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México D.F. Martes 24 de agosto de 2004
Marcos Roitman Rosenmann
Siempre se puede caer más bajo
Es poco alentador que la mayoría de los gobernantes de hoy sean personas sin escrúpulos. Hombres y mujeres de poca estatura moral, cuya arma predilecta es la trampa artera. No se rigen por patrones éticos y siempre se acompañan de testaferros a quienes responsabilizan de sus pillerías. Nada les hace pensar que puedan ser objeto de investigación. Se creen poseedores de un halo de inmunidad al manejar secretos de Estado. Se guardan todas las pruebas. Roban, alteran y destruyen documentos públicos. Nada se puede oponer a su voluntad. Son individuos con doble vida. Cara a los electores se transforman en imagen publicitaria y comunicacional. Siempre están vestidos para la ocasión, nunca desatinan: chaqué y corbata para ceremonias oficiales; ropa informal de marca para lucir en privado. Se creen con vocación pública y se presentan encarnando la figura de héroes y mártires, cuyo sacrificio revierte en el engrandecimiento de la patria. Su autoestima cotiza en bolsa. Son verdaderos artistas en urdir su currículum. No les falta ego, que solapan de altruismo social. Dicen añorar la vida sencilla y sufrir la incomprensión de la mayoría social. Homologan su vida a los santos beatificados. Se quejan de la mala prensa que los desacredita poniendo en peligro su familia y el amor de sus hijos. Aun así, asumen los riesgos. Su entrega será recompensada tarde o temprano. Pero en vida se contentan con formar parte de las guías callejeras donde una plaza, una avenida o una bocacalle se adjetiva con su nombre. En ellos todo es dedicación al sacerdocio público.
Predestinados para la acción de gobierno se reconocen, forman la especie de los miserables. Aznar, Berlusconi, Bush, Blair, Sharon, Felipe González, Putin, Violeta Chamorro, Margaret Thatcher, Vicente Fox, Eduardo Frei, Uribe, De la Madrid, Luis Echeverría y un largo etcétera. Es una lista de la que excluyo tiranos y dictadores sin legitimidad en las urnas. Sin excepción son anticomunistas, constituyen una casta y demandan trato preferente. Consideran un agravio que se cuestione su mandato y llevan peor ser imputados de cometer crímenes de Estado. Si alguno cae en desgracia, se protegen, apelan al buen entendimiento y la concordia social. Llaman a no remover el pasado. Recuerdan, eso sí, sus noches de insomnio preocupados por el bien común. Altruistas vocacionales, se piensan exentos de responsabilidades penales, y si se les llama la atención arremeten con furia, pierden la compostura y ponen al descubierto su doble personalidad. Aflora un rostro desencajado, cuyos gestos hablan de un carácter pueril donde "el todo vale" justifica el asesinato, la desaparición de personas, la tortura, el fraude, la malversación de fondos, los exilios y gobernar por medio del terror. Liberan una personalidad enfermiza y un proceder oscuro y obsceno donde corre la adrenalina combinada con cocaína, alcohol y todo tipo de estimulantes imprescindibles para soportar esa ajetreada doble agenda.
Su destino es llevar la nave por el derrotero de la razón de Estado y la seguridad nacional. No son dueños de sus actos, han sido poseídos y escuchan voces que los incitan a matar y eliminar al enemigo interno. La guerra sucia emerge arrastrando cualquier resto de dignidad humana. ƑY qué es un enemigo interno? Su definición arbitraria depende de pocos iluminados. En ella pueden incluirse activistas pro derechos humanos, comunistas, ecologistas, homosexuales, jóvenes, anarquistas, emigrantes, negros, indios o trabajadores precarios. En sus estrechas mentes, llenas de odio, cualquier protesta, crítica o reivindicación democrática se transforma en subversión sediciosa o traición a la patria, que se debe combatir sin tregua. Anuncian una guerra sin cuartel en la que no caben la acción de la justicia ni el control parlamentario. Viven fuera del marco constitucional y se vanaglorian de ello. Se sienten dueños del territorio, de su gente y, lo que es peor, de su destino. Se consideran dioses capaces de dar y quitar la vida a discreción. Dan las órdenes, aunque posteriormente sufran amnesia y aleguen demencia senil. Posmoderno escudo protector aconsejado por abogados cuando el acoso se prolonga en el tiempo. Sin olvidar el recurso al silencio político. No sea que se develen secretos de Estado.
Los últimos acontecimientos demuestran que siempre es posible degradarse un poco más. Nunca se cae suficientemente bajo, no hay piso que frene el descenso cuando se trata de la degradación ética y moral. Ahora los escándalos nos llevan a un lugar poco visitado, el inconsciente de esta especie donde anidan frustraciones y debilidades enfermizas.Vamos México y la Lotería Nacional, los desaparecidos y torturados en democracia, los videos o las acciones rastreras de Aznar en España para, con dinero público, recibir una medalla de oro del Congreso estadunidense. Mentiras reconocidas y risas que hablan del desprecio hacia el semejante. Armas de destrucción masiva que no existen. Muros que se levantan cuando otros han caído. Señores o señoras consortes practicando el turismo en viajes oficiales. Nada está fuera de su alcance. Bolígrafos, toallas o las bebidas del minibar del hotel, todo entra en su campo de acción. Un arsenal de nuevas prácticas delictivas que nada dice del quehacer político, la militancia abnegada o la responsabilidad en el ejercicio de la función pública. No hablamos del fin de las ideologías, sino de la degradación humana de sujetos que llegan a la política para vivir de lo público y engrandecer su capital privado. En pocos años hemos visto, a veces estupefactos, la proliferación de estas prácticas degradantes. Por ello, con la aplicación de leyes justas evitaremos ser arrastrados en esta dinámica degenerativa, cuyo lema es: siempre se puede caer más bajo.
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