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ECONOMIA POLITICA DE LAS ELECCIONES ESTADUNIDENSES 9 de agosto de 2004

EL CANDIDATO DEMOCRATA

Víctor M. Godínez


Las condiciones económicas del momento suelen ser decisivas en el voto para elegir al presidente de Estados Unidos. En esta ocasión, sin embargo, las cuestiones del liderazgo y, sobre todo, de la seguridad interna pueden ser claves para decidir si será Bush o Kerry quien ocupe la Casa Blanca por los siguientes cuatro años

"Usted podrá hablar de todo lo quiera, pero el día de las elecciones lo único que tendrá importancia será el precio de los cerdos en San Luis y Chicago." Esto decía en 1960 William Stratton, gobernador de Chicago y consejero político de Richard M. Nixon cuado éste competía con John F. Kennedy por la presidencia de Estados Unidos.

El mensaje de Stratton al candidato republicano ­que en aquella contienda perdió las elecciones­ era evidente. Señalaba que al decidir el sentido de su voto, los electores, más que fijar su atención en los grandes pronunciamientos políticos e ideológicos, se interesan por el estado que, a su juicio, guarda un número reducido de asuntos estrechamente vinculados con su vida cotidiana: el empleo, el ingreso, la capacidad de compra, las expectativas de bienestar material.

La tesis de Stratton sobre las motivaciones de los votantes ha sido durante décadas una creencia muy arraigada entre los especialistas y estrategas electorales estadunidenses. Baste recordar que una de las consignas que parece haber sido más efectiva en la campaña electoral con la que Bill Clinton desalojó de la Casa Blanca al padre del actual mandatario de Estados Unidos fue una frase lapidaria que partía del mismo principio enunciado por Stratton 30 años atrás: "es la economía, estúpido".

bushDadas las condiciones de seguridad creadas a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y de la guerra declarada al terrorismo por el gobierno estadunidense en Afganistán, Irak y dentro del propio territorio nacional, la pregunta que surge de inmediato es cuán válidas serán las experiencias del pasado en las elecciones presidenciales de noviembre próximo. Son muchos los que piensan que, al contrario de lo que indica la historia electoral con respecto a la importancia de los temas económicos, los factores determinantes de esta elección serán la política exterior y los asuntos de orden estratégico.

Tal es al menos el terreno en que los consejeros políticos de George W. Bush quieren circunscribir el debate electoral durante los 100 días que quedan por delante antes de que los ciudadanos acudan a votar. Su objetivo es claro, y lo han hecho explícito: se trata de mostrar a la nación que el candidato demócrata carece de la determinación y de las credenciales necesarias para conducir una nación en guerra.

Es por ello que, en contraste con el tono habitual de los discursos de aceptación de los candidatos demócratas a la presidencia, la intervención de John Forbes Kerry el jueves 29 de julio en el Fleet Center de Boston estuvo dominado de principio a fin por la política exterior y por la necesidad convencer a los votantes de que, si lo eligen presidente, será un guardián de la seguridad nacional mucho más fiable que Bush.

Es interesante hacer notar a este respecto cómo el nivel de aprobación del presidente alcanzó su clímax a raíz de los trágicos atentados en el World Trade Center de Nueva York en 2001, observando después una caída pronunciada que, al menos hasta la primavera del presente año, no ha cesado. Es quizá esta tendencia la que Kerry quiere profundizar al presentarse como un comandante en jefe capaz y creíble.

El clima de emergencia creado en Estados Unidos al filo de la guerra al terrorismo obliga al candidato Kerry a aceptar los términos del debate electoral que ha planteado el presidente en el poder. Pero esto no significa que su discurso y sus propuestas deban mantenerse dentro de los límites temáticos dictados por los republicanos. Todo indica que la estrategia demócrata consiste en neutralizar políticamente los asuntos relacionados con el terrorismo para luego desplazar el debate a un terreno más tradicional y probadamente más rentable en términos de votos: el de la situación material de los estadunidenses promedio.

Es éste un terreno en el que la discusión político-electoral suele ser casi siempre favorable para el candidato de la oposición. Kerry lo sabe, y aunque sus propuestas económicas y sociales todavía son muy generales y en algunos casos hasta vagas, en su discurso de aceptación de la candidatura demócrata delineó lo que será su principal línea de acción en los temas nacionales. "La clase media ­expresó en el Fleet Center de Boston­ necesita un líder." Según él, además de la guerra al terrorismo, el próximo presidente de Estados Unidos debe librar una guerra interna contra "salarios que caen, costos de servicios de salud que crecen", y sobre todo, para impedir que el bienestar de la clase media siga "mermando: sus miembros trabajan los fines de semana, tienen dos, tres trabajos, y aun así no logran salir adelante".

La imagen de "dos Estados Unidos" ­que es recurrente en el discurso del candidato a la vicepresidencia, John Edwards­ tiene como base dicho diagnóstico. El argumento central de los demócratas es que las nuevas tecnologías, la globalización y las demás fuerzas del cambio económico han minado la seguridad de los trabajadores en grados mucho mayores de lo que sugieren las estadísticas sobre el desempleo y el crecimiento económico agregado. En este sentido, la convención demócrata también sirvió para sacar a relucir el viejo pero electoralmente fructífero fantasma de la amenaza competitiva de los países de bajos salarios. El éxito de una de las estrellas ascendentes del Partido Demócrata, el abogado de color educado en Harvard, Barack Obama, que es candidato al Senado, se nutre de esta retórica, que le aportó tantos aplausos cuando evocó a los trabajadores de su pueblo en el estado de Illinois, "quienes pierden sus empleos en la planta de montaje de la empresa Maytag, que decidió trasladarlos México, y ahora deben competir por trabajos a siete dólares la hora". Vino viejo en odres nuevos, que puede ser contraproducente para allegar el voto de origen hispano a los candidatos demócratas.

La imagen de las dos naciones se completa con un segundo argumento: la política económica del presidente Bush, lejos de mitigar las secuencias negativas de la globalización sobre la clase media, las exacerbó. Las rebajas tributarias concedidas por el gobierno republicano acrecentaron la desigualdad económica pues, según sostienen los demócratas ­y así lo dijo Kerry en su discurso de aceptación como candidato a la presidencia­, sólo favorecieron a las grandes corporaciones y los estratos sociales mejor situados en la escala del ingreso. De ahí su propuesta de incrementar la carga fiscal de estos sectores y disminuir la de la clase media.

Las grandes definiciones programáticas están por realizarse. En las próximas semanas Kerry y su equipo deberán irlas desgajando, traduciéndolas en propuestas más concretas de política económica. La pregunta que queda en el aire es si tales propuestas tendrán la fuerza suficiente para trasladar el debate electoral del terreno estratégico y de seguridad al de los temas internos más tradicionales, es decir, al de aquellos que, como decía el antiguo gobernador Stratton, determinan el "precio de los cerdos" §

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