F. Martes 1 de junio de 2004
Adolfo Gilly*
Populismo radical: un sujeto político no identificado
1.El general James Hill, jefe del Comando Sur del
ejército de Estados Unidos, en un informe presentado el 24 de marzo
de 2004 ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara
de Representantes de Estados Unidos, además de las obligadas menciones
al terrorismo y al narcotráfico como cuestiones tocantes a la "seguridad
hemisférica", agregó: "Estas amenazas tradicionales se complementan
ahora con una amenaza emergente mejor caracterizada como populismo radical,
en el cual se socava el proceso democrático al reducir, en lugar
de aumentar, los derechos individuales".1
Según el jefe del Comando Sur, encarnarían
esta corriente política "algunos dirigentes" que, en América
Latina, "explotan frustraciones profundas por el fracaso de las reformas
democráticas en entregar los bienes y servicios esperados. Al explotar
esas frustraciones, las cuales van de la mano con frustraciones causadas
por la desigualdad social y económica, los dirigentes están
logrando a la vez reforzar sus posiciones radicales al alimentar el sentimiento
antiestadunidense". Como ejemplos mencionó a Venezuela, Bolivia
y Haití, pero también señaló el cuestionamiento
de "la validez de las reformas neoliberales" expresado en el Consenso de
Buenos Aires que en octubre de 2003 firmaron los presidentes de Brasil
y Argentina, Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner, en el
cual se pone el acento en "el respeto a los países pobres".
Este jefe militar, el más poderoso de la región
si se tiene en cuenta que su respaldo es el Pentágono y que es éste
el que habla por su voz, estimó además que el "populismo
en sí no es una amenaza": "La amenaza surge cuando se radicaliza
por un dirigente que utiliza en forma creciente su posición y el
apoyo de una parte de la población para trasgredir gradualmente
los derechos de todos los ciudadanos". Estaríamos así no
ante una reaparición de los movimientos populares nacionalistas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a los cuales se denominó
"populismos", sino ante una tendencia nueva, surgida de la situación
creada por las reformas estructurales neoliberales de las últimas
dos décadas en el continente.
El general Hill alude, en efecto, a un fenómeno
difícil de definir si se lo remite a las experiencias de movimientos
como los encabezados por Juan Perón en Argentina, el MNR en Bolivia,
Jacobo Arbenz en Guatemala, Jango Goulart en Brasil y, al extremo culminante,
por Fidel Castro en Cuba y por Salvador Allende en Chile. El recurso reiterado
contra ellos fueron, en su momento, los golpes militares o las invasiones
con el patrocinio del Departamento de Estado de Washington y del Pentágono,
cuyo representante y portavoz en esta región es ahora el general
James Hill.
El único que sobrevivió, entre otras razones
porque rompió las reglas del juego, transformó su revolución
nacional en revolución social, expropió a las viejas clases
dueñas de la tierra y del dinero, disolvió su ejército,
reorganizó la nación y enfrentó directamente al poder
imperial, fue el movimiento cubano. Significativamente, un rasgo común
de estos nuevos sujetos políticos a los cuales el general Hill identifica
como "populistas radicales" es que en la diversidad de sus políticas
nacionales todos ellos mantienen una relación cercana con Fidel
Castro y su gobierno: Lula, Kirchner, Chávez, Evo Morales, también
Tabaré Vázquez y otros más. No creo que al general
se le escape ese detalle, que hace de Cuba un puente entre una y otra época,
sino más bien que no le conviene por ahora destacarlo demasiado.
De este modo, esas dos grandes instituciones del capital,
el FMI y el Pentágono, garantes de su dominación mundial
y de la hegemonía de Estados Unidos dentro de ésta, están
buscando redefinir, desde sus respectivas posiciones de poder, sus relaciones
con una nueva realidad que ven aparecer en América Latina. Para
el general James Hill se trata de una "amenaza emergente". Conviene pues
considerar esta situación desde el otro extremo y ensayar una mirada
desde el interior de las realidades sociales generadoras de esa "amenaza".
***
2. El neoliberalismo es, antes que un modelo económico
como se lo suele llamar, un modo de dominación a escala mundial
y nacional surgido de la restructuración global y la expansión
mundial de las relaciones capitalistas inaugurada a mitad de los años
70, después de la derrota de Estados Unidos en Vietnam.
