El grupo indígena realizó la celebración del fuego nuevo, que marcó el inicio de un año
Exhorto a purépechas: evitar que la tradición sea espectáculo
La conmemoración, rescatada hace 23 años, se realizó en San Salvador Caltzontzin
Fuego viejo y fuego nuevo
Ampliar la imagen Al final de la ceremonia del encendido de la hoguera, los ind�nas pur�chas manifestaron su esperanza de que permanezca su cultura FOTO Jose Carlo Gonzalez
San Salvador Caltzontzin, Michoacan. En el principio fue el fuego, elemento revitalizador y purificador de la vida, alma de Tata Juriata, manifestación de Kurikaveri, guía entre las penumbras y materia en cuyo calor se ha forjado por más de 800 años la historia del pueblo purépecha, que desde el amanecer del día primero y hasta la madrugada del 2 de febrero se concentró en torno a la gran hoguera del fuego nuevo que se encendió en San Salvador Combutzio Paricutín, hoy Caltzontzin, para conmemorar la celebración del Año Nuevo Purépecha, tradición retomada hace 23 años con el objetivo de mantener vivas las costumbres de un pueblo cada vez más marginado y abatido por la miseria, el alcoholismo, la migración, el desinterés de su juventud hacia la riqueza cultural que poseen y con el que inicia la temporada de siembra.
Esa misma noche, cuando la constelación de Orión o del arado alcanzó el cenit, los petamutis (sacerdotes o autoridades) de las cuatro regiones de la cosmogonía purépecha se reunieron en cónclave en este pueblo mientras se desarrollaba el Carnaval de los feos (hombres disfrazados de mujeres, ataviados con máscaras de monstruos) y la banda local tocaba al son de Mi gusto es y varias pirekuas, los sacerdotes designaron mediante votación a la comunidad de Patamban próximo recipiendario de esta celebración, la más importante del calendario indígena y que los primeros evangelizadores de estas tierras sustituyeron por la conmemoración del Día de la Candelaria, que en la actualidad se festeja en un gran número de comunidades de la meseta y la cañada, así como en el oriente y la región de la ciénega de Zacapu donde, de acuerdo con la Relación de Michoacán, eran originarias las tribus que dieron origen al pueblo purépecha
San Salvador Caltzontzin, pueblo fundado hace 62 años a raíz de la erupción del Paricutín -que obligó a sus habitantes a buscar mejores tierras-, fue la plataforma desde la cual se escucharon las voces que reclaman la autonomía, el reconocimiento de los derechos, las tradiciones y lengua de los purépecha y de los pueblos indígenas de Michoacán, a través de José Merced Velásquez, de la comunidad de Cherán.
La demanda no fue un caso aislado, ya que el sacerdote de Capácuaro, uno de los siete que oficiaron la misa al medio día del martes, pronunció un sermón en el que instó a la población indígena a preservar sus tradiciones de manera que éstas no se conviertan en espectáculo para turistas, a luchar por sus derechos, y no dejarse manipular por organizaciones y partidos que sólo se aprovechan de sus necesidades para sacar provecho de ellos y benefician únicamente a sus agremiados; la fiesta del fuego nuevo, en cuya jornada se dirigen los pensamientos y plegarias de los petamutis hacia el cosmos no dejó de lado los conflictos agrarios que persisten en varias regiones del territorio purépecha, tampoco se olvidó el rechazo del Congreso local a la iniciativa de ley indígena, la pobreza en la tierra santa ni las diferencias ideológicas entre las diversas facciones de esta etnia; por el contrario, aglutinó las opiniones en torno al festejo, lo que le dio al evento un carácter más terrenal y realista, sin que perdiese su solemnidad.
Dicen los viejos indígenas que su pueblo tiene una íntima comunión con el fuego, al que venera de distintas formas. Ello se constató nuevamente por la noche, cuando en primer término se disputó la final del juego de Uarukua o pelota tradicional entre Uruapan y Tiríndaro, en el que la bola de madera se enciende y es golpeada con bastones en el perímetro de una manzana o la extensión de una calle para concretar una anotación. En este juego se disputa más que la victoria, pues en los encuentros se exacerban los sentimientos de identidad de los jugadores y sus respectivas porras.
El fuego nuevo llegó la última tarde de enero a Caltzontzin proveniente de Pátzcuaro, Michoacán, donde se efectuó la celebración el año anterior, y fue depositado en la jefatura de tenencia donde se le montó un altar.
El primero de febrero se reunieron los niños de la comunidad convocados por las autoridades indígenas para rendir honores a la bandera purépecha a la manera tradicional, la mano derecha sobre el corazón y la izquierda empuñada en lo alto entonando el Himno Nacional en su lengua; de ahí se trasladaron de la entrada al centro del pueblo para recibir los símbolos purépechas: un coyote, que representa la fuerza; el pez, la abundancia; la bandera y la piedra piramidal en la que están grabados los signos de las 22 comunidades donde se ha festejado el año nuevo.
Al medio día se ofició una misa en purépecha que confirmó el carácter eminentemente católico de este pueblo, así como lo arraigado del sincretismo religioso que pervive en esta región. La misa fue un momento de catarsis total; los feligreses convirtieron la celebración litúrgica en un hermoso canto al unísono, con el que honraron a tata Dios y Nana Guadalupe. La jornada continuó con varias peregrinaciones más, una hacia el ojo de agua de la presa que lleva el nombre de esa población, donde los cargueros realizaron, con una solemnidad increíble, una purificación en la que agradecieron a tata Juriata (el sol), la madre tierra, el hermano viento y a la hermana agua su bondad, compañía y fuerza, a lo largo de todos estos años.
Al caer la tarde, se realizó un festival cultural donde se presentaron las danzas tradicionales y varios pireris o cantantes. La velada continuó con un carnaval purépecha en donde la luz, la música, el color, la alegría de la gente y, por supuesto, el fuego, inundaron una a una las calles de la comunidad, antes de que iniciara el momento más esperado del día.
El encendido de la hoguera a manos del señor del fuego trajo una explosión de júbilo y una sensación de nostalgia entre la gente que se acercaba a las llamas para encender sus varitas de ocote y presentarlas a los cargueros de la comunidad, quienes agradecieron la presencia de los representantes purépechas de otras regiones, y cuando la enorme llamarada iluminó el centro de Caltzontzin, se despidieron expresando su esperanza de que en los años que están por venir, pueda su cultura permanecer y sus raíces no se pierdan en el inmenso laberinto del tiempo.