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E D I T O R I A L
 

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México D.F. Jueves 2 de diciembre de 2004

 

La verdadera destrucción masiva

La conmemoración, ayer, del Día Mundial de Lucha contra el Sida, permitió realizar balances sobre lo conseguido y lo que aún falta en la lucha de la humanidad contra esta epidemia planetaria que afecta a casi 40 millones de personas y que ha matado ya a unos 20 millones de individuos.

A más de dos décadas de la detección del padecimiento, los avances en el ámbito científico son inestimables, pero aún no han desembocado en la producción de vacunas preventivas y curativas, y los adelantos médicos se mantienen fuera del alcance de la mayor parte de los enfermos, en virtud de las estrategias comerciales de las grandes trasnacionales farmacéuticas y de la insensibilidad de los gobiernos de las naciones industrializadas -Estados Unidos, en primer lugar-, obsesionados con impedir cualquier violación a las disposiciones de patentes y propiedad intelectual. En el ámbito social, cultural y educativo, es norma para casi todos los países el contraste entre los esfuerzos realizados por organismos sociales para emprender campañas de prevención, educación sexual, salud reproductiva y cuidado de los enfermos, y la renuencia con que los gobiernos participan en tales actividades.

Las campañas no sólo deben pasar por la difusión de información sexual y reproductiva en general y la promoción del uso del condón en las relaciones sexuales, sino también por el combate a la discriminación de los seropositivos y los sidosos, el desvanecimiento de acendrados prejuicios y la transformación de hábitos sociales que generan terrenos propicios para la difusión de la epidemia. Algunos de los principales obstáculos para conseguir tales objetivos son el machismo enraizado en casi todos los países, la percepción del sexo como tabú y la criminal campaña de desinformación que mantiene la Iglesia católica para desalentar el uso del condón y proponer modelos de abstinencia y fidelidad que, independientemente de las convicciones morales personales, no son de este mundo.

Es necesario aquilatar el hecho de que la principal derrota en la lucha contra la epidemia ha sido, hasta ahora, la decisión del gobierno estadunidense de concentrar los esfuerzos propios y los de sus aliados en algo denominado "guerra contra el terrorismo internacional", una guerra fantasmagórica sin enemigo preciso que es, más bien, una cobertura discursiva para relanzar el proyecto hegemónico global de las corporaciones e instituciones estadunidenses. Semejante distorsión de las verdaderas prioridades mundiales -las acciones terroristas matan a cientos y a veces a miles de personas al año, mientras que enfermedades como el sida y el paludismo son causantes del deceso de millones de seres humanos- ha distraído atención y recursos a padecimientos que constituyen, ésos sí, verdaderos factores de destrucción masiva.

La gran paradoja del sida es que, en el terreno personal, afecta a todos por igual y no distingue entre clase, nivel socioeconómico y cultural, nacionalidad, género, orientación sexual ni edad; pero, en el ámbito social, prospera en los niveles inferiores de la pavorosa desigualdad que afecta al mundo contemporáneo: a mayor marginación y vulnerabilidad de los grupos sociales, mayores son las posibilidades de que la epidemia se expanda por ellos. No es casual, en esta lógica, que hoy en día las mujeres africanas sean el máximo grupo de riesgo del planeta. El VIH se alimenta de la inequidad, pero también de la ignorancia, el desdén oficial, la ceguera religiosa y moral y los prejuicios. El combate a la epidemia no puede limitarse, en consecuencia, a hacer verdaderamente masivas y permanentes las campañas de prevención y a intensificar la investigación que permita producir una cura farmacéutica a la enfermedad. Para despejar esta amenaza a la humanidad es necesario actuar también en los ámbitos educativos, culturales y políticos.
 
 

 
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