Esta restructuración global (también llamada
globalización) culminó en los años 90 con la gran
borrachera de las privatizaciones (es decir, el despojo y la apropiación
privada de los bienes comunes de las naciones y sus pueblos); la flexibilización
laboral (es decir, el debilitamiento o la destrucción de las estructuras
jurídicas protectoras del trabajo); la desregulación financiera
y comercial (es decir, la actividad irrestricta y el poder omnímodo
del capital financiero en las relaciones entre capitales y entre éstos
y los Estados, sus legislaciones y sus finanzas públicas); la incorporación
de pleno derecho al mercado capitalista de las inmensas reservas de fuerza
de trabajo y de las ilimitadas extensiones territoriales de Rusia, China,
Europa del Este y el Sudeste asiático; y las innovaciones científicas
y tecnológicas que, colocadas al servicio de la valorización
del capital, subordinan a éste los procesos de la naturaleza y la
utilización sin ley ni control de los recursos naturales (aguas,
vegetación, atmósfera, biodiversidad, patrimonio genético)
que desde tiempo inmemorial eran pensados y vividos como habitat del género
humano, como la parte externa y la condición de existencia y reproducción
natural de su existencia corporal y espiritual en tanto especie.
El neoliberalismo, la desregulación, significa
la destrucción de las protecciones jurídicas, sociales e
institucionales que las luchas y los afanes de los trabajadores y de la
sociedad fueron construyendo a lo largo del siglo XX y a través
de las dos grandes guerras mundiales y de las revoluciones y movimientos
coloniales y sociales. Es la expropiación y la apropiación
privada por los diversos capitales de un patrimonio común protector
heredado por los pueblos, construido, aumentado y trasmitido a través
de sucesivas generaciones bajo la forma de servicios públicos, instituciones
de salud y de educación públicas, espacios territoriales
protegidos. Ahí estaban los "ahorros" y las "inversiones" colectivas
acumuladas generación tras generación, desbaratados en Argentina,
México, Bolivia, Brasil y otros países del continente, sobre
todo en el curso de la década de los años 90 del siglo XX,
esa fatídica y multiplicada versión de la Bella Epoca de
las oligarquías terratenientes de fines del siglo XIX y principios
del XX.
Formulado en su expresión más abstracta,
la expansión neoliberal del capital no sujeta a controles ni leyes
puede resumirse en un proceso universal, global, de destrucción
de capitales menores, de tecnologías vueltas obsoletas y, sobre
todo, de desvalorización de la fuerza de trabajo a escala planetaria,
a través de la incorporación de cientos y cientos de millones
de nuevos seres humanos al mercado capitalista del trabajo y de la descalificación
o la expulsión de ese mismo mercado de muchos otros millones, convertidos
en mano de obra tan obsoleta o sobrante como las maquinarias también
desplazadas. La competencia sin ley ni regulación de los trabajadores
dentro del mercado global, mundial, de la fuerza de trabajo asalariada
y su consiguiente desvalorización global en relación a la
masa de mercancías producidas, sería así el significado
último de la desregulación neoliberal.2
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3. Pero las leyes e instituciones que en cada nación
regulaban las relaciones entre capital y trabajo y entre los diversos capitales
implicaban también un modo de regulación de las relaciones
políticas de mando y obediencia, una forma de la dominación
y la subordinación legitimada por las leyes y las costumbres dentro
de cada comunidad nacional-estatal. Significaban, en otras palabras, la
construcción en la sociedad de una hegemonía de las clases
dirigentes sobre las clases populares o subalternas elaborada en el curso
de la historia precedente y reciente a través de conflictos, acuerdos,
resistencias, pactos, organizaciones.
El neoliberalismo en los países de América
Latina se propone mandar sobre una sociedad de individuos atomizados. No
quiere interlocutores, quiere vendedores solitarios de su fuerza de trabajo
individual y ciudadanos definidos por el consumo de las mercancías
y no por la titularidad de los derechos.
El neoliberalismo destruye así los pilares de la
antigua hegemonía. Pero al hacerlo, destruye también la legitimidad
que aquella forma de gobierno y dominación había alcanzado.
