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Derechos
sexuales
Suprimir castigos, proporcionar
servicios
Los programas y acciones oficiales que promueven la
educación sexual entre adolescentes y la prevención de embarazos
no deseados e infecciones de transmisión sexual, se enfrentan de
manera creciente al rechazo tajante de grupos conservadores que invariablemente
esgrimen los dogmas de la fe católica para fomentar la abstinencia
sexual juvenil y la fidelidad conyugal. La autora de este ensayo analiza
cómo la jerarquía eclesiástica acusa al Estado de
querer sustituir a la familia en la educación de los jóvenes,
y de promover derechos sexuales que son justificaciones del pecado, cuando
no una inducción a conductas desordenadas. El predominio de una
doble moral, que alimenta la discriminación y los prejuicios, vulnerando
a la ciudadanía en sus derechos, y la lenta infiltración
de estos criterios en muchas políticas oficiales ligadas a la salud
sexual y reproductiva, son algunos puntos que explora la investigadora.
Por Bonnie L. Shepard
La influencia de las instituciones religiosas,
particularmente de la Iglesia Católica, en las políticas
públicas relacionadas con los derechos de las mujeres y la salud
sexual y reproductiva ha sido más bien negativa, ha funcionado como
un factor preponderante en la negación de los derechos ciudadanos.
Aquí me interesa analizar la lógica detrás de ese
papel de la iglesia.
¿Cómo funciona la lógica de ciertos
grupos religiosos que, por ejemplo, se oponen a la provisión de
condones para prevenir el VIH/sida? ¿Bajo qué razonamientos
se condena a jóvenes y adolescentes sexualmente activos a infecciones
o embarazos no deseados? Quienes se oponen a los programas de educación
sexual, que incluyen instrucción sobre anticonceptivos o acceso
a condones, no son personas irracionales, conocen muy bien la realidad.
Su oposición tiene que ver más con su visión del deber
ser; no quieren ceder en su afan de promover la "buena moral" en la sexualidad.
Desde la perspectiva de la jerarquía católica, la meta más
adecuada de los programas para adolescentes es fomentar los valores de
la abstinencia hasta el matrimonio y la fidelidad conyugal, valores que
considera sagrados y fundacionales.
Familia protectora, Estado subversivo
En este planteamiento también entra en línea
de juego su visión de la división del trabajo entre el Estado
y la familia, especialmente en la educación de los y las jóvenes.
Según su óptica, la familia y la Iglesia están encargadas
de la socialización moral y, en el caso de la sexualidad, de la
orientación de los jóvenes por el camino moralmente correcto.
El Estado no debe intervenir en esta tarea, ni mucho menos subvertirla.
De este modo, aunque el ala conservadora en estos debates pueda reconocer
que no todas las personas comparten sus valores morales, creen que el Estado
no puede y no debe promover valores opuestos.
Su oposición es aún más férrea
cuando se trata de los servicios públicos de salud sexual y reproductiva.
Según la perspectiva religiosa conservadora, cuando se suprime la
consecuencia negativa de una transgresión a esas normas morales
sagradas se subvierte la norma misma. Quitarle a la transgresión
su castigo equivaldría no sólo a aceptar la transgresión
misma sino también a promoverla. De esta manera, se establece una
falsa equivalencia entre prevenir enfermedades y promover la inmoralidad.
En el ejercicio de la sexualidad de las mujeres y jóvenes no casadas,
el embarazo es la consecuencia negativa, tanto como el sida y otras infecciones
de transmisión sexual (ITS) son el castigo del sexo entre hombres
o entre cualquier pareja que no esté unida en matrimonio y observe
la fidelidad. Bajo esta perspectiva, proveer información y servicios
para proteger la salud de las personas en el ejercicio de su sexualidad
"pecaminosa" (fuera del matrimonio heterosexual), fomenta el pecado y la
"promiscuidad", papel que no puede jugar el Estado.
Las campañas contra el aborto y los métodos
anticonceptivos erróneamente llamados "abortivos", como el DIU y
los anticonceptivos de emergencia, afectan a jóvenes y adultos,
a casados y no casados. Una pareja casada podría estar disfrutando
su sexualidad de la manera aprobada, pero podría caer en pecado
e ir en contra de la norma sagrada si recurre a uno de esos métodos.
