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México D.F. Martes 21 de septiembre de 2004 |
La pobreza, arma de destrucción masiva
En
vísperas de la 59 asamblea general de Naciones Unidas, el presidente
brasileño Luiz Inacio Lula da Silva encabezó, en la sede
neoyorquina del organismo mundial, con la presencia y el aval de los mandatarios
de Francia, Jacques Chirac; España, José Luis Rodríguez
Zapatero, y Chile, Ricardo Lagos, un encuentro de altos funcionarios de
110 países orientado a convertir el combate al hambre y la pobreza
en un objetivo común de la comunidad internacional. Lula y Chirac
participaron también en una reunión convocada por la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) para analizar "la dimensión social
de la globalización".
El ex obrero metalúrgico brasileño y hoy
jefe de Estado de su país recordó que la miseria no es una
condición natural, sino "la más mortífera de las armas
de destrucción masiva creadas por la mano del hombre", flagelo que
todos los días mata en el mundo a 24 mil personas. Chirac, por su
parte, destacó que "existen soluciones técnicamente realistas
y económicamente racionales" para enfrentar el hambre y la pobreza
en el mundo, factibilidad que fue reiterada por el presidente chileno.
Rodríguez Zapatero se comprometió a incrementar
la ayuda gubernamental española al desarrollo en naciones pobres.
La nota discordante en estos nacientes y esperanzadores consensos internacionales
corrió a cargo de Estados Unidos, cuyo gobierno envió al
encuentro a una representante menor, la secretaria de Agricultura Ann Veneman,
con el mensaje de que "es imposible" aplicar las medidas previstas en la
Declaración sobre Acciones contra el Hambre y la Pobreza: entre
otras, el establecimiento de impuestos a las transacciones mundiales y
al tráfico de armas, el abaratamiento de los trámites en
los envíos de remesas y un extenso conjunto de acciones orientadas
a recaudar 50 mil millones de dólares anuales que se requieren para
sacar de la miseria a 500 millones de personas, la mitad de los seres humanos
que actualmente sobreviven en el mundo con ingresos menores a un dólar
diario, y no pocas de las cuales se encuentran en América Latina
y, específicamente, en México.
La suma señalada es apenas una octava parte del
presupuesto militar de Estados Unidos (casi 400 mil millones de dólares
en 2004, sin incluir los costos de las ocupaciones de Afganistán
e Irak), dato que refuerza la convicción de que el programa es "técnicamente
posible" y de que "no hay justificación racional para la persistencia
del hambre y la miseria" en el planeta, como sostiene la Declaración
de Acciones. Más aún, la lucha por erradicar esos flagelos
no sólo es un imperativo ético fundamental inevitable si
ha de hacerse caso a los discursos morales que pregona Occidente -incluido
el presunto "conservadurismo compasivo" cacareado por George W. Bush-,
sino que representa una medida necesaria para asegurar la persistencia
de sociedades ricas, industrializadas y tecnológicas, las cuales
se encuentran, de manera cada vez más clara, rodeadas por océanos
de miseria, violencia, inestabilidad y hambre que, de seguir las cosas
como van, acabarán por inundarlas y engullirlas.
Cabe esperar que Chirac haya estado en lo cierto cuando
dijo ayer, en Nueva York: "Que 110 países hayan respaldado esta
propuesta nos demuestra que ahora el problema de la lucha contra la pobreza
por medios de ayuda y apoyo al desarrollo es algo irreversible" y que "por
muy fuertes que sean los estadunidenses no se pueden oponer con éxito
a más de 110 países, cifra que puede llegar a 150".
El realismo geopolítico, la solidaridad y el sentido
común indican que los peligros del hambre y la pobreza extrema,
las epidemias y la falta de desarrollo son, para el conjunto de la humanidad,
enemigos mucho más importantes y peligrosos que el terrorismo o
el tráfico de drogas, y que si la comunidad internacional logra
concentrar y concertar esfuerzos éstos no deben realizarse en los
ámbitos militar o policial, sino en los terrenos de la economía,
el desarrollo social, la salud y la educación.
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