México D.F. Martes 21 de septiembre de 2004
José Blanco
La amnesia de Junichiro
Al término de la firma del acuerdo de asociación económica entre México y Japón, con una impostura de amnesia cínica el premier Junichiro Koizumi deleitó al presidente Fox con su locuaz discursillo sobre un neoliberalismo de pacotilla. Debe delegarse a la iniciativa privada todo aquello que hoy está en manos del Estado, dijo, para poder comprarlo (complemento que quedó en su tintero).
"He escuchado muchas críticas: el primer ministro Koizumi no ha hecho nada, no está haciendo nada. No es cierto. Lo que no he hecho son las cosas que estorban a la actividad privada", se ufanó. Aplaudió que México siga la misma ruta y dijo estar "seguro de que este país seguirá y tendrá reformas y, lo más importante, desarrollo". De acuerdo con la crónica de David Zúñiga y Rosa Elvira Vargas (La Jornada, 18/9/04), a medida que el japonés hablaba, la sonrisa de Fox se hacía más amplia y al final de la conferencia le estrechó la mano agradecido.
Junichiro le metió el hombro al presidente Fox, taimadamente: su anfitrión, de seguro ignora que Japón se convirtió en un país industrialmente desarrollado merced a la actuación a fondo del Estado desde mediados del siglo XIX.
Entre 1868 y 1912, en la era de la revolución Meiji, Japón pasa por un periodo acelerado de modernización. En el lapso 1881-1912 erige la nueva institucionalización de un Estado oligárquico. Es la época también de su expansión territorial imperial. Entre 1912 y 1937 se convierte en un centro de poder mundial, pero arrastra consigo una vida política y económica dominada por grupos oligárquicos, financieros y militares que mantienen el crecimiento capitalista, el control político y la expansión externa. El impetuoso desarrollo económico tiene lugar bajo un régimen autoritario de fachada liberal. El Estado todo lo decide.
Durante la Segunda Guerra Mundial el orden interno llega a ser gobernado por los militares, y en el plano internacional concurre a la formación del eje Roma-Tokio-Berlín. Durante 1937-1945 no hay lugar para ninguna decisión de la iniciativa privada.
En el Japón de la revolución Meiji había ya clara conciencia de que el atraso tecnológico significaba vulnerabilidad política. Esa conciencia se tradujo en un refuerzo a fondo de la presencia del gobierno al frente del desarrollo. Especialmente la tarea de transformación tecnológica acelerada sería imposible en las precarias manos del sector privado. Es conocida la continua corriente de japoneses que fueron enviados a Europa y a Estados Unidos con el propósito de aprender y absorber la tecnología occidental, los sistemas de gobierno y los procesos de fabricación de maquinarias y sistemas ferroviarios. El número de escuelas primarias y secundarias en el periodo 1873-1900 pasó de 12 mil 643 a 27 mil 186. La primera universidad nacional fue establecida en Tokio en 1877. El impulso vigoroso y creciente a la educación proviene de entonces. Nada de esto lo hizo la iniciativa privada.
Japón fue despedazado por la guerra y por la bomba atómica y hubo de someterse a seis años de ocupación estadunidense. La conciencia sobre los determinantes fundamentales: la educación, el desarrollo científico y tecnológico y las políticas de Estado, fue mucho mayor después de que Japón se desprendió de la ocupación extranjera y comenzó sobre bases actualizadas su moderno desarrollo.
Esta nueva etapa fue diseñada con esmero oriental en el seno del MITI (Ministerio de Industria y Comercio Internacional). Este se mantenía al día de los avances tecnológicos de Occidente, planeaba las inversiones del Estado y las de la iniciativa privada, en montos, ramas, ritmos, tecnologías específicas. La iniciativa privada bailó siempre al son que tocaba el MITI.
El neoliberalismo llega a Japón cuando este país ya poseía un gigantesco desarrollo, una de las bases educativas más fuertes del planeta, un ingreso per cápita superior a 32 mil dólares anuales. Junichiro sabe toda esa historia, pero nos obsequia ahora lecciones de economía vulgar para el desarrollo explicándonos que el secreto está en no hacer nada para estorbar a una iniciativa privada mexicana que durante toda su historia también fue protegida, beneficiada sin medida, pero sin nunca alcanzar el desarrollo, mientras la pobreza se mantuvo profunda y empeoró en las dos últimas décadas.
La estructura de las relaciones internacionales de hoy no permitiría la creación de un Estado interventor del alcance que tuvo Japón. Pero la conformación de regiones multinacionales -vía de la globalización de nuestros días- no ha acabado ni acabará con el Estado, aunque sus antiguas formas de soberanía estén pasando a la historia. El Estado está ahí y, en un marco de pobreza y desarrollo como el que sufren las grandes mayorías de mexicanos, debe servir para algo más que Contigo y Oportunidades.
La gran sonrisa de Fox por el discursillo de Junichiro resulta del todo disfuncional al estado que guarda la nación.
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