La anticoncepción de emergencia, declarada un método no abortivo
por la OMS, es un método muy útil para los jóvenes,
muchos de los cuales no recurren a la anticoncepción en su primera
relación sexual y sólo lo hacen irregularmente en relaciones
posteriores. La población de jóvenes resulta así particularmente
afectada por la agresiva campaña de la Iglesia contra ese método.
Aunque los grupos religiosos conservadores aceptan que
hay familias y jóvenes que no comparten su moralidad sexual y que
existe diversidad religiosa en el país, señalan que la provisión
estatal de información y servicios sexuales y reproductivos promueve
la actividad sexual prematrimonial, lo que resulta claramente subversivo
a la socialización que las iglesias conservadoras y las familias
tratan de dar a los jóvenes. Si el Estado suprime el castigo de
pecado, subvierte el mensaje de abstinencia.
Derechos sexuales, ¿justificación del
pecado?
Los mensajes en los programas de abstinencia tienen dos
ejes: promover el incentivo religioso de permanecer en estado de gracia
y sin pecado; e infundir el temor al castigo por vías del embarazo
y la enfermedad. Desafortunadamente, los mensajes de la iglesia católica
enfatizan el segundo eje: el castigo. El mensaje central es que el "sexo
más seguro" no existe. No se puede evitar el castigo, y los discursos
de los líderes religiosos y los programas que patrocinan promueven
la desconfianza hacia los anticonceptivos con el fin de desalentar su uso.
Los mensajes suelen exagerar los riesgos de los anticonceptivos y el aborto
e incluso proveen información errónea de una supuesta ineficacia
o de riesgos para la salud. Los programas que promueven exclusivamente
la abstinencia para los jóvenes se han lanzado en una campaña
negativa centrada en información sesgada y errónea sobre
la anticoncepción, y en el temor al "castigo" del embarazo y las
infecciones.
Según esta lógica religiosa conservadora,
un programa estatal que cumple su deber de proteger la salud de la ciudadanía
sexualmente activa fomenta el pecado de proveer información y servicios
anticonceptivos a jóvenes no casados. Esta lógica es evidente
en todos los debates sobre la educación sexual y en la campaña
de la iglesia católica sobre los programas de abstinencia fuera
del matrimonio y de fidelidad dentro de éste, que excluyen cualquier
método anticonceptivo que la jerarquía católica (no
la comunidad científica) califique de "abortivo". Si no se puede
detener la sexualidad juvenil pecaminosa con exhortaciones religiosas positivas,
entonces se debe mantener el castigo para el pecado, con la idea de que
el temor al castigo (enfermedad o embarazo) podrá prevenir algunos
pecados. Según la lógica conservadora religiosa, es más
importante prevenir el pecado que prevenir la muerte, la enfermedad o un
alto abrupto en el proyecto de vida de una madre adolescente.
El resultado de las intervenciones de agrupaciones religiosas
en la política pública sobre salud sexual y reproductiva,
es privar a la ciudadanía --adultos y jóvenes-- del reconocimiento,
el respeto y el cumplimiento de sus derechos a la sobrevivencia y al desarrollo,
a la salud sexual y a las decisiones libres e informadas sobre paternidad
y maternidad, a no ser víctima de violencia o discriminación,
a la libertad de religión y varios otros. En efecto, las y los pecadores
(según la definición de la jerarquía de la iglesia)
pierden protección y respeto a sus derechos humanos, pierden el
derecho a recibir del Estado la información y los servicios que
necesitan para mantenerse sanos y vivos. Esta privación del respeto
a y cumplimiento de sus derechos humanos resulta directamente en muertes
maternas y en casos de sida/ITS, sufrimiento, e hijos no deseados. Los
más vulnerables --las personas de bajos ingresos, la población
rural, las y los jóvenes, las mujeres solteras sexualmente activas,
las personas con sexualidades alternativas como gays, lesbianas, personas
transgénero, usuarios de drogas intravenosas, niñas y niños
de la calle-- son los que más sufren con esta distorsión
religiosa en la lógica de las políticas públicas.
Una discriminación social feroz se desencadena
en algunas instancias contra el ejercicio de la sexualidad "pecaminosa".
