México D.F. Domingo 18 de julio de 2004
MAR DE HISTORIAS
Lista de precios
Cristina Pacheco
A la una de la tarde suena la chicharra en la fábrica. Los obreros se encaminan a la avenida Nueve. Allí estaciona su camioneta La Negra. Frondosa, morena, siempre de blanco, es célebre por los guisos que sirve en la cajuela de su fonda ambulante.
Como es su costumbre, mientras distribuye los platos desechables, La Negra pregona el menú del día y los precios:
-Arrocito con huevo, cinco pesos; costillas de cerdo con verdolagas, once; hígado encebollado, trece; lengua a la veracruzana, quince. ƑQué les voy a servir a mis amores?
-ƑEstá buena la lengüita? -pregunta Abelardo.
-La mía sí, la tuya šquién sabe! -responde La Negra.
Una carcajada brutal resuena en la calle donde aparece Raziel:
-ƑQué onda, por qué tanta risa?
-Aquí, tus amigos que son bien malpensados -le explica La Negra-. No te pregunto qué vas a querer porque ya lo sé: bisté con papas. Pero tendrás que esperarme un poquito, porque estoy bien atrasada.
Raziel va a sentarse en la banqueta. Se le une Demetrio. Lo apodan El Malacara por la cicatriz que deforma su barbilla. El recién llegado saluda y luego abre el periódico que compró en el puesto de la esquina. Lo hojea sin interés. Cuando llega a las páginas centrales, se detiene en la lectura de una noticia. Al terminar, exclama:
-šUta! Cinco mil varos.
Raziel lo mira desconcertado. El Malacara lo interroga:
-ƑCuánto estás ganando a la semana?- Al cabo de unos segundos, precisa: -Quiero decir, neto, sin los descuentos y todo.
-Ochocientos y feria. ƑPor qué?
En vez de responderle, El Malacara se dirige a La Negra:
-Mora: Ƒcómo cuánto sacas en tu changarro al día?
-šOyeme, qué preguntita!- La Negra le hace un guiño a Abelardo: -Tu amiguito ya hasta parece de Hacienda.
-ƑQué te trais, güey? -dice Abelardo a El Malacara. -ƑPor qué tanta pinche pregunta?
El Malacara golpea el periódico con el dorso de la mano:
-Por lo de las recompensas. ƑNo lo han visto?- Lee en voz alta: -"Los ciudadanos que contribuyan a la localización de algún delincuente recibirán compensaciones que, de probarse el ilícito, fluctuarán entre los quinientos y los cinco mil pesos".
-O sea que con un buen soplo puedo ganar lo que no saco a la quincena trabajando en la fábrica-. Abelardo ladea la cabeza:
-šNo está mal!
-No, mientras los ratas estén en el tambo. ƑY después, cuando salgan?- La Negra no espera la respuesta: -Irán a meterte un plomazo por soplón.
El Malacara señala un párrafo:
-No. Aquí dice claramente -vuelve a leer con dificultad-: "Las denuncias podrán hacerse en el 060 y la identidad de los informantes quedará bajo estricto sigilo. Las gratificaciones se entregarán en efectivo, cheque o mediante depósito bancario".
-ƑCómo la ves, güerito? -pregunta La Negra a Raziel.
-Mejor dime a qué horas me vas a servir-. Impaciente, mira su reloj: -Ya casi tengo que volver a la chamba.
-Por estar en la plática no me fijé en la hora-. Seguido por algunos de sus compañeros, El Malacara se va a la fábrica.
-A ver si checas mi tarjeta -grita Raziel. Se recarga en la salpicadera de la camioneta y mira a la distancia.
-ƑEstás pensando en lo de las recompensas? -La Negra cree interpretar el silencio de Raziel: -Yo también. Y no me gustó. Además, no está claro cuándo le darán al chivato 500 pesos y cuándo 5 mil.
-Según el soplo será la pedrada- Raziel se frota el cuello: -Me imagino que por los raterillos te darán 500 y 5 mil por los narcos.
-ƑSerías capaz de denunciar a alguien por dinero?
-No, Negrita, desde luego que no.
