Usted está aquí: jueves 3 de febrero de 2005 Opinión Invasión excéntrica 2005

Olga Harmony

Invasión excéntrica 2005

Como cada año, el Centro Cultural Helénico presenta, con este ingenioso título, escenificaciones que se hacen en los estados, es decir, fuera del centro. Esta vez, gracias a los buenos oficios del escenógrafo Jorge Ferro se logró un espacio en su programación para el consolidado grupo argentino Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celsit), de paso en México, que presentó Donde el viento hace buñuelos de Arístides Vargas bajo la dirección de Carlos Ianni, en donde dos mujeres, Catalina (Beatriz Dellacasa) y Miranda (Tereseita Galimany) se enfrentan a una partida con amargo sabor de exilio, mientras cada una recuerda escenas de su pasado apoyada por la otra que revive a una madre dominante o a la superiora de un colegio de monjas. A pesar de la apertura del texto, ambos personajes están muy delineados, decidida Catalina, tímida y llorosa, quizás enferma, Miranda. Se trata de una bella obra del argentino exiliado en Ecuador del que aquí ya se han presentado otros textos.

Las actrices realizan un excelente y conmovedor trabajo en una escenografía de Solange Kransinsky, responsable también del vestuario, que consiste en dos cajas-maletas con dibujos y objetos en su interior que recuerdan a Remedios Varo. Muy graciosos los momentos de Buñuelo, el supuesto perro de Buñuel -las referencias al director y su cine son muchas- que alternan con momentos poéticos -en este espectáculo valioso si se hace caso omiso de la iluminación que no estuvo a la altura de texto y actrices.

La programación inicial consistió en un enlace con el teatro joven de provincia, por medio de cuatro escenificaciones. No pude ver El otro beso de Circee Rangel presentado por Teatroteatro de Jalisco del que no tuve buenas referencias. CIT.Teatro Retrasado, el grupo de Querétaro, escenificó una pésima versión de la obra en un acto de Tennessee Williams No puedo imaginar el mañana, en la que el director Paulino Toledo confunde la propuesta del autor que llama a sus personajes Uno y Dos y pide que no existan paredes, lo que recuerda al expresionismo pero con un texto realista, e intenta una abstracción que no funciona con dos jóvenes -Eva Gontre y Nahum Rodríguez Camacho- que, sobre todo ella, nada tienen que hacer en un escenario. Por Yucatán Roberto Franco -con capacidades de bailarín y expresión corporal- actúa El tocador del divino marqués que deviene en una oda al narcisismo y de la que yo rescataría el texto de la parte de la infancia. El regiomontano grupo Chocolate intentó una poco comprensible metáfora con la palabra del título. Oximon en la que un ensayo o función (si es lo primero, no tienen por qué dirigirse al público, si lo segundo, los feos trastos de iluminación resultan fuera de ambiente) de una obra shakespereana se mezcla con datos de la biografía de los muy malos actores -Alhelí Guerrero, Efraín Mosqueda y José Olivares- malamente dirigidos por Marcos Barbosa.

La impericia fue el sello de estas escenificaciones. Son muy jóvenes, pero eso no es una excusa para carecer de formación e información y lanzarse sin más a los escenarios con propuestas que intentan lo diferente, pero sin los instrumentos para llevar a cabo rupturas con lo ya establecido. Es propio de la juventud cierta arrogancia y aun un afán parricida, un deseo de hacer cosas distintas a lo que hacen los teatristas consolidados, pero para ello se requiere -a menos de que se tenga un deslumbrante talento innato- prepararse lo mejor posible y con todos los medios que se puedan allegar. Este año tres miembros de Arena, el dramaturgo Luis Mario Moncada, director del Helénico, el director escénico Martín Acosta y la productora Blanca Forzán, les ofrecieron talleres que, mucho me temo, no suplen las carencias de estos muchachos que ya están haciendo teatro en sus lugares de origen, ignoro con qué resultados de público y de crítica, sin haber pasado por algún tipo de enseñanza, lo que resulta muy peligroso. Como colofón, los críticos Luz Emilia Aguilar Zinzer y Bruno Bert, dentro del proyecto de este último La escuela del espectador, se reunieron con miembros del público asistente y con los grupos para analizar los trabajos. Entiendo que no fueron condescendientes y me pregunto si los jóvenes de los estados se volvieron a ellos con un mínimo de rubor y de posible autocrítica.

 
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