El neoliberalismo llega a construir una nueva dominación que sustituye
los interlocutores organizados por espectadores mediáticos y votantes
solitarios. Pero por esa vía no logra conquistar una nueva legitimidad
entre las poblaciones empobrecidas, desocupadas y desarraigadas que engendra.
Impone su mando por la triple coerción de la fuerza, la necesidad
y el hambre, pero no logra suscitar el consentimiento de los gobernados.
Los regímenes políticos neoliberales crean
un equivalente de lo que el historiador Ranajit Guha encuentra en el régimen
colonial británico en la India: una dominación sin hegemonía.3
Se trata de una mutación que la socióloga Maristella Svampa
ilustra en Argentina con la metáfora de "la plaza vacía",
el vaciamiento del antiguo lugar de encuentro simbólico entre la
conducción política del Estado protector y "el pueblo", el
lugar geométrico del populismo nacionalista de otros tiempos.4
A comienzos del siglo XXI, como que las plazas se vuelven
a llenar. Pero ya son otros protagonistas, otros sujetos sociales y políticos
todavía en formación, otras dimensiones de la ira y la rabia
las que allí se convocan: la marcha indígena del EZLN sobre
la ciudad de México en marzo de 2001, las plazas argentinas del
"que se vayan todos" que derribaron al presidente De la Rúa en diciembre
de 2001, la población indígena insurrecta de El Alto y el
Altiplano que tomó La Paz y derribó al presidente Sánchez
de Losada en octubre de 2003. Esas multitudes tenían símbolos
y razones propios, pero no un conductor ni iban en su búsqueda.
***
4. El régimen neoliberal, como es bien sabido,
crea una nueva masa de desposeídos, desplazados, informales, hombres
y mujeres sin trabajo estable o que nunca lo tuvieron, sin calificación
en el nuevo mercado de trabajo, niños arrancados al ciclo educativo
y lanzados al trabajo infantil, a la mendicidad o a los tráficos
ilegales, migrantes, desarraigados, precarios, ambulantes, cartoneros,
pepenadores. Es un proceso de mezcla y fermentación permanente y
brutal de la fuerza de trabajo y de las clases subalternas, que tiene lugar
en los territorios y espacios de vivienda nuevos situados en los márgenes
(que no marginales) de los procesos productivos y de los centros urbanos;
y en el seno de una población de seres humanos que traen consigo
la herencia inmaterial de los viejos saberes y de sus historias y experiencias
condensadas y mitificadas en sus narraciones.
Es una población que se apropia de la nueva realidad
del desempleo, la desprotección, la precariedad y el hambre; una
de cuya mezcla insólita entre lo heredado, lo perdido y lo vivido
salen, no la pasividad o la soledad de los individuos, sino nuevas formas
de autoactividad y organización cuya sede principal es hoy el
territorio y no la producción: comités vecinales en El
Alto de La Paz, piqueteros y organismos comunitarios en Argentina,
juntas de buen gobierno en Chiapas, Movimiento de los Sin Tierra en Brasil.
Así como en los casos de Bolivia y de México
es visible la herencia de la comunidad indígena y de las experiencias
de organización campesinas y mineras, en Argentina los saberes organizativos
de los piqueteros y piqueteras, de las asambleas comunitarias
y de las fábricas ocupadas reciben la herencia secular de las formas
de acción directa del sindicalismo revolucionario y la más
reciente del sindicalismo de los delegados de sección, las comisiones
internas y las asambleas obreras del primer peronismo y de la temporada
caliente de las huelgas generales a finales de los años 60 y principios
de los 70 del siglo XX.
La mirada del investigador y del historiador, más
allá de la del cronista inmediato, no puede dejar de registrar la
reaparición y la presencia extraordinariamente difusa de aquellas
experiencias en los nuevos movimientos, incluso en aquellos participantes
que por su juventud no las vivieron pero las recibieron como patrimonio
cultural de las clases subalternas.5
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5. Estos movimientos se apropian de los espacios
de libertad de acción abiertos por el desmantelamiento de los controles
corporativos del "populismo clásico" (por así llamarlo) y
por las "reglas de juego" del neoliberalismo, que invocan la democracia
representativa como norma y el respeto formal a los derechos políticos
de los ciudadanos y a los derechos humanos de los individuos. El uso político
de las fuerzas represivas contra los movimientos populares, aunque nunca
abandonado, se vuelve "ilegítimo", según esas reglas.
