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México D.F. Domingo 12 de septiembre de 2004

MAR DE HISTORIAS

La vida que se va

Cristina Pacheco

Muy apreciado señor secretario: antes que nada permítame expresarle mis más sinceras felicitaciones por su nuevo nombramiento. Si me apresuro a escribirle es porque existe la posibilidad de que mañana o pasado sea usted transferido a otra área de la administración pública.

Mi afirmación se basa en la experiencia. Y aquí déjeme hacer un paréntesis: mi querido y admirado maestro Juan Bosco Malo -también notable poeta- me enseñó que para vislumbrar el futuro basta una breve inmersión en el pasado. En el suyo ha habido, durante los últimos dos años, sucesivos cambios que lo llevaron del sector turístico al agrícola, pasando por el industrial y el de relaciones internacionales.

La vida es la misma para todos. Durante el lapso en que usted recorrió catorce oficinas, yo también sufrí cambios, pérdidas y trashumancias, por cierto menos afortunadas y provechosas que las suyas.

Registré el primer cambio a partir de que en la agencia de viajes en la que me desempeñaba como receptor de células turísticas -perdón por el tecnicismo- hubo recorte de personal. Poco antes de que esto ocurriera usted era director de Procesos Turísticos de Estadía Temporal. Fue cuando me atreví a distraerlo de sus múltiples obligaciones con mi primera carta. En ella pedía su intervención para modificar las circunstancias adversas que dificultaban mi desempeño como receptor en el aeropuerto.

Aunque no tuve la fortuna de obtener respuesta o siquiera acuse de recibo, conservo la carta como un tesoro: la escribí bajo el estímulo solidario de mi hermana Catalina, que en paz descanse.

Comprenderá que al cabo de 27 años de trabajar en una agencia de viajes -fuerte eslabón dentro de nuestra industria sin chimeneas- me resultara difícil alejarme del que había sido mi hábitat natural. Muy a mi pesar, y después de haber sido rechazado en quince empresas, tuve que aventurarme por otros mundos.

Describírselos me tomaría cientos de páginas. Baste decir que en mi largo periplo enfrenté situaciones muy amargas, derivadas de la falta de ingresos y la disminución progresiva de mis escasos ahorros. La miseria me llevó a extremos como beber agua de las fuentes para disminuir el hambre o quitarme los zapatos cuando volvía a mi departamento para no gastar más las suelas.

El retorno a un ambiente doméstico lleno con el recuerdo de Catalina y desbordante de su ausencia se convirtió en un martirio. Para no volverme loco decidí traspasarle mi vivienda a un antiguo colega. Con el poco dinero que me dio por la transferencia pagué la deuda que contraje con mi maestro, el poeta Juan Bosco Malo, y alquilé este cuarto de azotea.

Sabe tan bien como yo que las mudanzas siempre son engorrosas. A cada movimiento nos asalta la indecisión -Ƒqué dejo, qué me llevo?; a cada minuto nos agobian la nostalgia y la necesidad de hacer el balance de nuestra vida.

Supongo que sus arqueos, si es que los ha hecho antes de cambiarse a una nueva oficina, han sido muy positivos. Me baso en las fotografías suyas que se publican en los periódicos. Al observar su expresión advierto que sus áreas de influencia son cada vez más amplias y que se alista para un nuevo ascenso.

Tendré que hacer mayores esfuerzos para que mis cartas lleguen hasta las alturas que le depara su destino. Disculpe: fue una broma. Quise intentar el humor para el que siempre estuve negado. En cambio mi hermana Catalina -q.e.p.d.- nació con chispa. Todo el tiempo me hacía reír hasta las lágrimas.

Por cierto: Ƒusted ríe con frecuencia? Yo no, excepto cuando recuerdo mis sueños juveniles o converso con Catalina. Aún no me acostumbro a que esté muerta y a no escuchar su voz. Era preciosa. Si mi hermana hubiese estudiado canto habría sido gran figura de la ópera. He tenido la fortuna de oír muchas en la radio -Carmen, El rapto del serrallo y La Bohemia son mis predilectas-, pero nunca la de ver una función operística en vivo. Usted sí. Lo documentan las fotos en los periódicos.

