México D.F. Domingo 4 de julio de 2004
Tariq Alí *
En nada cambia la impunidad por los crímenes en
Irak
Antes de la guerra decían que Irak tenía
"armas de destrucción masiva" que amenazaban a Occidente. Los que
nos opusimos a la guerra dijimos que eso era una mentira. George Bush,
Tony Blair y John Howard pensaron que si magnificaban la falsedad, la gente
la creería. No la creyó. Ahora es oficial: no había
armas de destrucción masiva en Irak.
Luego nos dijeron que el pueblo de Irak daría la
bienvenida a la "liberación". Algunos advertimos que habría
resistencia, y nos acusaron de vivir en el pasado. Emergió la resistencia,
y exhibió lo débil de la ocupación.
Los líderes militares estadunidenses dijeron después
que la resistencia provenía únicamente de los "remanentes
del antiguo régimen" y era dirigida por Saddam Hussein, por lo que
al capturarlo los problemas serían manejables. Nosotros dijimos
que después de su captura crecería aún más
la resistencia. Ahora es obvio para todos me-nos para los ciegos que, a
excepción de algunos líderes tribales kurdos, el grueso de
los iraquíes quiere que Occidente abandone su país. Los levantamientos
en el sur de Irak en abril anterior mostraron lo tenue que se ha vuelto
el asidero de la ocupación.
¿Es nuestra memoria tan de corto al-cance que las
mentiras pueden olvidarse o tacharse de insignificantes? ¿O los
ciudadanos de los estados promotores de la guerra seguirán el ejemplo
español y castigarán a sus líderes? Una ciudadanía
alerta, inteligente y vigilante requiere asegurarse de que sus líderes
no evadan la responsabilidad por sus crímenes.
Estados Unidos ya perdió la guerra de las imágenes.
El derribamiento de la estatua de Saddam a manos de un equipo militar estadunidense
y un puñado de mercenarios en una ciudad de varios millones de personas
no es exactamente lo que fue la caída del Muro de Berlín.
Son las fotografías de la tortura (a la que incidentalmente se refieren
los medios occidentales como "abuso") las que se volvieron símbolo
de la guerra y la ocupación colonial.
Así que repito. Una ciudadanía alerta, inteligente
y vigilante requiere asegurarse de que sus líderes no evadan la
responsabilidad por sus crímenes.
Cualquier pueblo que haya sufrido la dominación
colonial sabe que la tortura es parte integral de las políticas
imperiales. Cuando emergió la noticia, Gerry Adams, líder
de Sinn Fein, describió en un artículo periodístico
cómo lo desnudaron y humillaron los británicos. Numerosos
palestinos describieron lo que ocurre hoy en los gulags israelíes.
Quienes se sorprendieron fueron los ciudadanos de Occidente. Ha-bían
olvidado lo que sus líderes perpetraron durante la mayor parte del
siglo XX.
La "transferencia de soberanía" a los iraquíes
es, por supuesto, otra bola de hu-mo. La ironía del caso es que,
recuerdan todos los iraquíes, esto no es más que una repetición
fársica de lo que hicieran los británicos tras la
Primera Guerra Mundial, cuando recibieron un mandato de la Liga de las
Naciones para gobernar Irak. Cuando el lapso pactado expiró, mantuvieron
sus bases militares y dominaron la política iraquí. La embajada
británica en Bagdad tomaba las decisiones clave.
Después del 30 de junio, es la embajada estadunidense
la que juega este papel, y el gobernante de facto en Irak es John
Ne-groponte, funcionario colonial probado y seguro, quien benignamente
contempló el desbarajuste absoluto creado por los escuadrones
de la muerte en América Central. El antiguo agente de la CIA
Ayad Allawi, quien trabajó como espía policiaco de bajo nivel
para el régimen de Saddam Hussein y es responsable de delatar a
innumerables disidentes, es el nuevo primer ministro. ¿Có-mo
pueden, inclusive los más ingenuos e ignorantes seguidores del imperio
estadunidense, pensar que esta operación es una transferencia de
soberanía?
Allawi declaró que lo que se requiere es mano dura
para restaurar el orden. Y los dóciles comentaristas ya comienzan
a repetir como pericos que los árabes prefieren hombres fuertes,
no democracia. Si Allawi fracasa, y fracasará, lo quitarán,
como hicieron con el fraudulento Ahmed Chalabi. Ambos hombres son sirvientes
de toda la vida, que al más leve gesto del conquistador se hunden
en la oscuridad primitiva.
La riqueza y la fuerza militar de Estados Unidos puede
permitirles comprar los servicios y el apoyo de estados más pobres
y más débiles, pero con eso no frenarán la resistencia
en Irak.
Fue el ayatola Alí Sistani, el religioso chiíta
con más autoridad en Irak, quien primero elevó la demanda
en pos de una Asamblea Constituyente electa, que determinara la futura
Carta Magna del país. Sus simpatizantes argumentaron que no había
mucho problema en preparar un padrón electoral pues los ciudadanos
estaban ya registrados para recibir subsidios alimentarios en el antiguo
régimen. Pero se rechazó esta propuesta: "es muy pronto para
la democracia", dijeron, "la gente está traumatizada", etcétera.
Ideólogos estadunidenses como Samuel Huntington
hablan ahora de la "paradoja democrática". La paradoja es que el
pueblo pueda elegir gobiernos nada amigables hacia Estados Unidos.
Y pocos dudan que las dos demandas fundamentales de cualquier
gobierno electo genuinamente en Irak deberían ser: (a) el retiro
de todas las tropas extranjeras, y (b) el control iraquí de su petróleo.
Es esto lo que une al grueso del país, y estoy convencido que los
líderes kurdos, implicados en maniobras peligrosas con Israel, quedarán
aislados en su propio territorio si continúan por ese rumbo.
Después del 30 de junio, nada cambia en Irak. Es
un mundo ilusorio donde se ha-ce que las cosas signifiquen lo que los ocupantes
quieren que signifiquen y no lo que son en realidad. Es la resistencia
iraquí la que determinará el futuro del país. Son
sus acciones, enfocadas sobre los soldados ene-migos y las corporaciones
de mercenarios lo que hace insostenible la ocupación. Es su presencia
lo que evita que Irak quede relegado a las páginas interiores de
los me-dios impresos o que la televisión lo olvide. Es la valentía
de los pobres de Bagdad, Basora y Fallujah lo que exhibe a los líderes
políticos de Occidente, que apoyaron una empresa así.
La única respuesta que le queda a Washington es
aumentar la represión, pero fal-ta ver si Negroponte se arriesga
a la gran matanza antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Puede resultar una tarea riesgosa.
Traducción: Ramón Vera Herrera
* El libro más reciente de Tariq Alí es
Bush in Babylon: The Re-colonisation of Iraq, publicado por Verso
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