El rostro infantil de la pobreza
Carla Zamora Lomelí. Costa Chica, Guerrero. Anselmo sonríe entre tímido y nervioso cuando se le pregunta si alguna vez lo han golpeado. Su piel morena contrasta con las manchas blancas en su piel, marcas de una grave desnutrición. Casi en secreto, confiesa haber sido golpeado varias veces por su padre y no sólo cuando el alcohol lo posesiona: es constante blanco de los enojos de su progenitor. En las zonas indígenas del estado de Guerrero, como en muchas otras partes del país, los niños padecen constantemente de maltratos, y la ausencia de instancias u organizaciones que procuren la defensa de sus derechos, abre un abismo desesperanzador para lograr un cambio en el trato de los infantes. Los niños no conocen sus derechos, y de la pirámide de los desprotegidos, ocupan la parte peor de maltrato y discriminación, lo que los obliga a integrarse anticipadamente al mundo adulto.
Al ayudar a sus padres, no tienen edad para el trabajo, lo mismo cargan al hermano más pequeño que acarrean la leña. Lázaro pastorea los chivos de su familia, no puede ir a la escuela, y para colmo, cuando hay ocasión para matar un chivo y hacerlo barbacoa, es de los últimos y recibe sólo lo que queda. Nadie le reconoce su labor diaria de cuidar al ganado.
Los niños aparecen encabezando las cifras de muerte y para nadie es novedosa la tragedia de los decesos por enfermedades curables de que son presa fácil, como tampoco sorprende verlos con sus estómagos redondos llenos de parásitos intestinales, descalzos, los pies marcados por su caminar las interminables terracerías.
Los planes y programas gubernamentales de corte asistencialista, se alejan cada vez más de sus objetivos. Oportunidades se vuelve una oportunidad para que el padre empeñe el cheque en la cantina que anuncia "se aceptan cheques de Oportunidades"; las mujeres ven en concebir un hijo la posibilidad de tener más becas; Arranque Parejo, más que ayudar a disminuir las cifras de muerte materna, sólo hace obligatorio el pase de lista en las clínicas de salud, pero finalmente las mujeres prefieren atenderse con la partera que no siempre ofrece las condiciones sanitarias adecuadas para la atención de su salud, mientras las clínicas semejan fantasmas que no tienen medicamentos ni para curar enfermedades comunes.
A los pocos niños que pueden ir a la escuela (en la Costa Chica de Guerrero, el índice de inasistencia de los niños en edad escolar, es de 23 por ciento), los albergues escolares ofrecen una alternativa para los padres en situación de pobreza extrema, pero están a punto de extinguirse y en el corte presupuestal al gasto social, los niños han comenzado a vivirlo, pues de los 16 pesos mensuales que se les daban, ya no recibirán nada.
Del tomar leche, ni hablar; apenas pueden llenarse con frijoles, arroz y tortillas. La desnutrición les dejará las huellas de un mal crecimiento. En los albergues escolares operados por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI, antes INI) en Guerrero, cerca de 5 mil niños padecieron en marzo el desabasto de alimentos durante tres días, por problemas laborales con los trabajadores de Diconsa, encargados del reparto de alimentos.
Los reflejos de su infancia, son cobijados por viejos juegos, y el poder de su imaginación que les da para crear naves con una llanta y un palito de madera para perseguirla cuesta abajo.
Su futuro es el anhelo de irse como sus hermanos mayores al otro lado, o poder estudiar la secundaria en el pueblo más cercano. Si los niños son el futuro, es demasiado peso dejar sobre ellos también la esperanza de una mejoría en su nivel de vida. Pero de algo sirve ver el brillo de sus ojos cuando piensan en que las cosas pueden ser distintas para ellos. Mexicayóltzin se llena de ilusión cuando dice que quiere ser abogado; Rubí y sus amigas que habitan en la Sierra Mixteca se las arreglan para armar un plan para hurtar las piñas recién cortadas, en defensa de su derecho a la alimentación, dicen.