Economía política de las elecciones estadunidenses EL VIEJO DILEMA: ¿CAÑONES O MANTEQULLA? |
23 de agosto de 2004 |
A estas alturas de la campaña electoral, los temas que se debaten se ubican en dos extremos: la seguridad y la recuperación económica. Los republicanos pretenden insistir en la capacidad del presidente Bush para combatir el terrorismo internacional, sin exponerlo demasiado a las críticas sobre las condiciones de empleo y bienestar de la población. Los demócratas intentarán, en cambio, enfocarse en la debilidad de las políticas económicas del gobierno. Victor M. Godínez Para un alto porcentaje de votantes estadunidenses, el tema central de la campaña electoral de 2004 es la seguridad. Diversas encuestas muestran que los ciudadanos identifican el terrorismo y la guerra en Irak entre sus principales preocupaciones. La convención demócrata del 29 de julio confirmó este hecho. En todo caso, es éste el registro en el que los republicanos esperan mantener la discusión hasta el próximo 2 de noviembre. Así, en las tres semanas posteriores a la convención demócrata, la estrategia del presidente George W. Bush se limitó a seguir orquestando ataques sobre la capacidad y la experiencia del senador John F. Kerry como posible comandante en jefe de Estados Unidos. El resultado hasta el momento es doble: la andanada obliga al candidato demócrata a ponerse a la defensiva, pero también pone al descubierto una serie de flancos vulnerables del presidente. La decisión republicana de organizar en esos términos la estrategia electoral de su candidato no sólo se basa en el estado de la opinión que reflejan los múltiples sondeos y encuestas que a diario se aplican a lo largo y ancho de Estados Unidos. Esta decisión estratégica también tiene su origen en la dificultad que están encontrando los consejeros presidenciales para construir una propuesta de política económica que parezca convincente frente a la experiencia de destrucción de empleos y deterioro acumulativo de las condiciones de vida que afectó a la clase media en los últimos cuatro años. Como si esto fuera poco, los recientes incrementos de las cotizaciones internacionales del petróleo están presionando al alza los precios de una amplia gama de bienes y servicios de primera necesidad, hecho que es portador de un alto potencial de daño electoral para la administración del presidente Bush, debido a que en el imaginario colectivo existe una asociación directa entre la guerra en Irak y el encarecimiento de los energéticos. Los consejeros económicos del presidente aún no tienen un acuerdo acerca de cuál debe ser el mensaje electoral en materia económica. Las propuestas específicas que se conocen como el proyecto de simplificación fiscal, la privatización de algunas partes de la seguridad social, la intención de reducir paulatinamente el déficit fiscal no han sido desplegadas ante el temor de abrir flancos de ataque para los demócratas. Un temor político al que se añade otro de carácter estratégico y que consiste en la posibilidad de que con ello se saque el debate electoral de la esfera de la seguridad, en la que los republicanos quisieran mantenerlo tanto como sea posible. Pero esta indecisión no podrá ser mantenida mucho tiempo. La inminencia de la Convención Nacional Republicana, en la que el presidente será proclamado candidato, es un factor que forzará definiciones. Y tanto más que en las semanas posteriores a su propia convención los demócratas redoblaron sus críticas a la gestión económica del gobierno actual. El Comité Nacional Demócrata puso en marcha una campaña de 6 millones de dólares denunciando que en los últimos cuatro años se "perdieron millones de buenos puestos de trabajo debido al cierre de fábricas y empresas, en tanto que el presidente Bush favorecía con recortes fiscales a corporaciones que se mudaron al extranjero". En este frente los demócratas han concentrado algunos de sus disparos de mayor calibre. La economía generó poco más de 32 mil empleos en julio, número no despreciable pero lejano de las expectativas creadas por el propio gobierno. Con respecto al nivel observado en el invierno, Estados Unidos tiene hoy un millón y medio menos de empleos remunerados. Para impedir que George W. Bush sea exhibido por sus oponentes como el primer presidente desde Herbert Hoover en cuyo mandato se registra una pérdida neta de puestos de trabajo, en las nueve semanas que quedan antes de la elección deberían crearse 372 mil nuevos empleos. Es evidente que ninguna medida de política económica podría enfrentar con éxito este desafío en un plazo tan reducido. Así, mientras que el jefe del Ejecutivo y el vicepresidente Cheney se empeñan en desacreditar la capacidad de conducción de John F. Kerry frente a la emergencia que viven la nación y el mundo frente al acecho del terrorismo internacional, los candidatos demócratas se esfuerzan en ridiculizar y presentar como infundado el obligado optimismo económico de la administración saliente. Al conocer el crecimiento del empleo de julio, Bush declaró solemnemente: "nuestra economía continúa avanzando; hemos dado la vuelta a la esquina y no hay punto de regreso". No tardaron los demócratas en desempolvar una afirmación similar hecha por el presidente Hoover el 7 de marzo de 1930, cuando la economía estaba por iniciar el largo y oscuro recorrido de la Gran Depresión: "la prosperidad está a la vuelta de la esquina". La estrategia de Kerry y Edwards tiene como referente un hecho objetivo que tal vez no pueda cargarse por completo en la cuenta de las políticas económicas aplicadas por George W. Bush durante su gobierno, pero que sin duda sí contribuyeron a profundizar. Se trata de lo que el profesor de la Universidad de Yale Jacob Hacker denomina la continua ansiedad acerca de la economía que padecen los estadunidenses promedio. Ocurre que en los últimos 20 años dos grandes transformaciones alteraron las condiciones de vida de millones de estadunidenses: el incremento del número de familias con dos sueldos y el estancamiento del ingreso real de la mayoría de los trabajadores. El apocamiento económico de los pasados cuatro años hizo que se intensificaran como nunca las tensiones inherentes a esta combinación. Diversas medidas muestran que las familias situadas en los estratos medios del ingreso enfrentan hoy la peor situación económica que en cualquier otro momento desde el inicio de los años 80. Es éste un fenómeno sociológico complejo, pues, como argumentan Elizabeth Warren y Amelia Tyagi en su libro La trampa de los dos ingresos, las familias con dos sueldos gastan más porque necesitan niñeras, enfermeros, un segundo carro, además de que pagan más impuestos. Para la mayoría de estas familias, los costos de estas necesidades adicionales anulan o de plano sobrepasan el monto efectivo del doble ingreso familiar. La conclusión es que, al inicio del siglo xxi, pertenecer a la clase media es mucho más costoso de lo que el sentido común deja creer. <>La "ansiedad económica" de la clase media es el referente del discurso económico demócrata en esta campaña electoral. Aunque Kerry y sus principales consejeros económicos están muy lejos de haber señalado cómo cerrar la brecha entre el ingreso y los gastos de las familias, el balance político al respecto puede convertirse en asunto explosivo para la relección del presidente en funciones. No deja de ser paradójico que después de la desaparición del mundo bipolar y del advenimiento de la llamada nueva economía, los ciudadanos estadunidenses volverán a enfrentar, cuando acudan a votar el 2 de noviembre, el viejo dilema de escoger entre los cañones y la mantequilla§ |