Crónica
Sero
Con agradecimiento, para Guillermo Núñez,
amor del bueno.
Por Joaquín Hurtado
Ella es, a decir del dicho de las locas chuchas,
una verdadera perra. Miento: mi mujer es algo más. Es un paso adelante
en la jerarquía de la rabia y la astucia: una hiena. ¿Recuerdan
lo que les platiqué de las largas filas que padezco cada mes para
hacer buenas mis recetas médicas, ante un indolente sistema de seguridad
social? Pues ella dijo dame acá, que tú ya no sabes defenderte.
Y la dejé partir hacia la tarde canicular con su pelo flamarioso,
de un rojo demencial. Y me quedé frente a la computadora tejiendo
historias de héroes ficticios.
La morena walkiria me llama al celular: "Oye flaco, aquí
me dice la señorita que ya se te surtió todo, que nada te
deben, que quieres picudear." Le respondo: dile a la señorita que
nomás cheque las recetas; desde diciembre del año pasado
me deben todo, es decir, los coctelitos completos; que he vivido de la
misericordia de mis cuates, de puro milagro de la Santa Muerte, y de hacerme
güey.
Luego la oigo cómo ladra, rasguña, arranca
el pellejo enemigo. Sonrío complacido, orgulloso. La adoro. Una
loca como yo sólo puede tener como esposa a una loca más
peor. Sólo así funciona esta relación marcada por
las apuestas en contra de la moralina regiomontana.
Allá en la farmacia del Sindicato de Maestros sigue
la batalla campal. Pobre señorita, pobre morenazo del mostrador,
pobre Coordinador de adquisiciones. Picado por la curiosidad y mi gusto
por la lucha libre, tomo un taxi y la alcanzo en el cuadrilátero.
Ella está tan campante, tan bien plantada la grandota, gozándose
un Marlboro light en la banqueta. ¿Qué pasó, te los
dieron? Me refiero a los medicamentos. "¡Claro que no, güey!,
apenas voy en el primer round. Saca su espejito brujo, se coleretea
los labios con rouge, se enchina las pestañas, pule sus garfios
y allá les vamos. La viejorrona invicta y su maridita la sidosita.
Qué cuadro.
Los de la fila kilométrica de farmacia la reconocen
y le dedican hurras. Hombres, mujeres y niños animan a la rijosa
a que prosiga con la lucha. La heroína no los va a defraudar. Una
cámara --tan de moda en estos días de vodeviles políticos
videograbados-- nos espera en un estante vacío de farmacia. En México
ya no hay medicinas, sólo cobardes camaritas. Y ruge la fiera. Viene
el Coordinador. Pide tregua. Venga mañana. Mañana vendré,
advierte mi reina. Y nos vamos a cenar sushi.
Del Sindicato de Maestros la citan al día siguiente.
Enojadísimos. Cómo es posible, con qué derecho, quién
se cree para ir a gritonearles a los pobres chicos. Le darán las
medicinas, pero que reconozca el esfuerzo, bla bla. Y advierten los dirigentes
corruptos: si por las buenas no hay, por las malas menos. OK. Ella nomás
cuenta los frascos. Ante el sermón agacha la cabeza. Falsa entre
las falsas. De pronto la levanta, sonriente, y amenaza con su voz de Janis
Joplin: "Ay, maestros, qué amables son, les agradezco sus atenciones.
Aquí nos vemos el mes próximo". Le prometí un macho
para ella solita. |