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Género
y poder en las relaciones sexuales
En todos los lugares y en circunstancias variadas,
los programas de planificación familiar y de prevención de
infecciones transmitidas sexualmente se han topado una y otra vez con la
misma barrera: los desequilibrios de poder en las relaciones de pareja,
que afectan, dificultan y entorpecen la toma de decisiones favorables a
la salud de sus integrantes. Basada en la revisión de las estadísticas
existentes, la demógrafa Ann K. Blanc documenta las consecuencias
de estos desequilibrios y aboga por los beneficios derivados de los programas
de salud reproductiva que toman en cuenta la relación entre poder
y género.
Ann K. Blanc
El poder en una relación sexual puede referirse
a la capacidad relativa de una persona para actuar autónomamente,
dominar en la toma de decisiones, adoptar un comportamiento contrario a
los deseos de su pareja, y en definitiva controlar sus actos. Lo importante
no es el poder absoluto de uno u otro miembro de la pareja, sino la influencia
comparativa que cada uno tiene en relación con el otro. El poder
basado en el género deriva del significado social que se atribuye
a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. De modo amplio,
"género" se refiere a las expectativas y normas compartidas en una
sociedad con respecto al comportamiento, las características y los
roles masculinos y femeninos que se consideran adecuados. Nuestra premisa
es que el poder de género en las relaciones sexuales carece con
frecuencia de equilibrio, y que por lo general las mujeres tienen menos
poder que los hombres. Algo más: estos desequilibrios operan en
el contexto de un doble patrón casi universal que otorga a los hombres
una libertad sexual y una autodeterminación mucho mayores que los
que disfrutan las mujeres.
Las relaciones de poder basadas en el género pueden
tener un efecto directo en la capacidad de los miembros de una pareja para
adquirir información y tomar decisiones relacionadas con su salud
reproductiva y la de quienes dependen de ellos. Los efectos directos incluyen,
por ejemplo, la influencia de estos desequilibrios de poder en la capacidad
que tienen las mujeres para negociar el uso del condón con sus parejas.
Aunque todo este marco implica que el miembro con más poder es quien
pudiera alcanzar mejor sus metas, la aceptación de la pareja puede
complicar el asunto, pues dependiendo de la situación, dicha aceptación
puede ser sólo resultado de una falta de poder o de un ejercicio
del poder que consiste en condescender a los deseos de la pareja. Por ejemplo,
tener hijos puede incrementar un poder relativo de la mujer dentro de una
relación.
Las relaciones de poder tienen un vínculo causal
muy claro con la violencia o con la amenaza de violencia dentro de las
relaciones sexuales, y dicha violencia tiene a su vez un impacto sobre
la salud. Los servicios de salud reproductiva pueden tener un efecto mediador,
dependiendo del modo en que abordan la influencia del poder. Por ejemplo,
cuando una mujer aparece con desventajas en una relación de pareja,
los servicios de salud pueden intervenir para mejorar su habilidad de adquirir
información y tomar decisiones apropiadas a su situación.
A la inversa, los servicios que ignoran dichas relaciones de poder o que
refuerzan los desequilibrios, pueden contribuir a disminuir las capacidades
femeninas para promover su propia salud.
La comunicación marital
En los últimos años, un conjunto considerable
de literatura especializada ha nutrido nuestra comprensión del contexto
en que se toman las decisiones en materia de salud sexual y reproductiva
de una pareja. Buena parte de estos trabajos se concentran en la comunicación
conyugal. De modo general, los estudios muestran que la comunicación
verbal en la pareja es baja y que las desigualdades de poder basadas en
el género contribuyen a fomentar esa falta de comunicación.
Entre las parejas que discuten la planeación familiar, dicha discusión
tiene lugar sólo después de uno o más nacimientos.
Las mujeres y los hombres pueden creer que sus parejas se oponen a esta
planeación y vacilan en discutirla por miedo a disgustar a su compañero
o compañera y provocar un conflicto en la relación. Además,
las mujeres mucho más jóvenes que sus parejas (y al parecer
con menos poder), tienen menos posibilidades de comunicarse con ellas.
