Los panistas y el desafuero
Principalmente los diputados federales que tendrán que emitir su voto a favor o en contra del desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero también los demás militantes del PAN, deberán reflexionar sobre la aplicación en la práctica del principio histórico de la preminencia del bien común sobre los bienes particulares.
Tendrán también que pensar en la trascendencia histórica del desafuero, que ya es visto desde hoy, y que lo será más claramente en el futuro, si se consuma, como un golpe artero a la democracia.
La discusión legal está planteada y hay argumentos suficientes y claros como para determinar que ni procede el desafuero ni hay responsabilidad del jefe de Gobierno que amerite una sanción de carácter penal; también es posible que, retorciendo la interpretación de la ley o forzando su alcance, quienes tienen la intención de dañar políticamente al acusado, puedan hacerlo, contando en este caso, necesariamente, con la complicidad de votos de consigna, de muchos que ni se han adentrado en los detalles del proceso ni tendrán más motivación para su voto que su interés partidista.
¿Por qué digo esto? Porque aprovechar un incidente insignificante, en un litigio entre el gobierno de la ciudad y unos particulares codiciosos, como instrumento para evitar la participación política de quien sin duda cuenta con la opinión favorable de muchos mexicanos en todo el país y aun fuera de sus fronteras, es un ataque a la democracia que fue el leitmotiv del panismo por muchas décadas. Tienen que pensar que el daño a su enemigo político es reparable, en cambio, el que causen a su propio partido será ya irreversible.
El desafuero será un acto de doble efecto negativo: por una parte, al gobernante electo popularmente y al que no se le pudo derrotar en las urnas, se da una zancadilla en medio camino para eliminarlo antes de la contienda. El otro efecto, aún más vergonzoso, consiste en impedir que un ciudadano que ha demostrado una combinación de cualidades, que no siempre es dable encontrar simultáneamente en una persona, se quede sin oportunidad de ser candidato en las próximas elecciones.
Andrés Manuel es un político apreciado, primero que nada, por su honradez cabal en el manejo ciertamente austero del presupuesto, pero junto con ello, por su gran dinamismo para lograr metas y construir obra pública, además por su congruencia entre lo que dice y lo que hace, y finalmente por su sentido de justicia social: primero los pobres, ha dicho, y lo ha cumplido.
Quienes no estén de acuerdo con él, o quienes vean rasgos de populismo o de autoritarismo en su persona, deberán presentar candidatos mejores y programas de más calidad y patriotismo para ganarle en las urnas. Tras eliminarlo de antemano, aparte de las consecuencias impredecibles y de las fuerzas que irresponsablemente se pueden desbordar, acarrearía un baldón histórico a quienes lleven a cabo el desaguisado, ya sea como simples ejecutores del plan de otros o por haberlo urdido.
A los panistas, en especial a los diputados, hay que recordarles que el voto es responsabilidad personal de quien lo emite y que en este caso, como nunca, se debe dar en conciencia y con la mira, no en la coyuntura, sino en el largo plazo. Ciertamente el PAN pasa por un muy mal periodo político; sus dirigentes no han podido administrar el triunfo histórico de sacar al PRI de Palacio Nacional, no han sabido consolidar la experiencia democrática, pero eso es pasajero en la vida de un partido, lo importante es la congruencia y el respeto a su propia historia; los triunfos van y vienen.
El voto libre, no por consigna partidista, vieja divisa panista, ha de ser rescatado y es oportuno, sin duda, recordar a un autor que en años mejores fue guía del pensamiento de ese partido: Jacques Maritain, quien refiriéndose al éxito político afirmaba: "Las hazañas de los grandes maquiavelistas nos parecen duraderas porque nuestra escala de medición temporal es extremadamente pequeña en relación al tiempo propio de las naciones y las comunidades humanas".
Es hora de no dejarse arrastrar por los maquiavelistas, es el momento de hacer a un lado las razones de corto plazo y ver por el bien común nacional, votar en conciencia y con una visión de largo plazo.
Finalmente no estaría mal que desempolvaran su doctrina, arrinconada en un cajón por el pragmatismo, y releyeran la obra de Gómez Morin; unos recordarían y otros, quizás con asombro, leerían por vez primera el claro concepto que acerca de la democracia tenía el fundador: "en ella -la democracia- lo insustituible es la identificación del poder y del pueblo" y "no puede lograrse, hay que repetirlo, por la propaganda y la acción sicológica ni por el constreñimiento ni por la dependencia económica. Sólo puede ser alcanzada por el sufragio efectivo..."
(La democracia en México, Editorial Jus, 1962, Manuel Gómez Morin y otros autores.)