Palestina: elecciones que nada resuelven
Se vota en Palestina. Mejor dicho, se vota allí donde la ocupación militar israelí permite que lleguen las urnas. Se vota gracias a una inestable suspensión de hostilidades de 72 horas por parte del ocupante. Se vota, además, como en un campo de concentración, bajo la amenaza colonial, y los más de 8 mil presos políticos palestinos encarcelados en Israel, por supuesto, no votan. Se vota, sobre todo, cuando las causas de la muerte del presidente Yasser Arafat no están aún claras y subsisten las sospechas de que se le sacó del medio para abrir el camino a un tecnócrata gris (Mahmud Abbas, cuyo seudónimo es Abu Mazen) bienvisto por Estados Unidos y por Tel Aviv porque no es partidario de la resistencia armada. En realidad, la casi segura elección de Abbas es una elección de Washington, de Israel y de los gobiernos moderados árabes que apuestan a la división y desmoralización de los palestinos para imponer en la región la pax americana mediante una ficción de Estado palestino, bajo protectorado del ocupante israelí y de Estados Unidos, y en una supuesta normalidad absolutamente anormal basada en la fuerza militar colonialista. Precisamente, para no desarrollar la división que Israel fomenta, las fuerzas más radicales, laicas o religiosas, se han abstenido de atentados y el pueblo participa en una elección que sabe que sólo es una etapa en su calvario pero que le permite expresar ejemplarmente su unidad nacional y su deseo de democracia. No ahora sino en las elecciones legislativas de julio próximo se contarán las fuerzas de las respectivas tendencias palestinas, unidas todas, pese a sus diferencias, por la lucha por la independencia nacional, el retorno de los expulsados de sus tierras y hogares, el retiro de los soldados y colonos ocupantes y colonizadores y el fin del apartheid impuesto por Israel. La opción por la lucha legal no excluye así la Intifada, pero permite establecer también un lazo con la parte de la sociedad de Israel (los árabes que son ciudadanos israelíes y los judíos pacifistas) que repudia tanto el terrorismo de Estado de Ariel Sharon como el terrorismo indiscriminado de los fundamentalistas islámicos.
De las elecciones saldrá entonces una presidencia de la Administración Nacional Palestina más flexible ante los opresores, pero no cejará la resistencia popular, porque la Intifada no fue ni es obra de Arafat ni de la Organización para la Liberación de Palestina, sino el resultado del odio masivo a la injusticia, la opresión y el racismo. Esos problemas subsisten, al igual que la desocupación y la miseria que Israel promueve entre los palestinos para reducir su resistencia, pero con un resultado opuesto. Del mismo modo, las otras elecciones anómalas, las de Irak, que el pueblo iraquí y los árabes rechazan por realizarse también bajo una ocupación extranjera, por su fracaso mismo alientan y alentarán esa resistencia. Para la fachada, Mahmut Abbas podrá reunirse con Sharon o con Bush y podrá haber un nuevo simulacro de negociaciones y de paz como sinónimo de la aceptación de lo que las armas extranjeras imponen. Pero la estrecha fusión que existe entre la lucha por la liberación nacional y la lucha social y cultural de los palestinos difícilmente permitirá que la tregua sea considerada paz y dure.