Estudios sobre infecciones sexualmente transmisibles,
particularmente el VIH/sida, muestran la dificultad de algunas parejas
para discutir estas cuestiones, dado que pueden suscitar interrogaciones
espinosas en torno de la fidelidad conyugal. Cuando las mujeres o los hombres
abordan el tema con sus parejas, corren el riesgo de ser acusados de promiscuos,
de tener parejas extramaritales o de estar ellos mismos infectados. El
simple hecho de hablar de sexo también resulta difícil para
muchas parejas. Los hombres y las mujeres carecen de un lenguaje para describir
sus deseos y sus miedos, y pueden en particular mostrarse renuentes a reconocer
su ignorancia sobre asuntos sexuales a la hora de discutirlos. Los resultados
de varios estudios sugieren que buena parte de la comunicación en
torno a temas reproductivos y sexuales se da indirectamente o de manera
no verbal, debido a los desequilibrios de poder en las relaciones de pareja.
Violencia de género y anticoncepción
La violencia de género es posiblemente la manifestación
más apremiante de desigualdad de poder en las relaciones sexuales,
y tiene una multitud de efectos negativos sobre la salud de las mujeres.
Una revisión reciente de los estudios que miden la prevalencia de
la violencia física, señala que ésta es más
común de lo que se pensó anteriormente. Los resultados de
casi 50 encuestas poblacionales a nivel mundial señalan que entre
10 y 67 por ciento de las mujeres reportaron haber sido lastimadas físicamente
por su compañero en algún momento de sus vidas. El daño
al bienestar físico y mental de las mujeres puede ser mayor que
el perjuicio inmediato y puede incluir depresión, ansiedad, problemas
ginecológicos (por ejemplo, dolor pélvico crónico),
aborto y complicación del embarazo.
Aunque los hombres son a menudo quienes toman las decisiones
en materia de planeación familiar, bien pueden dejar la ejecución
de sus decisiones a sus compañeras. A esta actitud la refuerzan
los servicios de salud reproductiva dirigidos exclusivamente a las mujeres.
Estos servicios "absuelven" a los hombres de la responsabilidad directa
en el control de la natalidad, y hacen que los hombres consideren a la
planeación familiar como un mero "asunto de mujeres". Uno de los
resultados de este énfasis es que el peso del uso de anticonceptivos
recae más fuertemente en ellas. A nivel mundial, cerca de 85 por
ciento de las parejas casadas practican la anticoncepción, y de
éstas sólo cerca de 28 por ciento utilizan un método
que requiere de la cooperación masculina (es decir, esterilización
del hombre, uso del condón, abstinencia periódica, o retiro
del órgano sexual).
La utilización secreta que hacen algunas mujeres
de los métodos anticonceptivos es uno de los ejemplos más
claros de las consecuencias potenciales de la desigualdad de poder en las
relaciones sexuales. Y lo hacen por razones diversas: sus parejas desaprueban
la anticoncepción, ellas ya no desean tener más hijos o experimentan
dificultades para hablar con ellos del uso de anticonceptivos. Practicar
la anticoncepción abiertamente, desafiando los deseos de la pareja,
puede ser algo difícil para las mujeres, en particular para aquellas
que dependen económicamente de sus maridos o cuyos compañeros
puedan amenazarlas con procurarse otra mujer, con la separación,
el divorcio o la violencia. En muchos ámbitos se considera poco
característico de una buena esposa oponerse a la voluntad de su
marido. El miedo a ser descubierta se vuelve un lastre continuo y la búsqueda
de asistencia médica para solucionar problemas o tratar efectos
secundarios resulta, en este contexto, algo inconveniente.
Quienes han intentado desarrollar programas de salud con
incidencia directa en las relaciones sexuales a menudo se han enfrentado
a la noción de que las relaciones de género forman parte
de un componente "cultural", algo nebuloso, estático e impermeable
a toda intervención de este tipo. Más aún, existen
muchas reticencias para influir en normas relacionadas con el género
por temor a ser tachados de insensibles a los valores culturales o de mostrar
poco respeto a la tradición. Sin embargo, muchos programas relacionados
con prácticas tradicionales y creencias profundamente arraigadas
han tenido, pese a todo, un éxito considerable al promover la equidad
de género. Una conclusión preliminar sugiere que cuando la
relación de género y poder se vuelve un aspecto básico
en los programas de salud sexual y reproductiva, el beneficio es considerable
para las mujeres y para los hombres.
Artículo tomado de Studies in Family Planning,
volumen 32, número 3, septiembre de 2001. (Versión editada.)
Traducción: Carlos Bonfil. |