En mi opinión, la mejor es aquella en la que usted aparece inclinado, besando la mano a una gran dama que visitó nuestro país. Al ver la imagen me pregunté si usted alcanzó a percibir el perfume de la agraciadísima señora. ƑSándalo, jazmín, gardenias?

El cronista del acto destacó la elegancia de usted y la fluidez con que se disculpó -"en perfecto alemán"- por su demora de 45 minutos. No necesité imaginar qué habían hecho sus invitados durante esos tres cuartos de hora, porque el cronista lo explicó a detalle:

"Mientras el personal de seguridad mantenía la vigilancia en el teatro y los músicos protestaban en el foso, la selecta concurrencia charló y bebió mimosas de champaña auténtica. Cuando el señor secretario arribó al fin, se escucharon frases de bienvenida y aplausos. Después de los saludos y la breve disculpa en perfecto alemán, comenzó la función de Payasos".

En cuanto terminé la lectura del periódico pensé en los músicos. Los imaginé cansados, nerviosos, preguntándole al concertino o al director de orquesta si les pagarían extra. Espero que haya sido así, porque su tiempo es tan valioso como el de un secretario de Estado.

Aquí vuelve a asaltarme el recuerdo de mi querido maestro Juan Bosco Malo -insisto: gran poeta. El decía que en nuestra sociedad la importancia de una persona va en relación directa con la cantidad de normas que transgrede y los retrasos que se permite.

Soy el ejemplo vivo, pero al revés, de que lo dicho por el poeta es una perla de sabiduría. Me explico: una mañana llegué 14 minutos tarde a la agencia de viajes. Cuando me acerqué al reloj checador mi tarjeta ya no estaba. Decidí presentarme ante el jefe de personal: Benigno Alcántara. Su oficina aún ocupa un cuarto piso y subí las escaleras corriendo. Llegué ante el señor Alcántara hecho un asco. En vez de responder a mi saludo, gritó: "Ƒquién se cree usted? Primero llega tarde 14 minutos y para colmo sin el uniforme. ƑOlvidó que es obligatorio?"

Jadeando, le expliqué el motivo de mi tardanza: "en la madrugada mi hermana Catalina se agravó y tuve que llevarla a un hospital. No quisieron recibirla si antes no les firmaba un pagaré por 5 mil pesos. Tenía la tarjeta muy sobregirada, de modo que corrí a la casa del maestro Malo para pedirle un préstamo. Regresé al hospital y ya no me dio tiempo de ponerme el uniforme. šPerdóneme!" El señor Alcántara no me creyó y me impuso una suspensión de tres días sin goce de sueldo. Eso me condenaba a perder 210 pesos cuando más me urgía el dinero. Le imploré clemencia. Me respondió tajante: "váyase y preséntese conmigo el jueves, pero con su uniforme. En esta empresa las normas se respetan. ƑEntendió?"

No imagino a nadie hablándole a usted en ese tono: si llega tarde lo aplauden y todavía le conceden otro minuto de tolerancia para que pueda besarle la mano a una señora agraciadísima. Sigue intrigándome su perfume: Ƒsándalo o jazmín?

Hoy compré un ramillete de gardenias. Eran las flores predilectas de mi hermana Catalina. La imagino inclinada sobre mi hombro leyendo esta carta. Será la última que le envíe, señor secretario. Espero que, a pesar de lo mal que anda nuestro correo, llegue hasta usted antes de que se mude de oficina. Cuando la lea -si es que lo hace- se preguntará qué pretendí al escribirle. Le respondo por adelantado: sentir que algo mío tiene un destino y alcanza las alturas mientras voy al encuentro de mi muerte.

En ese momento me rodeará la multitud. Un periodista escribirá mi esquela: "Esta noche otro hombre se arrojó a las vías del Metro. No portaba identificaciones, sólo un poemario: La vida que se va, por Juan Bosco Malo. La trágica decisión del anciano causó demora en el servicio y agrias protestas por parte de los viajeros".

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