Las líneas de su mano
Guatemala a cincuenta años del golpe
Este año se cumplieron cincuenta años del golpe militar en Guatemala por acción directa del gobierno de Estados Unidos, cuyas repercusiones son aún palpables. Quizá ninguna nación americana ha sufrido una herida mayor por parte del gobierno de Washington. No obstante, poco fue recordada la fecha fuera de sus fronteras. La olvidó México, la olvidó Estados Unidos, y en la propia Guatemala se le recordó oblicuamente con una magna exposición itinerante sobre el arte, la historia y el presente cultural del pueblo maya, inaugurada en agosto en la capital, cuya intención básica no podía ser más desoladora: recordar a la sociedad dominante (minoritaria) que, oh Sepúlveda, oh Las Casas, los indios también son gente.
Fue el vicepresidente Eduardo Stein (ni siquiera el presidente) quien inauguró la ambiciosa muestra, y como reporta New York Times (23 de agosto de 2004), la reconoció como "un baño de historia". Que lo diga. Historia que vive, por más que hoy parezca lo contrario.
En Guatemala, el 65 por ciento de la población total es maya, y por lo menos otro 30 por ciento es mestiza con una marcada impronta indígena. Se le conoce como uno de los destinos turísticos más atractivos y económicos de todo el Lonely Planet de los primermundistas. Pirámides maravillosas en Tikal, arte y artesanía vivos en las montañas, un montonal de folclor digno de fotografiar, y hasta playas caribeñas. Y nada resulta más económico que un país en la miseria. Sobre todo para los grandes consorcios transnacionales.
Está documentado: el gobierno electo de Jacobo Arbenz fue derrocado en 1954 por la CIA, en respaldo a los negocios de United Fruit Company, empresa en la que tenían intereses personales el secretario de Estado del gobierno estadunidense, John Foster Dulles, y su hermano Allen, a la sazón director de la CIA. El presidente Arbenz había nacionalizado 390 mil hectáreas de la empresa, para iniciar la única reforma agraria que ha tenido Guatemala en su historia.
Fue, como recuerda el politólogo Arnold J.Oliver (de la escuela superior de Heidelberg, Ohio), la primera intervención directa de la CIA en América Latina. Entre sus graves consecuencias, se cuentan al menos 200 mil indígenas y muchos no indígenas asesinados en 30 años de guerra civil, una soberanía nacional proverbialmente hipotecada, y una ausencia aterradora (que apenas empieza a revertir) de democracia, vida civil y reconocimiento a los derechos básicos de la población mayoritaria.
Al visitar el territorio reconquistado de Guatemala en 1955, el vicepresidente Richard Nixon proclamó que en dos años más de esa "democracia" se avanzaría más que en diez de odioso comunismo. Eran tiempos del senador McCarthy, cualquier cosa pasaba por "comunismo". Bueno, tomó 42 años más antes de las primeras elecciones democráticas. No es mal récord. Washington no sólo impuso el nuevo gobierno militar, y lo armó, sino que además le señaló una lista de personas que debían ser eliminadas de inmediato. La operación tuvo un nombre elocuente: "Éxito" (Operation Success). Cualquier parecido con la actualidad en, digamos Irak o Afganistán, no sólo no es coincidencia, sino que representa una evolución natural, igualmente imperfecta pero igualmente eficaz e impune. Donde dice United Fruit escríbase Halliburton, donde se lee Nixon o Foster Dulles póngase Dick Cheney. Donde dice "comunismo" póngase "terrorismo". ¿Y ya?
El proceso guatemalteco de 1944-1954, llamado "revolución" aunque era leve, reformista, y sin embargo histórico, fue impúdicamente aplastado por el gobierno de Washington. No mencionemos el Medio Oriente, sino las más cercanas experiencias del Chile allendista, las dictaduras de Argentina, Uruguay, Brasil, Haiti, Nicaragua, Granada, El Salvador. Y hoy otra vez Argentina, la Venezuela de Chávez, el fracaso de Ecuador, ¿el planeado golpe contra López Obrador en México? La mano que mece la cuna.
Aquella "fruta amarga" produjo monstruos: los caibiles
criminales, las aldeas arrasadas, la destrucción de las redes comunitarias,
el éxodo masivo. En fin, la historia moderna de Guatemala.
Los sobrevivientes de Río Negro
El pasado sigue ahí. En septiembre de este año,
unos 500 campesinos mayas, muchos de ellos sobrevivientes de masacres perpetradas
por el ejército cuando se construyó la hidroeléctrica
de Chixoy hace más de veinte años, tomaron la presa en demanda
de una compensación. Los inconformes también dijeron oponerse
a los planes del gobierno para construir otros proyectos hidroeléctricos
en el país.
"No puede construir más represas hasta reparar los daños que hicieron a los de Chixoy", dijo Juan de Dios, líder de los manifestantes.
Chixoy produce 275 megavatios de energía que representan 60 por ciento de la electricidad de Guatemala. La presa, construida en las zonas altas de los mayas, vecinas a la selva chiapaneca, fue polémica desde los primeros planes para desarrollarla, en medio de una represión militar durante la guerra civil de Guatemala, que duró 36 años.
En 1980, el ejército y los paramilitares mataron a 300 personas de la localidad de Río Negro, cerca de la presa, después de que rechazaron ser reubicados. Fueron tres masacres sucesivas. "Mataron mi mamá, mis hermanas, mis sobrinas, mi esposa y mi hijo, y cuando al fin acordé irme a otro lado (México), el ejército me agarró en el destacamento por ocho días y me pegaron", recordaba Francisco Chen, de 42 años, hace unas semanas.
Como reporta el Centro para el Desarrollo Indígena (Cedin) de Guatemala, los sobrevivientes de Río Negro dijeron buscar también una indemnización del Banco Mundial, que ayudó a financiar la construcción de la represa junto con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y continuó otorgando créditos pese a las atrocidades. Hoy se sabe que, después de una revisión interna, el Banco Mundial ya concluyó que las masacres "ocurrieron realmente". Vaya. Muchas víctimas del holocausto nazi han demandado, y en ocasiones obtenido, compensaciones similares. Pero en este mundo todavía hay niveles, y en Guatemala hoy la vida de una persona maya, como hace 500 años, no vale nada. Largo será el camino.
Se dirá que mucha agua han llevado los ríos de la historia: el fin de la dictadura, el premio Nobel a Rigoberta Menchú, las elecciones digamos que libres de los noventa, el fin del exilio en Chiapas, Campeche y Quintana Roo de comunidades enteras. La población indígena sigue siendo de segunda. La democracia, y sobre todo la justicia y la igualdad en la diferencia, están lejos todavía.
Los mayas de Guatemala han sido heridos, ofendidos sin cesar. Eso no arrebató de ellos la maravilla de su arte textil y plástico, el espíritu de resistencia y la capacidad de organizarse, la generosidad de uno de los pueblos más pacíficos del mundo, castigado con la guerra civil más larga del siglo XX americano.
A los indígenas se les niega el reconocimiento constitucional, siguen bajo la bota militar, los aquejan la migración económica, la violencia de los narcotraficantes y los polleros.
Pero viven, dentro de la civilización negada de Mesoamérica que dijera Guillermo Bonfil, en un crisol constante de nuevas formas de sobrevivir, convivir y crear. Sin sus indios, Guatemala sencillamente no existiría.
Hermann Bellinghausen