La ira más fuerte de los grupos conservadores está reservada
para las personas que no reconocen como un pecado el ejercicio de su sexualidad
fuera del matrimonio. La pecadora arrepentida no amenaza el orden social
y religioso establecido, porque reconoce el pecado y la vigencia del sistema
de valores. En la confesión, sólo se da absolución
si la pecadora tiene la firme intención de no repetir la ofensa.
La pecadora no arrepentida amenaza el sistema de valores. Cuando
una persona asume una identidad gay, o cuando una joven asume una relación
sexual más o menos estable antes del matrimonio, es una pecadora
no arrepentida, de modo que no debe recibir ni el perdón ni la absolución.
Para ellos el castigo debe ser fuerte, porque implícitamente cuestionan
el estatus del ejercicio de su sexualidad como pecaminoso.
El ultraje máximo, según los grupos conservadores,
es el que ocurre cuando se da un paso más allá del no-arrepentimiento;
cuando los jóvenes o las personas con sexualidades alternativas
reclaman este ejercicio de la libre conciencia como un derecho. Asumir
la identidad alterna o la sexualidad prohibida como un derecho, cuestiona
públicamente todo el sistema de valores religiosos y suscita una
rabia enorme entre los defensores del orden tradicional. Es la reivindicación
del ejercicio de la sexualidad autónoma, según la libre conciencia
de la persona, como un derecho, lo que despierta toda la represión
y agresividad de individuos e instituciones con normas sociales conservadoras.
El horror de los sectores conservadores al pensar que estos valores transgresores
podrían filtrar programas de educación sexual es más
que evidente en los debates públicos, desde las conferencias de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hasta el nivel local,
en la gran mayoría de los países del mundo. Por eso, las
palabras "derechos sexuales" no han sido usadas en ningún documento
consensuado en las grandes cumbres de la ONU.
El castigo que libera
A nivel de las políticas públicas, la gran
falta de cumplimiento de los derechos humanos de las personas y especialmente
de las y los jóvenes en lo que concierne a su sexualidad se demuestra
básicamente en la ausencia de programas y servicios gubernamentales
de salud sexual y reproductiva. Además, normas religioso-culturales
sobre género y sexualidad conducen a violaciones de derechos en
la vida privada de las personas. El rechazo socio-cultural a la sexualidad
"pecaminosa" o alternativa puede acarrear: la violencia contra los hombres
gay o los/las transgénero, la violencia familiar hacia las mujeres
en general, y hacia las jóvenes en particular.
Cuando la mujer joven o soltera se muestra como un ser
sexuado por su manera de vestir que "provoca" o cuando se sabe que ella
es sexualmente activa, entonces las normas sociales justifican una marcada
falta de respecto a esa mujer. En casos de violación se justifica
la violencia contra ella en la mente del agresor y también muchas
veces en la opinión de los jueces y la policía. En este sistema
tradicional de normas de género y sexualidad, ella ha perdido el
reconocimiento de su derecho a no ser atacada físicamente. Por el
famoso doble estándar que castiga la sexualidad de la mujer y la
glorifica en el hombre, cuando una mujer cae en la categoría de
"Eva" y no de "María", según las normas culturales, se puede
violar su derecho al respeto a la no-agresión sexual. Esta lógica
subyacente sale a la luz del día durante los juicios de violaciones,
cuando se descalifica el testimonio de las víctimas que han tenido
otras parejas sexuales en su pasado. Por su pecado (ejercer la sexualidad
fuera del matrimonio), ella debe ser severamente castigada, sufriendo la
violación de sus derechos humanos fundamentales.
Si promover el acceso a la información y los servicios
de salud sexual y reproductiva en la población joven es promover
el pecado, entonces eliminar o limitar el acceso a estos servicios es prevenirlo.
Esta lógica hace caso omiso de la plenitud de evidencia científica
según la cual el libre acceso a esa información y a esos
servicios no aumenta la actividad sexual de jóvenes y adolescentes.
Al contrario, la evidencia demuestra que los programas de educación
sexual favorecen la postergación de la iniciación sexual.
Cuando se les enfrenta a esta evidencia, los sectores conservadores religiosos
hacen caso omiso y siguen insistiendo en el peligro de promover la promiscuidad.
¿Cómo explicar esa posición?
Para entender la lógica, tomemos dos casos de jóvenes
que reciben un trato totalmente distinto. En ambos casos, la que busca
los servicios es una joven soltera sexualmente activa de 15 años.
