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México D.F. Miércoles 9 de junio de 2004

Arnoldo Kraus

11-?

Hasta hace poco sólo contábamos con el 11 de septiembre. A partir de este año se ha agregado el 11 de marzo. Por razones que no entiendo, "alguien", quizás un periodista, abrevió la tragedia neoyorkina y la llamó 11-S. Por razones que tampoco entiendo, "otro alguien" consideró que la tragedia madrileña debía denominarse igual que la estadunidense, por lo que, a partir de 2004, los 11 de marzo, para los españoles, seguirán siendo 11 de marzo, pero, también, serán 11-M.

Los "alguien" de la prensa o de los medios de comunicación son similares y parecen concordar en que abreviar esas fatídicas fechas es adecuado. 11-S y 11-M cumplen su propósito: recuerdan, por medio de dos números y una letra, dos episodios tristísimos que empiezan a caracterizar este aún joven siglo XXI. Las matanzas en Nueva York y en Madrid no son peores que las de Ruanda o Yugoslavia, simplemente son diferentes. No hablo ni de números ni de razones ni de forma. Hablo de muertos y del ser humano.

Uso la palabra diferente, porque lo sucedido en las dos ciudades, representantes del "mejor" Occidente, fue precisamente eso: diferente. La historia del siglo XX no tiene registrado ese tipo de matanzas, ese tipo de violencia. Insisto. Quiero ser claro: 11-S y 11-M no son más dolorosos o más desgarradores que otras masacres (no deberían lacerar más las muertes en Occidente que los decesos en villorrios africanos), son sólo otra forma de matar la vida, otra forma de entender la ya invencible distancia entre el peso de la razón y el peso de la sevicia.

Sabemos que los "alguien" de la prensa denominaron las desgracias neoyorkina y madrileña 11-S y 11-M. Quizás así lo hicieron para seguir algunas reglas de la propaganda, o bien para aumentar el impacto que tienen los medios de comunicación al utilizar términos nuevos. Es también probable que se hayan escogido dichas abreviaturas pensando en la regla inglesa que tanto me gusta repetir, less is more. Efectivamente: en la vida cotidiana, en las conciencias, menos es más.

Lo que no sabemos, en cambio, es si los onces fueron por azar o por decisión de los asesinos. Tampoco sabemos "a ciencia cierta" -šcarajo!, qué haría sin las comillas, cómo defendería mis inexactitudes y mis hipótesis- si los perpetradores fueron los mismos, si se rigen por ideas similares, si su odio va dirigido contra algunos fragmentos de Occidente o contra todo lo que para ellos es distinto, pues, sin duda, "ellos" también tienen su concepto propio de alteridad. Ignoramos, asimismo, si intentarán repetir sus acciones y, en caso de que lo hagan, si seguirán escogiendo otros días once. Quedan varios: 11-E, 11-F, 11-N, 11-D.

Sobre todo para los países "muy occidentales" el hecho es terrible, pues, amén de tener que garantizar el pan de sus ciudadanos ahora tienen que bregar por la seguridad de ellos y gastar inmensas cantidades de dinero para evitar nuevos 11s. Muchas veces me pregunto cuánto se invierte en el mundo contemporáneo en seguridad y cuánto en educación, en salud. La globalización ha resultado muy cara: por cada ciudadano del primer mundo se gastan enormes sumas para protegerlo de posibles actos terroristas.

El mapa y el corazón del terrorismo continúan siendo un misterio. Un no saber más otro no entender más otro no cavilar más otro no reparar ha minado la cotidianidad y le ha infundido a la realidad una gran dosis de incertidumbre. La incertidumbre es un mal inmenso. No permite que fluya la vida, impide la normalidad, paraliza, produce miedo, genera desconfianza en el vecino de al lado. Uno de los grandes logros de los 11s es haber sembrado incertidumbre. Lo saben los terroristas, lo viven algunos ciudadanos y lo padecen muchos políticos.

Parece imposible salir del atolladero. La noción de lo distinto, de la tolerancia, de lo diferente, de la otredad son inmensamente disímbolas. Los puntos de comunión parecen cada vez más lejanos. Es obvio que nunca triunfará la política belicista ni nunca los terroristas saciarán su apetito mortal. Los muertos, no los vivos, de ambos mandos, seguirán cavando tumbas para sus propios muertos.

No puedo dejar de pensar en una idea que W. B. Yeats anotó en su copia de la Genealogía de la moral: "ƑPor qué Nietzsche pensaba que la noche no tiene estrellas, sino únicamente murciélagos, búhos, y la insana luna?" Seguramente porque el filósofo alemán había explorado el alma de los humanos y había cavado hondo en la mirada triste y aplastada del cielo y de las estrellas. Quizás también porque sabía que los calendarios tienen 12 veces el número 11.

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