PROYECTO
IRAK: ¿CALLEJON SIN SALIDA? |
5 de julio de 2004 |
Desde hace más de siglo y medio las potencias occidentales han reconocido la importancia estratégica del Medio Oriente. Geopolítica primero y petróleo después, se combinaron para considerar esa región como pieza central en el ajedrez mundial. El problema siempre ha sido, de hecho, cómo asegurar los intereses de las potencias imperiales en el área, la regulación de la competencia entre ellas y la estabilización que evite la radicalización de las poblaciones locales. En la era de la guerra fría, las reglas del juego en Medio Oriente eran claras para todos. La Unión Soviética apoyaría a aquellos regímenes y movimientos que desafiaran la hegemonía occidental, mientras que el oeste mantendría regímenes conservadores, en algunos casos como Arabia Saudita, de carácter ultraislámico. Mientras el petróleo llegara a los puertos de Europa occidental y Estados Unidos, nadie se interesaba en la pobreza, la corrupción, la falta de derechos sociales y la opresión femenina. La guerra fría acabó hace ya casi 15 años, y se han aplicado nuevas reglas en Europa Oriental y América Latina. Pero con respecto a Medio Oriente, las potencias mundiales no han sido capaces de encontrar un régimen que permita absorber a gran parte de las economías de esos países en el mercado mundial, excepto en el contexto de un modelo de dominación clásico donde el petróleo fluye y en retorno se sostienen el poder y la influencia de una microscópica elite "compradora" de productos de consumo. El resultado de tal régimen es una región con economías débiles, con una base social frágil, olas de emigrantes a Europa y un radicalismo islámico, considerado una amenaza estratégica. La guerra de Irak fue, en cierta medida, la fórmula de la administración Bush para remplazar el régimen de regulación que ya no es viable. En el plan de los neo-cons (neoconservadores), Irak sería el experimento con el cual, a punta de rifles, se impondría la hegemonía de Estados Unidos, y ésta a su vez empujaría la reforma política, económica y social. El gobierno de EU destinó 18 mil millones de dólares de su presupuesto para financiar la reconstrucción de Irak, y esta suma llegaría mediante las grandes corporaciones estadunidenses, desplazando intereses europeos y rusos. Ese esquema se ha hundido en Irak, como advirtieron la mayor parte de los críticos del proyecto de los neo-cons. Los atentados contra civiles y militares, los cientos de vidas perdidas, el constante sabotaje y la creciente oposición en Estados Unidos a la guerra han llevado el proyecto Irak a un callejón sin salida. Sin embargo, nadie tiene hoy muy claro qué clase de alternativa es viable. En todo caso, cualquier tipo de esquema que se proponga resolver la crisis iraquí tendrá que hacerlo en un contexto más amplio. Irak es sólo una pieza, aunque muy importante, en un proyecto que tendrá que ser mucho más ambicioso: la reforma política, económica y social del mundo árabe. Un primer paso hacia la definición de una respuesta posible se dio durante junio en la reunión de los líderes del G-8, el grupo de los países ricos y Rusia, en Estados Unidos. De hecho, se concluyó con una decisión estratégica, cuyas repercusiones serán sentidas sólo en los próximos meses: coordinar los esfuerzos de reconstrucción y reforma del Medio Oriente. Todavía no se habla de unificar la iniciativa europea con la de la administración Bush, y tampoco de coordinación total sobre cada punto y país de la región. Las diferencias entre estadunidenses y europeos son todavía grandes. Los primeros han tenido que ceder a la ambición de hegemonía en el Medio Oriente, y aceptado la necesidad de diseñar una estrategia compartida para el mundo árabe. Esto implicará una definición de prioridades en lo que respecta al papel del sector privado, las inversiones en infraestructura y el combate contra la corrupción. Estas declaraciones suelen ser generalmente ceremoniales y huecas, sobre todo cuando se trata de programas que incluyen el combate a la pobreza. Pero esta vez parece que se habla de algo distinto. Ni Estados Unidos ni Europa pueden dejar sin solución el desafío que representa el Medio Oriente. Se necesita detener el flujo de inmigrantes del Medio Oriente y Noráfrica hacia Europa y, también se tiene que encontrar la manera de salir de Irak. Además, un programa de reconstrucción para el mundo árabe requerirá recursos de miles de millones de dólares para financiar infraestructuras, rehabilitar los sistemas de educación y salud pública y establecer un programa de guerra contra la pobreza. Quien desee adoptar una actitud optimista puede basarse en recientes eventos que parecen señalar un posible alejamiento del radicalismo y del estancamiento en el mundo árabe. Paralelamente a la reunión de G-8, representantes de los ministerios de Economía de los países de la región se reunieron con sus contrapartes estadunidenses y europeos en Alejandría, Egipto. El propósito del encuentro fue la creación de un instrumento de financiamiento de proyectos para el Medio Oriente en el marco de los programas del Banco Europeo de Inversiones. Esto permitiría, ya en el corto plazo, utilizar fondos de Europa para financiar proyectos de diversa naturaleza. En un punto hay acuerdo general en la región y fuera de ella. El destino de cualquier plan de reconstrucción del Medio Oriente se decidirá en Irak, tanto en lo que respecta a las posibilidades de encontrar apoyo en el área para un programa de reforma social y política, como en lo que se refiere a la coloboración efectiva entre Estados Unidos y Europa. En el corto plazo, tal colaboracion dependerá de un posible acuerdo sobre la particiapción de empresas de la UE en la reconstrucción de Irak. La administración Bush tendrá que aceptar que empresas europeas obtengan parte de los contratos en la construcción de infraestructuras en el país, y los europeos, por su parte, tienen que cancelar buena parte de los 100 mil millones de euros de la deuda de Irak. Si tal acuerdo no se alcanza en unos meses, todo el proceso de reconstrucción y reforma se detendría, no sólo en Irak, sino en toda la región. Pero si tal acuerdo se consigue, entonces el camino estaría abierto para forjar un plan de acción mucho más amplio, aplicable a todo el Medio Oriente § Foto: AFP |