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México D.F. Lunes 6 de septiembre de 2004
Javier Oliva Posada
Más sobre el Informe de gobierno
Francamente lo amerita. No sólo por lo que corresponde estrictamente al ejercicio del poder político en México, sino porque estamos siendo testigos del agotamiento y deterioro en las reglas que proporcionaron estabilidad al sistema.
Para bien y para mal, observamos lo que en éste y otros muchos espacios se ha reiterado: ineptitud política y ausencia de madurez en las propuestas y conductas. La primera se constata en el dispendio de oportunidades para generar un entorno que en los hechos convoque a un arreglo: con metas intermedias y finales.
La segunda, es decir, la inmadurez y la voracidad de la coyuntura, ha propiciado también que los críticos internos y externos del aparato gubernamental, académicos y políticos prácticos, se la pasen argumentado y clamando por un nuevo acuerdo, al cual tampoco ponen nombre y apellido.
Así, reunidos puntos de vista incompletos, ante una dinámica social claramente de inconformidad, nos ubican en un escenario donde hay dos grandes opciones: una, los intentos retardatarios de restauración, de la vuelta al autoritario e imposición; la segunda, que ante la ausencia de proyectos, la disolución del estado de derecho, la proliferación de conflictos y el incremento de las tensiones, nos lleve como país a una atmósfera de inestabilidad o, por lo menos, de riesgos e incertidumbre respecto del futuro a mediano y largo plazos. Karl Schmitt nos recuerda desde la República de Weimar: la democracia empantana la toma de decisiones. O lo que equivale a decir: discutir en exceso conduce al desorden, al caos y a la descomposición institucional. Esa es, precisamente, la puerta de acceso a las tentaciones autoritarias, de izquierda o derecha, qué más nos da.
No dejemos de lado los ejemplos del contexto internacional, donde las aparentes decisiones para aplicar la fuerza únicamente han generado más violencia sin visos de solución. Sea la probable relección de Bush o la tragedia vivida en la escuela de Beslán, Osetia del Norte, al sur de Rusia, ambas situaciones convergen -según el caso- en la creencia, electoral, ciudadana y de autoridades, en que la violencia puede inhibir al adversario o enemigo. Y no es así. Hay suficiente historia detrás de nosotros para asegurar que ése no ha sido el camino.
Volviendo a nuestro país el desgaste de las formas y de las instituciones nos revela, a su vez, el agotamiento del marco legal. No debe alarmar, es parte de la dinámica de la historia. Se requiere método y compromiso para discutir y, sobre todo, respetar lo acordado. No hay antecedentes en México, donde haya sido mediante esa simple lógica de trabajo, donde nos hayamos puesto de acuerdo. La diferencia es que ahora contamos con mayores y mejores elementos para hacerlo. El país se ha venido construyendo sobre las ruinas y derrota de los adversarios, sea la República Restaurada o el porfiriato o el México posrevolucionario; ahora tenemos que demostrar que somos capaces de otra lógica.
Espero que para el quinto Informe de gobierno, ya en la abierta lucha electoral por la Presidencia de la República, seamos testigos de una menos tensa relación entre los poderes, las fracciones parlamentarias y de una menos enconada movilización social. Pero francamente tengo escasos elementos y argumentos para suponer que eso pasará. La solución está en la capacidad y sensatez de los actores políticos, lo único que puede marcar positivamente esta nueva etapa en la historia del sistema político mexicano. [email protected]
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