No es esta ilegitimidad un hecho menor, sino un espacio
real abierto en los nuevos marcos de lo "permitido", e instalado en el
imaginario colectivo. Es preciso tener presente cómo esas fuerzas
policiales y militares fueron enfrentadas físicamente y hechas retroceder
por las movilizaciones de diciembre de 2001 en Argentina y de febrero y
octubre de 2003 en Bolivia, aún a costa de decenas de muertos en
el primer caso y de más de un centenar en el otro. Aún así,
los dos presidentes que intentaron afirmar su mando en la fuerza militar
y el estado de sitio tuvieron que renunciar y marcharse. Pero esos espacios
de libertad de acción existen y persisten sobre todo porque han
sido apropiados por las clases populares y subalternas como lugares de
autorganización.
Es en momentos como estos cuando el espacio casi siempre
invisible de la política de los subalternos -aquella política
elemental y densa que trascurre en el barrio, en la comunidad, en los lugares
de producción, en los pueblos, y que en los textos canónicos
no merece el honor de ser considerada "política" sino vida cotidiana,
comentario, chisme, rumor o conflicto lugareño- disputa la visibilidad,
los primeros planos y los espacios públicos a la política
institucional de la democracia representativa, a la corte de legisladores,
presidentes, jueces, dirigentes, conductores de televisión, "formadores
de opinión" y demás actores habituales en el teatro visible
de la política dominante.
Las plazas llenas sin dirigentes estables y reconocidos
todavía son, en tiempos como estos, un amotinamiento de los espacios
autónomos y de los discursos ocultos de la política de los
subalternos contra el monopolio excluyente de la idea de política
por parte de los muy diversos actores que conciben esta actividad no como
una relación habitual entre seres humanos sino como una profesión
de especialistas.
Momentos como estos son, al mismo tiempo, portadores de
procesos constitutivos de nuevas legitimidades en formación. Los
programas y sus organizaciones flotan como esquifes sobre un mar inquieto,
movido por corrientes encontradas y no registradas en las cartografías
existentes. Es un estado de cosas que no tiene aún representación
cabal y reconocible en el dominio de la política pública
de la república, una situación de cruce entre la desestructuración
hecha por el neoliberalismo y el amotinamiento social contra éste,
eso que en el lenguaje del general James Hill se denomina "explosión
de las frustraciones profundas".
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6. El neoliberalismo es una propuesta de sociedad
que reemplaza las seguridades de las instituciones y las legislaciones
protectoras, incluída la institución policial republicana,
por las inseguridades, los azares y los espejismos del mercado autorregulado.
Es así, también, una sociedad de la incertidumbre
y del miedo: miedo de los subalternos al día de mañana,
al desempleo, a la mesa vacía, al desamparo de la infancia, la vejez
y la edad adulta; miedo de las clases propietarias, encerradas en sus barrios
exclusivos, al robo, a la pérdida de sus bienes y sus vidas, al
odio de las clases subalternas criminalizadas y vistas otra vez como "clases
peligrosas", como "terroristas", como engendros del mal.
En América Latina, el neoliberalismo ha triturado
o desplazado a lugares secundarios a la burguesía industrial de
la segunda posguerra, los "industrializadores", y a sus representantes
y mediadores programáticos y políticos, desde los "cepalinos"
hasta los nacionalistas populares; y, al mismo tiempo, ha reciclado a los
más sólidos de esos capitales industriales, junto con las
propiedades de las antiguas clases terratenientes rentistas, bajo la conducción
del capital financiero, por vocación trasnacional aunque por destino
y necesidad amarrado a la protección y el amparo del Estado nacional
neoliberal.
Los movimientos de los subalternos, organizados sobre
el territorio (cortes de ruta, trabajo comunitario, comités de vecinos,
asambleas barriales) ya no buscan como interlocutor a aquellos propietarios
de industria, la antigua patronal industrial y comercial de la época
del pleno empleo. Interpelan directamente al Estado y no le demandan ayuda
asistencial para el desempleado sino planes de apoyo familiar o individual
a actividades productivas, por precarias o minúsculas que éstas
puedan ser, que permitan a la figura activa del trabajador y a su subjetividad
no deslizarse hacia la situación pasiva del desempleado. Esta interpelación
directa al Estado, y no a los propietarios, en las guerras del agua y del
gas en Bolivia, en los movimientos piqueteros en Argentina, en el
Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, en el movimiento zapatista en Chiapas,
tiene en sí misma una capacidad generalizadora que la lleva irresistiblemente
al terreno de la política nacional como campo de acción y
de definición de la política de los subalternos.
