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México D.F. Miércoles 9 de junio de 2004

Javier Aranda Luna

El pensamiento crítico y los tiempos de penuria

Una de las consecuencias de la crítica es la democracia. Sin ella no existe democracia real. Pero no toda opinión es hija del pensamiento crítico. Por ejemplo el libro ƑQuiénes somos?, de Samuel P. Huntington, más que una obra de crítica es un texto ideológico. Arropado con su toga académica, Huntington nos quiere dar gato por liebre. Sus libros han servido más a los planes imperialistas de Washington que al debate serio.

Pero dejemos, por el momento, al falso académico con títulos universitarios. La crítica ideológica abunda en nuestro país. Ideológica porque más que razonar murmura y, más que debatir, se pierde en la gritería. Lanza anatemas soto voce o dando alaridos. Es taimada o efectista. A final de cuentas produce mucho ruido y pocas nueces. Más que despejar el ambiente, lo enturbia. ƑBuscarán en el fondo eso quienes la ejercen? Si los llamados críticos que proliferan en los medios del país hicieran bien su trabajo otro gallo nos cantaría.

El pasado 25 de febrero conversando con Ignacio Padilla, Jorge Volpi y Vicente Herrasti coincidimos, sin proponérnoslo, en que hacía falta el debate intelectual en el país. También que muchas veces se confundía al debate intelectual con el político y, peor aún, con la politiquería.

Meses después supimos que Xavier Velasco tenía una impresión similar y el historiador Enrique Krauze manifestó, en el número de mayo de Letras libres, la misma inquietud. La necesidad de reactivar el debate intelectual es cada vez mayor.

La tradición del debate intelectual en México nace con la nación misma. La Academia de Letrán en el siglo XIX fue, seguramente, su primer foro. Uno de sus grandes temas lo marcó Ignacio Ramírez, El Nigromante, con su brevísima tesis ''Dios no existe", que años después sacudiría a los pensadores europeos cuando Nietzsche desarrolló la misma idea. Desde entonces el pensamiento crítico ha estado presente en el debate intelectual en el país sólo que ahora su ejercicio ha disminuido.

Peor aún: algunos de los grandes temas del debate intelectual, como los de la bioética o la ecología, se han politizado a tal grado que buena parte de quienes abordan esos asuntos confunden, con lamentable frecuencia, sus razones con la razón.

La abundancia de espacios editoriales en medios electrónicos e impresos -aunque saludables, a final de cuentas-, han creado también un espejismo: la imagen de una efervescencia crítica para la que no existen temas intocables. Pero ésa es una falsa imagen. No todas las opiniones son sensatas; no todas, por desgracia, tienen consistencia. Y banalizar un tema equivale a no tocarlo.

Además, más que opiniones de carácter intelectual abundan las opiniones políticas en el mejor de los casos y, en el peor, los tartamudeos ideológicos.

El debate intelectual por ser expresión del pensamiento crítico enriquece a la sociedad. Reinterpreta constantemente al pasado y vislumbra el perfil de los días que vendrán. Sin debate, el pasado se petrifica y el porvenir siempre será un hijo de la voluble fortuna.

Hace más de medio siglo Albert Camus trató de entender ''el ciego combate" en el que Europa estaba embarcada, ''la crisis del hombre" que le tocó vivir. Hoy como entonces vivimos tiempos de penuria. ƑNo convendría conjurarlos con el ejercicio del pensamiento crítico? Ojalá. Apostar por el debate intelectual no garantiza modificar de inmediato nuestros días. Garantiza -y no es poca cosa- saber que existen medios y caminos que no se justifican y que existen fines que ocultan, en medio de la gritería y la murmuración ideológica, en realidad, otros propósitos.

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