Usted está aquí: sábado 12 de febrero de 2005 Opinión La agonía de los campesinos

Editorial

La agonía de los campesinos

Respecto de 2003, el campo mexicano ha perdido 36 por ciento de los empleos existentes en ese año, y la tendencia a la baja del número de campesinos y de ejidatarios continúa, al mismo tiempo que ­como consecuencia de este verdadero desastre­ aumentan la pobreza rural y la migración. Estas afirmaciones no provienen de dirigentes agrarios: su fuente es Banamex-Citigroup. Por su parte, entidades oficiales de Guerrero informaron que el año pasado 38 de cada 100 cultivadores de limón se fueron de ese estado, a pesar de que este fruto es utilizado en la industria de esencias y en la perfumería, no solamente en la mesa de consumidores urbanos.

El campo se polariza: los exportadores de flores, fresas y hortalizas se enriquecen con altas ganancias, logradas por los precios en los mercados exteriores y los bajísimos salarios en el sector rural del país, mientras los productores de bienes básicos, sean pequeños campesinos o ejidatarios, no pueden sostenerse frente al ingreso de productos de gran consumo altamente subsidiados por Estados Unidos, con los cuales no pueden competir. De este modo, desde la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en 1994, el valor de las exportaciones agrícolas se triplicó, mientras las zonas que viven de los productos básicos o de la producción cafetalera o cítrica se hunden en la pobreza y pierden a sus habitantes. Esa es la causa de que México exporte cientos de miles de trabajadores por año para enriquecer con su gente más joven y productiva a Estados Unidos.

Por lo demás, si vemos las medidas xenófobas y antimigrantes que está adoptando el gobierno de Washington, es evidente que las esferas gubernamentales de nuestro país no podrán considerar durante mucho tiempo que la salida de connacionales es una bendición divina porque procura gran recepción de divisas (remesas de los paisanos); alivia las terribles tensiones y desigualdades en el mercado de trabajo rural nacional al reducir la oferta de mano de obra, y también porque es una válvula de escape a la tensión política, que aumentaría si esos campesinos expulsados de su tierra se quedaran como desocupados en México.

La actual situación no puede continuar: primero porque es inmoral y profundamente injusta, desgarra las unidades familiares, destruye identidades y culturas, así como provoca enormes sufrimientos humanos; segundo, porque los suelos abandonados se deterioran irreversiblemente y, en las sierras, son propensos a catástrofes, también porque las regiones pobladas sólo por viejos y niños no son ya productivas ni podrán soportar la reducción de las remesas de los migrantes; tercero, porque éstos no mandarán eternamente la misma cantidad de dinero, por la represión del gobierno de Estados Unidos, por un inevitable proceso de inserción en la sociedad que los acoge-explota, y, sobre todo, porque la paciencia campesina tiene un límite y "cada límite tiene su paciencia".

Las movilizaciones campesinas han comenzado a unir a campesinos y obreros industriales en una lucha que va más allá de reivindicaciones gremiales o corporativas, y plantea, de hecho, la necesidad de otro tipo de país. El triunfo de la oposición en Guerrero es expresión del hartazgo de las poblaciones rurales; la rabia y el descontento seguirán propagándose y acumulándose. Sería aconsejable, para quienes creen que la política y la economía se miden con cifras, que recuerden que ambas son producto de relaciones sociales entre personas de carne y hueso, capaces de sufrir, pero también de esperar, arriesgar e inconformarse.

 
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