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México D.F. Martes 12 de octubre de 2004

Teresa del Conde

Abstracción. Es

La muestra que se presenta en la Galería Metropolitana de la UAM lleva este título por dos razones. De una parte son cinco los pintores que exhiben, de otra se propone que la pintura abstracta ES la pintura por antonomasia a partir de la siguiente premisa: ''La naturaleza es igual al mundo como representación, o sea, como error" (Nietzsche, pero antes que él Shopenhauer) y, por tanto, ''la pintura abstracta parece resumir la posibilidad de que nos enfrentemos a la representación como error", estas son palabras del prologuista de la exposición, Juan Antonio Molina.

Se trata sólo de un bonito juego de frases, porque en realidad todo es representación. No conocemos el mundo más que representado por nuestra óptica, pero la representación pictórica no puede calificarse de errónea, porque entonces tendríamos que suprimir desde Piero della Francesca (uno de los pintores figurativos más abstractos que jamás hayan existido) hasta Lucien Freud, Antonio López y Paula Rego. En todo hay grados de abstracción y en todo, también, hay ''figura", inclusive en los trazos abocinados muy libres, en color azul que el puertorriqueño Fernando Colón planteó en cinco cartulinas amarillentas que llaman la atención debido principalmente a que están sostenidas por unas pinzas de engrapadora que introducen elementos complementarios. Arte povera muy escueto en su solución.

Flavio Garciandía es cubano y ha merecido varias distinciones a lo largo de su trayectoria. Su elección colorística y formal resulta cubana, pero a eso añade ciertos rasgos que contradicen la mera enjundia que podría hacernos recordar la pintura o los vitrales de los años 50, eso a pesar de que evoca a Barnett Newman en una de sus obras que consta de dos paneles: Newman estuvo aquí. En otra hay un truco visual interesante, la pieza se desplaza de piso a techo y se integra de soportes cuadrados que si son vistos desde la base, siguiendo el trayecto normal del recorrido, parecen irse degradando en tamaño según se acercan al techo, cuando que todos miden exactamente lo mismo: 70x70.

Situación que no tendría lugar si el autor los hubiese dispuesto en sentido longitudinal. También convence que planteé el problema de ''original y copia" en dos dípticos que de ninguna manera son idénticos, pero que al primer golpe de ojo parecen serlo.

Julio R. Suárez, también puertorriqueño, maneja los espacios con sentido arquitectónico separando las zonas mediante ortogonales que suelen desprenderse ligeramente del plano. Es casi minimal y su pintura Entalle clásico, realizada sobre tela, está montada, como las demás, en un panel consistente, de modo que la connotación arquitectónica se acentúa, aunque la pieza que mejor respondería a ese título no es ésa, sino quizá Relâche, que querría decir más o menos relajación o distendimiento, algo semejante a lo que producen los tambores y capiteles de las columnas dóricas.

Sus manejos, que quizá toman muy en cuenta la llamada proporción áurea, ofrecen alguna convergencia con predilecciones que son propias de otro de los expositores: Francisco Castro Leñero, aunque éste es menos austero y hasta un poco lírico.

En la presente ocasión ha jugado con las valoraciones colorísticas por medio de los títulos asignados a sus cuadros. Así en Blanco azul prevalece el blanco porque se constituye en la zona que hace valer el resto de la composición, aunque su porcentaje en la superficie del soporte no alcance ni la vigésima parte, en tanto que en Azul blanco parecería que el blanco ha sido obstruido mediante veladuras pese a que su presencia ''interna" se deje entrever, haciendo que la pieza en algo se asemeje a un azulejo mojado.

Sus cuatro unidades de la serie Desplazamientos, planteados, como siempre, en retícula no ortodoxa, juegan con esa misma idea en cuatro orquestaciones diferentes. Por último Fernando García Correa (que me hace evocar a Bridget Rilley) introduce dosis de entropía por medio de sus finísimos trazos a pulso, algunos realizados en tinta mineral.

Creo que el fichado con la cifra 1603503 con bandas en trayecto horizontal en color bermellón claro sobre fondo casi negro, es una de sus piezas mejores, aunque en realidad su muy personal aproximación al OP resulta siempre atractiva, como sucede, por ejemplo, con el cuadro que ostenta una retícula curvada y romboidal, indicando dos ''flujos" o corrientes a derecha e izquierda.

No sé si la exhibición convoque al goce (porque el goce es casi inalcanzable) o al deseo (concebido en sentido lacaniano) tal y como dice el prologuista expresándose metafóricamente, pero lo que es verídico, según sus propias palabras es que la autorreferencialidad de la pintura abstracta es una suerte de propuesta utópica, y, por lo mismo, deseable.

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