La primera joven está embarazada. Ella puede recurrir a los servicios
de salud sexual y reproductiva sin ninguna discriminación en el
acceso; los proveedores reconocen que ella tiene un derecho a estos servicios.
Incluso no hay mucha controversia vinculada a los intentos de evitar un
segundo embarazo, dándole anticonceptivos después del parto,
aunque no se case con el padre de su hijo.
El segundo caso es otra joven soltera de 15 años
que es sexualmente activa pero no se ha embarazado. Ella es discriminada.
Muchas veces los mismos proveedores le niegan el servicio, por el temor
a la reacción de los padres si llegaran a enterarse. Lo que sienten,
y a veces dicen abiertamente, es que no quieren fomentar la sexualidad
transgresora de la adolescente proveyéndole los medios de prevenir
embarazos o enfermedades, subvirtiendo así la autoridad o "el derecho
de los padres a estar informados de los tratamientos y medicamentos que
están recibiendo sus hijos."1
¿Qué sucede aquí? ¿Cuál
es la lógica? ¿Será que una vez que la joven es madre
ya no se teme a la reacción de los padres porque la maternidad le
da estatus de adulto? ¿O será que la joven madre ya recibió
su castigo por su pecado --el embarazo--, entonces no hay que castigarla
más? Y en el caso de la joven no embarazada, ¿darle anticonceptivos
equivaldría a quitarle el castigo al pecado, estimulándola
a seguir pecando? Es un triste ejemplo sobre la influencia indebida de
las normas religioso-culturales en los programas del Estado. Una joven
debe embarazarse sin desearlo para que se cumpla en la práctica
con su derecho a recibir los servicios de salud reproductiva.
Es importante señalar aquí que el argumento
sobre "el derecho de los padres" no está conforme con las leyes
internacionales de los derechos humanos. La Convención Internacional
de los Derechos del Niño establece el "interés superior"
del niño como "una consideración primordial". Si las decisiones
de los padres van en contra del interés superior del niño,
el Estado debe actuar para hacer cumplir cualquier derecho negado por los
padres, como el derecho a la salud.
Otro derecho no respetado por las normas religioso-culturales
es la libre expresión de las y los jóvenes en el tema de
la sexualidad, que tiende a ser irreverente, humorística, profana
o explícita. Por ello, horroriza a los conservadores. Al ejercer
la censura sobre esta libre expresión, no se respeta dicho derecho.
El silenciamiento de los jóvenes es otro elemento de su falta de
ciudadanía sexual. El silencio hace imposible un debate social abierto
sobre las políticas sociales que protegerían la salud de
la juventud. Cuando rige este silencio, la mayoría de los funcionarios
pueden hacer caso omiso de los riesgos que corren los jóvenes y
de la obligación que tienen los gobiernos de protegerles.
La negligencia del pecado
Es una prepotencia enorme de la jerarquía católica
decir que representa a las mayorías católicas cuando toma
posiciones que vulneran los derechos de la ciudadanía a la salud
sexual y reproductiva. Se sabe por estudios demográficos y estudios
de opinión pública que estas mismas mayorías católicas
no están conformes con las posiciones retrógradas de la jerarquía,
y no siguen las restricciones en cuanto a la anticoncepción y al
ejercicio de la sexualidad. La jerarquía representa a El Vaticano,
y no a la gente, pero igual ejerce una influencia tajante sobre las políticas
públicas, quiere que los estados impongan los castigos de las infecciones
y de embarazos no deseados por la vía de la negligencia, de la ausencia
de acción, no proveyendo los servicios y programas que la gente
necesita para proteger su salud. Esta negligencia atenta contra derechos
básicos. A los estados laicos, modernos, fundados en el respeto
a los derechos humanos, no les corresponde el papel de imponer a la ciudadanía
el castigo a pecados que no son crímenes.
La autora trabaja en el Centro François-Xavier
Bagnaud de Derechos Humanos y Salud de la Escuela de Salud Pública
de Harvard, y es consultora de Católicas por el Derecho a Decidir
de los Estados Unidos.
1 Observaciones de un representante de la Conferencia
Episcopal de Chile.
Texto tomado y editado de: Ciudadanía sexual
en América Latina: abriendo el debate. Cáceres, C., Frasca,
T., Pecheny, M. y Terto, V. (editores). Universidad Peruana Cayetano Heredia,
Perú, 2004. |