México D.F. Domingo 5 de septiembre de 2004
Néstor de Buen
Dos países
Es obvio que los ciudadanos o, de manera menos enfática, los simples habitantes de este sufrido México, vivimos una realidad bastante diferente de la que el presidente Vicente Fox nos ha contado en su cuarto Informe. Si así fueran las cosas, seríamos un país modelo.
Da la impresión de que hay dos realidades. La integrada en las estadísticas y las cuentas presidenciales, que sería la oficial, y la otra, mucho más compleja, con desempleo, violencia social, angustia permanente, delincuencia creciente y emigraciones heroicas hacia Estados Unidos, que es la que los simples mortales vemos todos los días.
Tengo el privilegio de representar al señor rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, en las reuniones de los sectores que suelen celebrarse en Los Pinos, en presencia del presidente Fox. En el orden del día de la sesión del lunes pasado, que mi secretaria me entregó cuando abandonaba el despacho para asistir a la cita, me encontré con que se incluía la firma de un pacto para la competitividad, el empleo y la justicia social.
Evidentemente, me pareció extraño que se pretendiera una firma cuando se desconocía el texto. Y, efectivamente, el secretario Carlos Abascal, en la parte final del encuentro, hizo referencia a ese pacto sugiriendo la firma inmediata por determinados representantes de los sectores y, en lo posible, de todos los asistentes. Mi problema es que en mi lugar no se había dejado algún ejemplar del documento que, por lo que me di cuenta, se entregaba en una bonita carpeta gris.
No me preocupó demasiado la falta del documento, en primer término porque no me gusta firmar si no tengo clara conciencia de lo que la firma implica, y en este caso la omisión me dejaba con mayor libertad. Pero además, porque después, de acuerdo con la costumbre, el secretario del Trabajo abrió la posibilidad de intervenciones personales.
Solicité el uso de la palabra. Otras personas me precedieron, curiosamente leyendo sus intervenciones: no todos, lo que me hizo pensar en espontaneidades preparadas. Pero pedí hablar durante los tres minutos de reglamento y manifesté mi adhesión al tema de la competitividad.
Sin embargo, precisé algunas cosas. Es obvio que nos conviene, y no sólo nos conviene sino que nos es absolutamente indispensable, ser competitivos. Por ahí China nos está demostrando su importancia. Pero también creo y dije que para ser competitivos hacen falta algunas cosillas, en primer término, la capacitación que hasta ahora no ha pasado de unos textos legales de más que dudosa eficacia. Pero no cualquier capacitación, sino aquella que permita al trabajador la certeza de que si hace el esfuerzo será premiado con un puesto nuevo de mejor ingreso. Hoy, en el mejor de los casos, le ofrecen un certificado de habilidades laborales.
A la capacitación habrá que agregar otro tema muy importante: la estabilidad en el empleo. No es posible que un trabajador haga el esfuerzo de prepararse mejor si no tiene la certeza de que su trabajo no corre riesgos. Nuestra realidad actual es, por el contrario, de una incertidumbre pavorosa. Vivir en esa angustia no favorece competencias.
Por supuesto que la competitividad también exige que el trabajador obtenga mejores salarios y que, con ello, asuma esa conciencia de equipo que hace que las diferencias de clase se soslayen ante una acción conjunta del empresario y los empleados para lograr competir mejor y participar ambos en los resultados.
La realidad vigente es muy diferente. El trabajador vive con la angustia de la inseguridad, con los consecuentes problemas personales y familiares. No se capacita porque las empresas no tienen interés en asumir esa responsabilidad y aun prefieren no capacitar porque subsiste la vieja creencia de que si capacito a un trabajador y gasto en ello, se lo lleva la competencia. Y si no hay espíritu de equipo, porque las angustias del trabajador no se lo permiten, la competitividad se convierte en un simple propósito imposible de cumplir.
Hay otro problema complementario. En España, donde florecieron los contratos de trabajo precarios que permitían contrataciones por semestres, a terminar al gusto del patrón, sin responsabilidades económicas por el término de tres años, el efecto mayor fue el crecimiento de los accidentes y enfermedades de trabajo. El trabajador que no se capacita corre muchos riesgos. Y nadie capacita a los temporales.
En esos términos, la competitividad no basta proclamarla, sino que es necesario construirla.
Pero a lo mejor estoy equivocado y en el país que nos ha descrito el cuarto Informe de gobierno todo es positivo y la competitividad podrá ser, sin mayores condiciones, el estado perfecto de nuestra economía.
Lo que pasa es que los despidos, sobre todo de trabajadores al servicio del Estado, que cada vez abundan más, y los inventos de empresas de mano de obra, insolventes, que evitan a los empleadores pagar utilidades y responsabilidades por despido, a lo mejor sólo son fantasías que pretenden acabar con las estadísticas positivas.
O, a lo mejor, no entendí el cuarto Informe.
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