LETRA S
Junio 3 de 2004
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Crónica Sero

Con agradecimiento, para Guillermo Núñez, amor del bueno.

Por Joaquín Hurtado

Ella es, a decir del dicho de las locas chuchas, una verdadera perra. Miento: mi mujer es algo más. Es un paso adelante en la jerarquía de la rabia y la astucia: una hiena. ¿Recuerdan lo que les platiqué de las largas filas que padezco cada mes para hacer buenas mis recetas médicas, ante un indolente sistema de seguridad social? Pues ella dijo dame acá, que tú ya no sabes defenderte. Y la dejé partir hacia la tarde canicular con su pelo flamarioso, de un rojo demencial. Y me quedé frente a la computadora tejiendo historias de héroes ficticios.

La morena walkiria me llama al celular: "Oye flaco, aquí me dice la señorita que ya se te surtió todo, que nada te deben, que quieres picudear." Le respondo: dile a la señorita que nomás cheque las recetas; desde diciembre del año pasado me deben todo, es decir, los coctelitos completos; que he vivido de la misericordia de mis cuates, de puro milagro de la Santa Muerte, y de hacerme güey.

Luego la oigo cómo ladra, rasguña, arranca el pellejo enemigo. Sonrío complacido, orgulloso. La adoro. Una loca como yo sólo puede tener como esposa a una loca más peor. Sólo así funciona esta relación marcada por las apuestas en contra de la moralina regiomontana.

Allá en la farmacia del Sindicato de Maestros sigue la batalla campal. Pobre señorita, pobre morenazo del mostrador, pobre Coordinador de adquisiciones. Picado por la curiosidad y mi gusto por la lucha libre, tomo un taxi y la alcanzo en el cuadrilátero. Ella está tan campante, tan bien plantada la grandota, gozándose un Marlboro light en la banqueta. ¿Qué pasó, te los dieron? Me refiero a los medicamentos. "¡Claro que no, güey!, apenas voy en el primer round. Saca su espejito brujo, se coleretea los labios con rouge, se enchina las pestañas, pule sus garfios y allá les vamos. La viejorrona invicta y su maridita la sidosita. Qué cuadro.

Los de la fila kilométrica de farmacia la reconocen y le dedican hurras. Hombres, mujeres y niños animan a la rijosa a que prosiga con la lucha. La heroína no los va a defraudar. Una cámara --tan de moda en estos días de vodeviles políticos videograbados-- nos espera en un estante vacío de farmacia. En México ya no hay medicinas, sólo cobardes camaritas. Y ruge la fiera. Viene el Coordinador. Pide tregua. Venga mañana. Mañana vendré, advierte mi reina. Y nos vamos a cenar sushi.

Del Sindicato de Maestros la citan al día siguiente. Enojadísimos. Cómo es posible, con qué derecho, quién se cree para ir a gritonearles a los pobres chicos. Le darán las medicinas, pero que reconozca el esfuerzo, bla bla. Y advierten los dirigentes corruptos: si por las buenas no hay, por las malas menos. OK. Ella nomás cuenta los frascos. Ante el sermón agacha la cabeza. Falsa entre las falsas. De pronto la levanta, sonriente, y amenaza con su voz de Janis Joplin: "Ay, maestros, qué amables son, les agradezco sus atenciones. Aquí nos vemos el mes próximo". Le prometí un macho para ella solita.