Usted está aquí: jueves 3 de febrero de 2005 Opinión Maltrato a niños y animales

Aline Pettersson

Maltrato a niños y animales

Dudé mucho en escribir estas líneas cuando cunde la violencia y sus horrores en el país. ¿Cuál sería su importancia? ¿Es de veras un asunto relevante? Pues creo que sí. Aunque, por otra parte, sólo se trate de haber ido con mi nieto al espectáculo de los delfines en la tercera sección de Chapultepec que tristemente se concesionó a Atlantis.

Debo reiterar mi preocupación -compartida por mucha gente- acerca de las enormes deficiencias en la educación: la formal, la informal, la cívica, etcétera. Y por ello, y por la manera como se desarrolló la función, me veo en la necesidad de comentarla.

Las gradas estaban ocupadas por dos escuelas y algunas otras personas como mi nieto y yo. El ruido de la música que nos recibió era altísimo. Se trataba de una canción a grito pelado que hablaba de que todos debemos cambiar, o algo así. Es decir, era una invitación simplona a estar conscientes de cómo todos somos responsables del medio ambiente, contaminado en ese momento por la magnitud tremebunda de los decibeles.

Tal vez si todo se hubiera quedado sólo ahí... Aunque lo dudo, ya que supongo que ese ruido debe ser mucho más agresivo para la sensibilidad auditiva de los delfines. Y, según lo que dijo el joven del micrófono, también la luz del sol les daba de lleno en los ojos cegando a los animales. Así que vaya ejemplo de trato para con los seres de la naturaleza. ¿Cómo presenciar sin denunciar algo tan abusivo?

Pero viéndolo bien, no sé quiénes resultaron más agredidos si los delfines o los niños del público. En aquel estruendo de música y micrófono, el animador se dedicó a "educar" a los niños de dos maneras: mediante el albur, como ejemplo, dar pie a una escena en la que una supuesta maestra le pide aumento de sueldo al director. Así pues, uno de los jóvenes se desnuda el hombro y se contonea frente al hipotético director para lograr su objetivo. No faltó, desde luego, una despectiva alusión al trato homosexual entre uno de los miembros del grupo y un delfín.

Después todo fue buscar la confrontación entre niños y niñas (y según se afirmó a todo micrófono) las mujeres "son chismosas, argüenderas" y otra serie de apelativos de ese orden, para rematar conminando a las mujeres a irse a la cocina.

Se invitó a un niño y una niña a pasar cerca de los delfines para echarse una carrera contra éstos. Primero fue la niña quien debía correr alrededor de la alberca. El entrenador soltó a los animales que naturalmente le ganaron. El animador le hizo saber a la pequeña que había perdido. Y la niña cabizbaja y dolida empezó a caminar derrotada rumbo a su asiento. La voz la detuvo para que se quedara a presenciar el turno del niño. En ese caso, el entrenador detuvo a los delfines, por lo que el niño resultó victorioso. Y así se desarrolló la función, salpicada de principio a fin con una serie de vulgaridades constantes, muchas relacionadas con asuntos sexuales o, por lo menos, con enorme mal gusto en el que los varones salían siempre airosos.

Todo el horror que se desarrolló durante el espectáculo me ha llevado a dolerme del esfuerzo de las escuelas para transportar a sus alumnos y ponerlos en contacto con algo que se supondría interesante. Sí, se hizo un esfuerzo por parte de las escuelas, sólo para reforzar la presencia del machismo y la falta de respeto para con la gente y los animales. ¿Es ésa la educación a la que aspiramos? ¿No tendrían las autoridades de Chapultepec la obligación de estar enteradas de lo que se desarrolla en sus instalaciones? ¿Cómo aspirar a la forja de ciudadanos con un mejor criterio si desde la niñez se les refuerzan los prejuicios? ¿De quién es la culpa?

Lo referente a la educación es un asunto grave que requiere de un tiempo largo, requiere asimismo de tomar todos los hilos que se trenzan en su torno. Pero en este caso, ni siquiera pueden aducirse razones económicas, porque aquí es cuestión de vigilar el guión del programa. Y de no invitar al niño a descalificar a la niña y viceversa, que era lo que se hizo. Porque el animador, cada vez más excitado él mismo, empujaba a los niños a decirse cosas desagradables el uno a la otra.

Entonces yo me pregunto ¿qué lección recibieron los alumnos? Ahí se empezó a generar o a reforzar la violencia intrafamiliar, hasta que se llegue, en años posteriores de esa infancia, a situaciones tan horribles como los crímenes en contra de las mujeres. Eso es lo que se les enseña a los niños en una función que prometía un rato de diversión y de conocimiento gratamente adquirido. Pero parece que a nadie le importa. "Finalmente, los mexicanos así somos de machos, de vulgares, de maltratadores de los animales que están a nuestro cuidado."

¿Y ya?

 
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