Segundos pisos, Ƒy los de abajo?
Los tramos viales que fueron inaugurados ayer en Periférico sur de esta capital son, sin duda, la obra pública más importante de las que se han realizado en lo que va del presente sexenio, no sólo en la ciudad de México, sino también, muy posiblemente, en el resto del país, y cabe felicitarse por esta realización de la ingeniería mexicana que, además de contribuir en forma significativa a la agilización del tránsito en el sur poniente de la urbe, ha generado empleos y ha sido factor de reactivación económica.
Sin duda, el crecimiento desmesurado del parque vehicular en todo el valle de México obliga a actualizar y expandir la red vial urbana a fin de dar alivio a la enorme masa de automóviles que transita por una metrópoli congestionada. En la medida en que esta obra y las realizadas anteriormente por el gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador ųlos distribuidores viales poniente y oriente, los puentes del poniente y otras menoresų ahorren a los capitalinos minutos o cuartos de hora de traslado a sus destinos, estarán contribuyendo a elevar una calidad de vida deficiente y deteriorada no sólo por la hipertrofia de la mancha urbana, sino también por la inseguridad, la pobreza, la falta de oportunidades y las tensiones propias de una ciudad de tales dimensiones.
Por lo demás, sería inadecuado suponer que obras como las que inauguró ayer el gobernante capitalino son suficientes para resolver el agudo problema del transporte en la ciudad de México. Tales realizaciones de infraestructura serán benéficas, sobre todo, para la porción de ciudadanos que utilizan automóviles particulares, los cuales no constituyen, por cierto, la mayoría. En el movimiento que se desarrolla por debajo de los segundos pisos siguen pendientes dos acciones fundamentales y necesarias: ordenar el caótico transporte concesionado, que opera principalmente con los peligrosos, insalubres, ineficientes e impunes microbuses y autobuses particulares, y expandir la red de transporte público conformada por Metro, tren ligero, trolebuses y autobuses.
La primera de esas medidas es, a no dudarlo, la más difícil en términos políticos y sociales, toda vez que los microbuseros conforman grupos de interés con gran poder económico, capacidad de movilización ųy hasta de chantajeų y que, por añadidura, constituyen importantes caudales de votos a la hora de las elecciones. Sin embargo, la dignificación de la red de transporte que utilizan los sectores más desfavorecidos de la población requiere acciones legales y administrativas para garantizar la seguridad de los usuarios, el buen estado de las unidades, la capacitación de los operadores y el sometimiento de los dueños de microbuses y autobuses particulares a un estado de derecho que debiera empezar por la vigencia del Reglamento de Tránsito, documento que para ese medio de transporte es letra muerta y papel mojado.
Por lo que hace a la ampliación de la red pública de transporte, es fundamental que se empiece por reconocer que la insuficiencia del sistema conformado por Metro, trolebuses, tren ligero y autobuses del gobierno ha sido el factor que más ha incidido en la proliferación descontrolada de microbuses y en el desmedido incremento de los automóviles particulares. Si se pretende disuadir a los capitalinos ya no de la adquisición, sino al menos del uso cotidiano y sistemático de sus vehículos, deben ofrecérseles alternativas eficientes, seguras y dignas de transporte público como las que existen en diversas metrópolis hoy en día. En esta lógica, el sistema de metrobús que se está desarrollando a lo largo de la avenida Insurgentes es un paso correcto, pero incipiente, que debiera generalizarse a las principales arterias de la ciudad.
Cabe preguntarse si en los dos años que le restan la actual administración capitalina será capaz de afrontar el necesario reordenamiento del transporte para los que se mueven por debajo de los segundos pisos y los magníficos puentes, o si heredarán ese pendiente a sus sucesores, como viene ocurriendo desde hace mucho tiempo.