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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004
Soledad Loaeza
De izquierdas y derechas
La marcha en demanda de seguridad pública en la ciudad de México reanimó los viejos estereotipos de la política mexicana, sobre todo en el discurso de una corriente de izquierda. Fieles a la tradición que inició Vicente Lombardo Toledano en los años 20 del siglo pasado, sus herederos políticos se dicen víctimas de complots de la derecha, se refieren a experiencias radicales en otros países y se empeñan en encasillar a sus adversarios políticos en categorías moralmente desacreditadas. Es inexplicable que haya lombardistas en el sigo XXI, que a la mejor ni siquiera saben quién fue su ilustre ancestro, pero que piensan, como hacía Lombardo, que la identidad de la izquierda se construye a partir de la denuncia de la derecha. Así tratan de escapar a los compromisos que supone una autodefinición positiva y clara, que vaya más allá de la referencia general a la injusticia social. Es una estrategia cómoda, que ahorra el trabajo de mirar la realidad de frente, generar nuevas ideas y programas creativos para resolver los problemas que aquejan al país.
Para Lombardo Toledano la táctica de denunciar el "complot" fue útil, sobre todo cuando decidió ser "una oposición dentro de la revolución que no sería una verdadera oposición", según rezaban los documentos fundacionales del PPS, sino que se limitaría a "vigilar" que el PRI cumpliera con las metas revolucionarias. Hace muchas décadas que desapareció el contexto en el que se diseñó esta táctica, que también estaba estrechamente condicionada por la historia personal de su autor. Además, Lombardo en realidad no tenía que conquistar electorado alguno. Es sorprendente que la inercia de esta tradición siga ahí, a pesar de que las urnas han probado una y otra vez su ineficiencia.
Señoras y señores, efectivamente El Yunque está en el poder. Sin embargo, no llegó allí por la fuerza, sino por el voto popular, incluido el voto útil. No es un hecho que hay que celebrar, más bien es un motivo de reproche a las izquierdas que no han tenido la capacidad de responder al reto que representa esta victoria en un país en el que las actitudes extremas del MURO, el FUA, la Coparmex, Ancifem y otras más nunca han tenido apoyo mayoritario. Más todavía, su lenguaje siempre se había considerado políticamente incorrecto, pero hay muchos indicadores de que puede adquirir naturalidad si progresa la polarización política. Las reacciones de algunos grupos de izquierda sugieren que su objetivo es precipitar esa situación, aunque la historia enseña que cuando eso ocurre nadie, absolutamente nadie, gana.
A estas alturas las izquierdas mexicanas tendrían que haber analizado las razones del triunfo de las derechas, en lugar de denunciar sus manifestaciones como si fueran obra de un supuesto eje del mal. Si acaso éste existe, habría que preguntarse dónde reside la clave de su éxito. ƑSolamente en la capacidad de movilización de los medios? Habría que tratar de entender por qué en 2000 una mayoría de mexicanos prefirió votar por Vicente Fox y sus aliados antes que por Cuauhtémoc Cárdenas y los suyos, para que este triunfo no se repita aderezado ahora con las preocupaciones a propósito del orden público y del cumplimiento de la ley.
Las izquierdas mexicanas tienen que reconocer que estos asuntos han ganado espacio en la opinión pública y que necesitan ofrecer respuestas positivas en lugar de descartarlos con el argumento de que son producto de las políticas neoliberales. Una de las implicaciones de esta explicación es que el crimen es moralmente legítimo, y no hay mejor alimento que éste para los estereotipos que las derechas alimentan en relación con las izquierdas. Es peligroso y profundamente injusto asociar a los pobres con los criminales.
La inequívoca afiliación conservadora de algunas de las organizaciones convocantes de la marcha del domingo pasado ha sido el principal ariete de algunos perredistas en contra de una movilización cuya causa, a todas luces justa, logró llevar a la calle a medio millón de personas. No obstante, una defensa que se basa en el descrédito del adversario es siempre insuficiente. Peor todavía, suponer que todos los que participaron en esa marcha son adversarios de la izquierda es una táctica política torpe, porque las dimensiones de la protesta y la capacidad de movilización se explican antes que nada por el tema de la marcha: la seguridad pública. Sin embargo, nada sugiere que otro tema, digamos por ejemplo la defensa del padre Maciel, encontraría el mismo eco.
Es un error táctico garrafal medir al adversario político a partir de una manifestación y un momento excepcionales. Si la política es en buena medida un asunto de percepciones, al definirse por oposición a lo que en esta coyuntura es un reclamo mayoritario, las izquierdas se presentan como una minoría.
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