Antonio Gershenson

Turbulencia... Ƒy tregua?

La semana que termina ha sido de lo más importante para el país. Desde el domingo pasado, inclusive, vivimos varios días que reflejaron el grado al que llega ya la turbulencia en México. Ese primer día se llenaron numerosas calles de acceso al Zócalo, la plaza misma y vialidades circundantes. Es difícil, en esas circunstancias, tratar de tener una cuantificación precisa; pero más difícil sería encontrar antecedentes similares.

En este acto dominical había protestas y notoriamente se rechazaba el posible desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal. Se hacía ver que este intento era parte de una serie de maniobras para cancelar de antemano la posible candidatura presidencial, para 2006, de quien durante meses ha ocupado el primer lugar en las encuestas de opinión al respecto. Finalmente, saltó al primer plano el proyecto alternativo de nación, expresado en 20 puntos.

El martes hubo nuevas manifestaciones, ahora en varias ciudades, y el Zócalo volvió a ser escenario central. En este caso el eje lo constituían contingentes sindicales y los puntos de inconformidad eran, de manera destacada, los siguientes: defensa de las condiciones de jubilación, rechazo a las privatizaciones y negativa a aceptar la afectación de conquistas laborales. También se empezó a plantear la necesidad de un proyecto alternativo.

Este movimiento tuvo continuidad el día siguiente, miércoles primero de septiembre. Hubo paros en escala muy importante en ramas relevantes, cierres intermitentes de carreteras en provincia y de avenidas en la ciudad de México (en algunos casos, con estudiantes que se solidarizaban). Se dio, por otro lado, un cierre total de buena parte del Centro Histórico durante el día, e inclusive desde el día anterior al del Informe de gobierno, con un despliegue de fuerza pública fuera de lo común.

Aunque las que mencionamos fueron las principales expresiones, digamos, concentradas y organizadas del descontento, éste se mostraba también en formas múltiples y dispersas, orales y escritas. Y la turbulencia tampoco dejó de reflejarse afuera y en el interior del recinto de San Lázaro durante el Informe de gobierno, en diversas formas.

Al mismo tiempo, se habían dado declaraciones llamando a una salida negociada, a que se buscara una solución política a esta situación, por parte de agrupaciones y personas asociadas al medio empresarial, a funciones religiosas, a instituciones académicas y culturales, etcétera. A pesar de una negativa inicial presidencial, publicada apenas el 23 de agosto, con una declaración en el sentido de que no era necesaria una "solución política", en la noche del mismo primero de septiembre se tuvo una señal importante de que los planteamientos negociadores estaban prevaleciendo cada vez más. Se trata del llamado a la tregua en el mensaje presidencial, que se supone serviría para llegar a acuerdos elementales.

Se debe ir precisando de qué clase de acuerdos se trata. El presidente de la Cámara de Diputados, del PRI, se refirió a la necesidad de un equilibrio entre los poderes Ejecutivo (el Presidente) y Legislativo (las cámaras de Diputados y de Senadores). Dijo que se había roto la antigua gobernabilidad en 1997, en referencia al momento en que el Presidente dejó de tener mayoría en ambas cámaras. El señalamiento es cierto y el problema también lo es. Pero su solución no tendría mucho impacto en la turbulencia de la que estamos hablando. Se pusieron de acuerdo un número suficiente de legisladores, modificaron la Ley del Seguro Social, y eso no sólo no resolvió el problema sino que agudizó las tensiones. Lo mismo sucedería si se sigue adelante con los planes para reunir una mayoría de diputados para el desafuero del que hablamos.

El diálogo tiene sentido, desde el punto de vista de ganar algo de gobernabilidad en medio de la turbulencia imperante, si se abordan los temas que se expresaron en estos días en manifestaciones, paros y muchas otras formas. Pero el hecho de que se plantee la tregua ya es un paso positivo. Quienes participaron en este enorme esfuerzo no deberían dejar de ver que éste es uno de los resultados de esa lucha. Cuando se trata de limitar de antemano cualquier posible diálogo, como lo hizo el secretario de Gobernación, y dejar fuera demandas fundamentales de este movimiento, lo que se busca es sólo ganar un poco de tiempo antes de tirar el siguiente golpe. Y no es un golpe contra López Obrador, sino contra el derecho de millones de ciudadanos de votar por él o por quien quieran, sin que "papá gobierno" les diga por quiénes sí pueden votar y por quiénes no.

La tregua y el diálogo, sin avances en los puntos que las multitudes han planteado, sólo conducirían, poco antes o poco después, a índices aún mayores de turbulencia, de descontento, de polarización. La tregua y el diálogo no son, por sí mismos, la solución a los problemas, sino que abren un camino hacia su posible solución. Habrá que dar seguimiento a lo que en adelante suceda para ir viendo si se logran resultados o si se agravan los problemas. Y habrá que ver el papel de quienes estuvieron insistiendo en la necesidad de una salida política y negociada.