Concierto de Rolando Villazón y la OFCM para celebrar los 60 años del IFAL
La mecha del éxtasis en Bellas Artes
Ampliar la imagen Una de las im�nes del fot�fo invidente Evgen Bavcar en Di�go en la oscuridad FOTO Evgen Bavcar
El público parecía obstinado en no dejar ir del escenario a Rolando Villazón. Uno, dos, tres encore y las ovaciones seguían retumbando en la sala. Clamaban una pieza más al tenor.
Noche exquisita la del martes en el Palacio de Bellas Artes. La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM), la pianista Silvia Navarrete y Villazón en un concierto de gala: la celebración del 60 aniversario en el país del Instituto Francés para América Latina (IFAL).
Fueron poco más de dos horas en las que no hubo ''compasión" ni descanso para las emociones. Descargas de belleza y prodigio del principio al final. Siempre in crescendo, con un programa eminentemente francés.
Primero la orquesta sola, con Les ofrrandes oubliées, de Messian.
El director José Areán, quien actuó como huésped, demostró inmejorable entendimiento y compenetración con los atrilistas, logrando en conjunto momentos de emoción relevante. Tanto así que muy poco consiguieron desconcentrar los timbres de los teléfonos celulares que sonaron durante el concierto.
Silvia Navarrete y la música de Ravel
Sin llenarse al tope, la atmósfera en la sala se sentía expectante, en espera de volver a disfrutar de la poderosa y dramática voz de Villazón, a quien ya se le ubica como el sucesor de los grandes monstruos del bel canto.
Antes, sin embargo, Silvia Navarrete deleitose y deleitó con el concierto en Sol de Ravel. Momentos deslumbrantes, en los que del piano irrumpieron lo mismo sonrisas radiantes que tersura de pétalos sonoros.
Tornasol de vestimenta, la intérprete provocó que no pocos contuvieran la respiración en varios pasajes en que la música de Ravel parecía resquebrajarse.
Brillaron las cuerdas de la orquesta, a veces en susurros apenas perceptibles, luego estallaron con poderío sobrecogedor, desafiante, y al final de la obra la concurrencia, conmovida, estalló en aplausos, demandando una pieza más a Navarrete, a lo cual ella accedió.
Cumplidos los minutos de rigor del intermedio, llegó el momento de Villazón y con él la apoteosis. Arias de Gounod y Massenet, así como dos piezas de Moreno Torroba integraron su programa.
Su voz fue una cascada que retumbó en cada una de las cajas torácicas de los congregados en el recinto.
Dicción, fraseo, potencia ilimitada, la forma de interpretar del tenor fue descarada, apabullante, sin escatimar, logrando transmitir lo mismo atmósferas de gran contenido dramático, llegadoras, pues, que cuadros de indescriptible júbilo o ternura. Graves y agudos al por mayor, vehementes, y la piel no dejaba de erizarse.
Villazón concluyó el programa formal, pero la mecha del éxtasis estaba encendida en Bellas Artes.