-ƑSeguro?- La Negra ve asentir a Raziel. -Porque no estás ahorcado. Pero imagínate que te vieras sin trabajo, con deudas por todas partes, con la familia muriéndose de hambre y se te presenta la oportunidad de ganarte 5 mil pesos denunciando a un maldito.
-Ni así.
-Pues entonces, permíteme decirte que eres un santo-. La Negra cambia de tono: -ƑQuieres la carne bien asada?
-Es igual.
-Eso dices cuando no tienes hambre-. El tono de La Negra se dulcifica: -Se te fue el apetito porque me tardé, Ƒverdad?
-No. Porque recordé una cosa que me sucedió cuando era chamaco-. Raziel mira de frente a La Negra. -ƑTe he hablado de mi jefe?
-Ni siquiera me has dicho su nombre-. La Negra deja el plato servido al alcance de su cliente. -ƑTe pareces a él?
-En lo jodido- Raziel intenta sonreír. -Era velador en una fábrica de muebles para baño. Una tarde lo mandó llamar don Felipe Gilbert, el dueño del negocio, para decirle que faltaban dos llaves francesas con sus mezcladoras y todo. Le dio a entender que sospechaba que él las había tomado.
-ƑPero por qué?
-Cada llave, en este tiempo, valía mucho más de lo que mi padre ganaba a la quincena. El señor Gilbert lo amenazó con que lo iba a correr si no investigaba quién se había robado las llaves-. Los ojos de Raziel se humedecen: -Eramos solos y nada más mi padre trabajaba. Si perdía la chamba...
-Pero no la perdió -subraya La Negra con alivio.
-No, porque se puso listo-. Raziel abre y cierra el puño mientras continúa su relato: -Una semana entera mi padre veló toda la noche. Terminando el rondín, en vez de meterse en la caseta a descansar, se escondía entre las cajas de la bodega para ver quién entraba. Descubrió que el ladrón era un muy amigo suyo, al que le decían El Chamoy, porque estaba salado.
-ƑY tu padre se lo dijo a su patrón?
-Sí, con tal de no perder el trabajo. El señor Gilbert le prometió no revelarle a El Chamoy quién lo había denunciado y le regaló 50 pesos. Eso ocurrió un sábado. El domingo en la mañana, cuando mi padre volvió a la casa, no se acostó a dormir. Me dijo que saldríamos a pasear. La noticia me cayó de sorpresa porque, nunca íbamos a ninguna parte.
-ƑAdónde te llevó? -pregunta La Negra entusiasmada.
-Al Centro. Le encantaba porque de jóvenes allí se veían él y mi madre. Me hubiera gustado conocerla, pero murió cuando yo nací-. Raziel siente la mano de La Negra en su hombro: -Ese domingo caminamos mucho, sin hablarnos. De pronto, a las puertas de un restaurante, vi una muñeca enorme, vestida de blanco, que movía una cucharota. Mi papá me golpeó el hombro: "No te quedes mirando a esa vieja. šEntra! Te invito a comer".
-Cuando uno es niño...- La Negra no termina la frase.
-Yo nunca había comido en un restaurante y me pareció maravilloso. La mesera nos entregó el menú y mi padre, que no sabía leer, me dijo: "Ve qué hay". Yo estaba tan emocionado que las letras y los números me bailaban. El me preguntó qué iba a pedir y le contesté que arroz con huevo: lo más barato. El me corrigió: "No. Podemos ordenar unos bisteces". Le recordé que eso era lo más caro. Me sonrió: "No te fijes, traigo dinero". Ordenamos. Cuando la mesera nos llevó la carne, me lancé a devorarla. Mi padre, en cambio, se quedó mirando el plato hasta que se le salieron las lágrimas.
-ƑPero por qué?
-Eso mismo le pregunté. Me agarró la mano y empezó a contarme lo de las llaves francesas, su amigo El Chamoy y los 50 pesos que le había regalado su patrón por la denuncia. Al terminar me preguntó: "ƑQué sientes de que tu padre sea un delator?"
-ƑQué le respondiste?
-Nada. Llorando, me comí hasta la última hirla de carne.
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