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14 de junio de 2004
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GARROTES Y ZANAHORIAS

Las grandes expectativas que generó en México la suscripción y la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tienden a declinar en el periodo reciente. A 10 años de su inicio, este acuerdo comercial parece estar agotando su capacidad de movilizar con la misma fuerza el entusiasmo de la opinión pública y los diversos agentes económicos y sociales del país. La entrada a las "grandes ligas" que los promotores y publicistas del TLCAN prometieron a los mexicanos, se reveló como otro de los muchos espejismos que se han formado en la ya larga travesía del desierto del desarrollo nacional.

Numerosos factores internos y externos explican esta declinación de las expectativas asociadas al TLCAN, pero todos ellos tienden a converger en un mismo resultado: el estancamiento relativo de este arreglo comercial como mecanismo de integración regional. Profundizar y hacer avanzar el tratado en sentidos diferentes al meramente comercial no es hoy un tema que forme parte de las prioridades efectivas de las elites políticas y económicas de México y Estados Unidos. Son muy limitados los efectos positivos de "derrame" socioeconómico que produjo durante sus primeros 10 años de vigencia, y este hecho ha inhibido el despliegue de una dinámica expansiva de la integración institucionalizada entre los dos países.

Hasta ahora, el tratado no hizo posible que las decisiones iniciales de liberalización comercial y financiera se extendieran a nuevos ámbitos funcionales de la compleja relación bilateral (como la movilidad de la fuerza de trabajo o la instauración de fondos compensatorios, por sólo mencionar dos temas cuya consideración tendría un efecto neto muy positivo para México). La posibilidad de relanzar en una perspectiva innovadora la dinámica del TLCAN, de manera que no sólo se consolide la posición de los exportadores en el mercado de estadunidense, sino que se incluyan en los arreglos bilaterales nuevos temas que ensanchen positivamente la base de la integración de México en América del Norte, no forma parte de la agenda gubernamental ni de las principales fuerzas políticas del país.

Después de una década de vigencia, el estímulo inicial del TLCAN -o efecto de una "sola vez"- ya desapareció prácticamente para México. El acelerado crecimiento observado en los años noventa por el comercio mexicano hacia Estados Unidos empieza a declinar, para estabilizarse en tasas más moderadas que en el mejor de los casos permitirán mantener en los próximos años la actual plataforma de exportación. Algunas de las ventajas comerciales ganadas con el arreglo comercial que entró en vigor en enero de 1994 tienden a perder su importancia relativa para México, sea por la irrupción competitiva de China continental, o por la suscripción o negociación por Estados Unidos de nuevos acuerdos de libre comercio con diversos países de la región (Chile, América Central) e incluso a escala continental (como el Area de Libre Comercio de las Américas o ALCA).

La negociación del TLCAN, que en su momento se consideró un golpe de audacia de los conductores de la política económica, terminó siendo para México un fin en sí mismo. La puesta en marcha del tratado no contempló en el país la instrumentación de medidas de acompañamiento que permitieran capitalizar la nueva orientación de la política comercial. La falta de una estrategia de desarrollo de largo plazo, característica de gobiernos pasivos en materia de políticas industriales y productivas, terminó por librar a las fuerzas del mercado la definición del tipo de inserción de México en el espacio económico de América del Norte. México es un proveedor de mercancías intensivas en trabajo y de mano de obra no documentada que debe competir con otros proveedores que cuentan con una dotación ilimitada del mismo recurso: fuerza laboral de bajo costo, como China y otras naciones de Asia oriental §


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