Desarticuladas o deslegitimadas las precedentes representaciones
políticas aparecen representaciones transitorias, no consolidadas,
que no se constituyen a través de las instituciones electorales
y de los partidos reconocidos, pero que sí se reflejan en los modos
prácticos, cambiantes e imprevistos de usar el voto en las elecciones,
vistas mucho más como ocasiones para influir en la situación
inmediata (votando o absteniéndose) que como procesos de acumulación
de fuerzas políticas tradicionales: conservadores, liberales, socialistas.
Aparecen entonces los ahora calificados como "populistas
radicales": Chávez, Kirchner, Evo Morales, Felipe Quispe, Tabaré
Vázquez y hasta el mismo Lula, a quien se rodea y se corteja pero
en quien no se confía. Es un intento de clasificación provisional
de objetos y sujetos políticos aún no bien identificados
y no ubicables dentro de los parámetros precedentes. Se trata de
movimientos y de representantes y dirigentes cuya identidad y durabilidad
aún está en formación, tanto como lo están
las fuerzas sociales en las cuales se apoyan o buscan hacerlo.
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7. En una situación marcada por la indeterminación
y la turbulencia, el terreno de lo simbólico adquiere una importancia
desmesurada a la hora de las primeras definiciones provisorias para los
de arriba y para los de abajo: las relaciones con Cuba, las críticas
al FMI y a Estados Unidos, las fotografías en los aeropuertos brasileños
a los visitantes estadunidenses y la negativa a la inspección de
las plantas de uranio, el descuelgue de los retratos de los jefes represores
y el destino de la ESMA a Museo de la Memoria, las depuraciones drásticas
en los mandos de los cuerpos policiales.
Son todas medidas que no alteran la relación sustancial
de dependencia con respecto al FMI y a sus dictados. Pero se inscriben
como un intento temprano y provisorio de construcción de una eventual
nueva hegemonía cuyos elementos y equilibrios no están bien
precisados ni podrán estarlo sin pasar por la prueba práctica
de los procesos y los conflictos en las sociedades. Sin embargo, la dimensión
simbólica tiene su importancia inicial: organiza sentimientos y
pensamientos, bloquea los retornos del pasado, disputa el terreno a la
televisión y los medios controlados en la casi totalidad de sus
espacios y sus temáticas por los comunicadores y los políticos
de la trivialidad dominante y por los intereses últimos de las finanzas.
Estos conflictos y definiciones tendrán que pasar,
por fuerza, al dominio de la práctica. Entonces se volverán
a plantear y tendrán que resolverse, en un sentido o en otro, los
temas duros de la realidad: el destino de los recursos naturales, el petróleo
y las fuentes de energía ante todo; el destino de los bienes comunes
y los servicios públicos privatizados, malbaratados y desmantelados
en los años 90; el destino de la renta de la tierra y de la reforma
agraria. Tendrán que pasar por la definición práctica
de las formas de organización de la sociedad y de su interlocución
con los poderes estatales; y por el tema ya ineludible de la ampliación
y consolidación de los derechos de ciudadanía y de su titularidad
y garantías, incluyendo el derecho a la existencia y a una renta
básica ciudadana como forma de constitución de la república
después del despojo universal llevado a cabo por la dominación
neoliberal. Pasarán también por la definición de los
marcos y los contenidos de la negociación con el capital global
y con sus instituciones: el FMI y el Banco Mundial; con las configuraciones
de la inversión y el comercio regionales, el ALCA, el TLC y el Mercosur;
y con el poder global y su institución rectora, el gobierno de Estados
Unidos y el Pentágono; así como por una nueva definición
de la soberanía y de la regulación por la república
del territorio propio.
