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México D.F. Jueves 28 de octubre de 2004 |
Derbez y las balas de gas pimienta
Ayer,
en su comparecencia en la Cámara de Diputados, el canciller Luis
Ernesto Derbez defendió el uso de proyectiles de gas irritante por
parte de los efectivos estadunidenses dedicados a cazar mexicanos
indocumentados en la línea fronteriza y en el territorio del país
vecino. El funcionario aseguró que el programa para el uso alternativo
de armas no letales no está diseñado para agredir a los mexicanos,
sino que es "única y exclusivamente para repeler una posible agresión
física". Tras este extraño aserto, Derbez hizo un recuento
no menos singular: afirmó que desde que se inició el programa,
hace tres años, 238 inmigrantes han sido detenidos con el auxilio
de las balas de gas pimienta y que ninguno ha presentado una denuncia por
violación de sus derechos.
Para empezar por lo más simple, es curioso que
el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) abogue
por el uso de armas no letales que hace una semana, en Boston, demostraron
sí serlo, cuando agentes policiales no identificados mataron a una
joven estudiante al dispararle en la cabeza un proyectil como los que usan
los agentes fronterizos contra los mexicanos. Es posible que el canciller
Derbez no esté al tanto de esos hechos, por lo que vale la pena
consignar aquí que la víctima estaba por terminar la carrera
de periodismo en el Emerson College de esa ciudad, tenía 21 años
y se llamaba Victoria Snelgrove. El objeto que causó su fallecimiento
fue descrito por las autoridades como "una esfera de plástico rellena
de gas pimienta, diseñada para desintegrarse en el momento del impacto
para rociar el blanco con una sustancia irritante".
Más allá de precisiones informativas que
tendrían que ser innecesarias, cabe preguntarse si corresponde al
jefe de la diplomacia nacional elogiar las virtudes de los mecanismos empleados
por efectivos policiales de otro país para "repeler una posible
agresión física" por parte de mexicanos indocumentados que
invariablemente hacen cuanto pueden por huir de los agentes migratorios
y que, cuando son atrapados, suelen encontrarse en un estado de terror
y de agotamiento físico y mental difícilmente descriptibles.
Por ello es increíble que en las 238 capturas realizadas con uso
de las balas mencionadas hayan ocurrido intentos de "agresión física"
de los perseguidos a sus perseguidores. Cabe cuestionar, asimismo, la certeza
de Derbez de que ninguno de esos capturados sufrió violaciones a
sus derechos humanos, certeza sostenida sólo en la ausencia de denuncias
correspondientes. Tal vez el titular de la SRE desconozca la circunstancia
de que a los migrantes capturados no se les suelen facilitar mecanismos
de denuncia, y que en la mayoría de los casos se les impide ponerse
en contacto con el consulado mexicano más cercano.
Es pertinente también inquirir si es adecuado,
legítimo y de buen gusto que el titular de la política exterior
se pierda en disquisiciones sobre la mayor o menor potencia letal de las
municiones que hacen blanco en los organismos de nuestros connacionales
y acabe tomando partido por un tipo de proyectil que físicamente
suele causar heridas menos graves que las balas metálicas, pero
que humilla y agravia con la misma eficiencia que éstas. Hasta donde
alcanza la lógica, una de las tareas fundamentales de la cancillería
es defender los derechos y la integridad física y moral de los mexicanos
en el extranjero, pero del discurso de Derbez podría inferirse que
éste entiende ese deber como defender un poquito a esos connacionales
que son, por cierto, junto con las exportaciones petroleras, el principal
sostén de una economía devastada por la ineficiencia, la
corrupción y la falta de sentido de nación del grupo gobernante.
Esos mexicanos anónimos y heroicos pueden tener hoy el consuelo
de que el secretario de Relaciones Exteriores de su país está
preocupado porque no los lesionen tanto a la hora de intentar la
internación al país vecino y que renunciar a las balas de
gas pimienta "sería una gran equivocación". Después
de escuchar esas palabras queda la certeza de que hay otra renuncia posible
que resultaría, en cambio, verdaderamente atinada.
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