Todo esto está en turbulento proceso de definición
y sujeto a los límites no flexibles que fija el ciclo económico
mundial en una fase recesiva. Pero con lo que ya no se puede contar es
con el desconcierto inicial de los subalternos ante el asalto neoliberal,
cuando veían desvanecerse y destruirse las redes de protección
tejidas en las duras luchas precedentes y trataban en un inicio de remendarlas
o restituirlas. Aunque siga viva una añoranza idealizada de ese
pasado, buscan hoy otra cosa: nuevos derechos, garantías y protecciones,
nuevas libertades maduradas en la travesía amarga del neoliberalismo,
nuevas inserciones de sus saberes y capacidades en la economía y
la sociedad cambiantes.
Esta travesía dista de haber terminado. Lo que
se vive, con toda probabilidad, es un interregno en el cual, como siempre,
los subalternos ponen en juego sus cuerpos y sus vidas para reconquistar
y ampliar los territorios, los patrimonios materiales y simbólicos
y los derechos para todos.
Es en este interregno donde aparecen los que denomino
objetos y sujetos politicos no identificados, la "amenaza emergente del
populismo radical", según la definición del general sociólogo.
Pero esa presencia que éste ve como amenaza materializada en los
dirigentes, es más bien la actualidad de la irrupción de
los subalternos, de sus modos de hacer política y organizarse, de
sus imaginarios y subjetividades, de sus demandas y sus organizaciones
transitorias o permanentes, y de sus amotinamientos, volviendo a llenar
las plazas, los barrios, las rutas, los pueblos y los territorios desde
afuera hacia adentro y desde abajo hacia arriba.
Tomo pues para cerrar estos apuntes el párrafo
de Charles Tilly con el cual Javier Auyero abre su breve y notable estudio
sobre la nueva protesta en Argentina: 6
"Hemos de saber que una nueva era ha comenzado no cuando
una nueva elite toma el poder o cuando aparece una nueva constitución,
sino cuando la gente común comienza a utilizar nuevas formas para
reclamar por sus intereses".
Ciudad de Buenos Aires-Ciudad de México.
Abril de 2004.
* Publicado en Le Monde Diplomatique, Buenos Aires,
junio 2004. Una versión más extensa se presentó en
el Seminario Internacional "Las izquierdas en México y en América
Latina", Ciudad de México, 6-8 mayo 2004, organizado por la
Fundación Heberto Castillo, la Secretaría de Cultura del
GDF y la Facultad de Filosofía y Letras.
------ 1 Jim Cason y David Brooks, "Descubre el Pentágono
una nueva amenaza en América Latina: el populismo radical", La
Jornada, México, 29 marzo 2004.
2 En un diálogo entre Jean-Marie Vincent
y André Gorz (publicado en Variations, Editions Syllepse,
Paris, 2001, nº 1, ps. 9-18, Gorz dice: "La población activa
mundial es actuamente de 2,550 millones de personas, de las cuales entre
600 y 800 millones son desempleados. En el año 2025, será
de 3,700 millones de personas (según el Banco Mundial). Me parece
improbable que en estas condiciones pueda aumentar la proporción
de asalariados, y probable que la 'economía popular', llamada informal,
se desarrolle en formas que resultarán sorprendentes".
3 Ranajit Guha, Dominance without hegemony-History
and power in Colonial India, Harvard University Press, Cambridge, 1997.
4 Maristella Svampa y Sebastián Pereyra,
Entre la ruta y el barrio-La experiencia de las organizaciones piqueteras,
Editorial Biblos, Buenos Aires, 2003, p. 202. Ver también Maristella
Svampa, "Las dimensiones de las nuevas protestas sociales", en El Rodaballo,
Buenos Aires, nº14, invierno 2002, ps. 26-33.
5 La memoria subalterna, condensada en sus
narraciones, recuerda y trasmite que un objeto focalizado de la represión
de la última y más brutal dictadura militar (1976-1983) fueron
las comisiones internas y los delegados en las fábricas. El 6 de
abril de 2004 Eduardo Fachal, ex delegado de la comisión interna
de Mercedes Benz Argentina, recordó ante un grupo de accionistas
alemanes críticos de la política de la empresa cómo
los directivos de la filial argentina habían entregado a la dictadura
militar los nombres de los delegados y activistas sindicales cuya eliminación
querían. Quince de ellos fueron secuestrados y desaparecidos por
el ejército.
6 Charles Tilly, The contentious french
(1986), citado en Javier Auyero, La protesta-Relatos de la beligerancia
popular en la Argentina democrática, Libros del Rojas, Buenos
Aires, 2002, p. 11.
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